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Una insólita amistad

Una historiadora chilena revive los vínculos que unieron a la dictadura de Franco y la democracia socialista de Salvador Allende

Rocío Montes
Salvador Allende recibe al ministro español Gregorio López Bravo, en 1971.
Salvador Allende recibe al ministro español Gregorio López Bravo, en 1971.upi

Resulta desconcertante mirado desde nuestra época, pero nunca fue un secreto: la dictadura de Francisco Franco en España y la democracia marxista de Salvador Allende en Chile gozaron de estupendas relaciones entre 1970 y 1973, hasta que el golpe de Estado acabó con el Gobierno socialista de la Unidad Popular (UP). “Es un momento en el que se unen los opuestos radicales. Esta historia se produjo en un periodo absolutamente vertiginoso de Chile y de España y entraña una contradicción que es muy difícil de digerir, tanto para la izquierda como para la derecha. Por tanto, se impuso la amnesia, el olvido”, señala la historiadora chilena María José Henríquez, que acaba de publicar en Chile el libro ¡Viva la verdadera amistad! Franco y Allende, 1970-1973 (Editorial Universitaria), una investigación extensa en la que relata pasajes incómodos y exquisitos de esta extraña cofradía.

En diciembre de 1972, el presidente Allende realizó una gira mundial que incluyó Naciones Unidas y la Unión Soviética. El Gobierno de Franco, que había concedido a Chile un inédito crédito de 40 millones de dólares, estaba dispuesto a entregar otros 100 a cambio de un gesto complejo, según informó el presidente del Banco Central chileno de aquella época, Alfonso Inostroza. Los españoles pedían que el médico socialista hiciera una parada en Madrid para saludar al Generalísimo frente a un millón de personas en La Castellana. La Administración chilena a esas alturas enfrentaba fuertes problemas económicos y la oferta resultaba tentadora. “Allende dudó mucho”, dice la historiadora. Y su entorno estaba dividido. Por una parte, el Gobierno de la UP necesitaba el dinero: “Presidente, ¡es mucha divisa!”, le decían sus consejeros más pragmáticos. Por otra, la señal política hubiese sido impresentable. “La Guerra Civil y Franco eran un símbolo nefasto para la izquierda chilena. Pablo Neruda era embajador en Francia. La decisión estaba cruzada por muchas consideraciones”, señala Henríquez. Por eso, finalmente, Allende se negó. “He sido un demócrata toda mi vida, no puedo saludar a ese señor”, dijo el mandatario.

El interés de los chilenos por establecer vínculos con el franquismo era evidente y pragmático: la UP necesitaba ayuda económica. El franquismo, en tanto, buscaba oportunidades de negocios y promover su industrialización en América Latina a través de Chile. Pero también existía el interés político de mostrar que podía desempeñar un papel en el escenario internacional, evitando que Chile se transformara en Cuba: Europa le daba la espalda a la dictadura española y el Gobierno de Franco pretendía presumir de las mejores relaciones con Allende, uno de los referentes de su continente en aquella época. “La imagen de los dos en La Castellana habría dado la vuelta al mundo. La reacción de Francia, de Reino Unido, habría sido de desconcierto total”, señala Henríquez, doctora en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y docente de la Universidad de Chile.

El Gobierno español concedió a Chile un crédito de 40 millones de dólares y pensaba entregar otros 100

La relación entre ambos Gobiernos se había consolidado desde 1970 con múltiples gestos que, en buena parte, se explican por el papel que desempeñó el canciller español Gregorio López Bravo, “un hombre que se definía públicamente como un liberal reprimido y que llegó a Asuntos Exteriores en 1969 a subrayar la neutralidad de España en el contexto bipolar y a privilegiar las relaciones comerciales”, explica la investigadora. En septiembre de 1970, ante el triunfo de Allende, una cantidad importante de personas llegó hasta la Embajada de España en Chile para pedir asilo político. “Hubo que pedir refuerzos al consulado de España en Mendoza (Argentina)”, relata ¡Viva la verdadera amistad! El que calmó al embajador español fue el propio López Bravo desde Madrid, que opinaba que no existía un peligro de socialización inmediata. “Tengo la impresión de que las gentes ahí se han alarmado demasiado”, escribió el ministro.

En marzo de 1971, López Bravo aterrizó en Santiago de Chile y de inmediato fue recibido por Allende en el palacio de la Moneda. Fue una conversación sumamente cordial. El socialista, en un momento, le sugirió la posibilidad de que España asumiera íntegramente todos los proyectos de desarrollo en el norte de Chile. El ministro español, impresionado, se comprometió a consultarlo con su Gobierno. Pero Allende también habló de otros temas: “Nos quedamos sin técnicos y no queremos ligarnos a un sector del mundo socialista, pasar de un bloque a otro (…). Es fundamental la colaboración de España y latinos”. López Bravo recogió el guante: “España por Chile está dispuesta no sólo a lo que puede y debe, sino a un poquito más. Tenemos distintas soluciones, cosa que las grandes potencias no comprenden”, le señaló el ministro de Franco al socialista Allende, alcanzando una complicidad inmediata. Prueba de ello fue lo que ocurrió por la noche: fuera de todo protocolo, el presidente chileno se personó en la recepción de bienvenida que la cancillería chilena le ofrecía a López Bravo.

“Aunque no he sido invitado a esta cena, no pude resistir el deseo de tomar un trago con usted y reiterarle mi intención de mantener con el Gobierno del generalísimo Franco las mejores relaciones”, señaló Allende para explicar su visita. En los meses posteriores, señala el libro, no era raro que el presidente llegara hasta la sede de España en Santiago para tomar whisky con el embajador, Enrique Pérez Hernández.

El líder de la UP aceptó la ayuda económica por necesidad, pero se negó a aparecer en público con el dictador

Fue una amistad por conveniencia. La empresa Ford había regresado a Estados Unidos y Chile había abierto una licitación para instalar una fábrica para el ensamblaje de camiones y motores diésel en el país. En la práctica, quien la ganara tenía la opción de ingresar sus productos en el llamado Pacto Andino, que comprendía a 54 millones de personas de la región. Y España movía todas sus fichas para que Pegaso se quedara con el negocio, frente a la italiana Fiat. Fue por eso que en operaciones lideradas por López Bravo, el Gobierno de Franco realizó gestos inéditos con el régimen de Allende: en plenas negociaciones, le regaló el reactor nuclear de Lo Aguirre, en las afueras de Santiago, y en febrero de 1972 realizó un intenso lobby en el Club de París para que Chile lograra renegociar su deuda externa. La discusión fue dura, relata Henríquez, y España se enfrentó incluso a Estados Unidos para defender al Gobierno de la UP: “Vi documentos que demuestran cómo delegados norteamericanos presionaban a los españoles para que no siguieran abogando por Chile”. Pero la operación resultó ser un éxito: Chile pudo renegociar hasta los intereses. Y la noticia, fuera de todos los canales formales, se la entregó el embajador español en Santiago. Fue entonces cuando Allende exclamó en agradecimiento: “¡Viva la verdadera amistad! ¡Viva España!”.

En septiembre de 1972, España ganó la licitación con Pegaso. Y según la investigación de la historiadora, se trató de una decisión que pasó directamente por Allende. Lo contó el embajador español en Santiago: “El presidente me dijo: ‘Yo decidí, porque no me vendo al mejor postor”.

El acuerdo comercial, que se firmó en diciembre de ese año, contemplaba el crédito comercial de 40 millones de dólares: 25 para la fábrica automotriz y otros 15 de libre disposición. “El 51% lo tenía que poner la CORFO chilena, y el 49%, el Instituto Nacional de la Industria española (INI), pero finalmente el Gobierno de Franco puso el 100% del dinero porque en Chile no había divisa”, relata Henríquez. La situación de la Unidad Popular era tan compleja, señala, que utilizó parte del dinero de libre disposición para comprar cebollas y azúcar. Pero el franquismo, que confiaba en la destreza política de Allende, y no necesariamente en su Gobierno, a comienzos de 1973 comenzó a perder la fe en el presidente: el ambiente político se había radicalizado, el golpe de Estado era más que una sospecha, y hasta la coalición de izquierda estaba quebrada. Probablemente fueron las razones por la que España, esta vez, desechó la propuesta chilena para que Allende visitara Madrid para saludar a Franco. El socialista buscaba respaldos internacionales para hacer frente a la delicada situación de política interna.

Pese a lo que se podría pensar, la relación entre las dictaduras de Chile y España fue compleja en sus primeros meses

La alianza franco-allendista no tardó demasiado en desvanecerse. En junio de 1973 quitaron a López Bravo del Gobierno. Y el 11 de septiembre se produjo el bombardeo de La Moneda, la muerte del mandatario chileno y el horror de la historia oficial.

¡Viva la verdadera amistad! Franco y Allende, 1970-1973 muestra que el Gobierno socialista apenas alcanzó a utilizar el 7% del crédito español. El resto lo comenzaron a gastar los militares chilenos, que no quisieron reconocer el triunfo de Pegaso en la licitación ni la instalación de la fábrica, que nunca se llegó a concretar. Pese a lo que se podría pensar, la relación entre las dictaduras de Chile y España fue compleja en sus primeros meses: el conflicto por el préstamo escaló hasta el propio Pinochet y Franco, que era uno de los personajes más admirados por el chileno. Luego llegaron a normalizar las relaciones, pero el apoyo del franquismo a la UP nunca se olvidó del todo. 

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.

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