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Columna
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Líneas rojas

Obama piensa que, cuanto menos se utilice, mayor será el poder de Estados Unidos

Francisco G. Basterra
Barack Obama, este jueves en Austin (Texas).
Barack Obama, este jueves en Austin (Texas).ASHLEY LANDIS (EFE)

Obama no ha resuelto en el quinto año de su presidencia la enorme brecha entre su vibrante retórica y la acción política ejercida desde la Casa Blanca, la medida que dista entre predicar y dar trigo. Su razonable ejercicio de contención en la tragedia de Siria está siendo atacada como un signo de indecisión que responsabilizaría a EE UU de alimentar un vacío político que se proyectaría desde Egipto hasta Irán. El presidente quiere cerrar de una vez las guerras de Irak y Afganistán, cuyas mínimas rentas no justifican su inmenso coste económico, desestabilizador en el plano doméstico. Obama es prisionero de sus palabras. Nunca debió afirmar que la utilización de armas químicas por parte de Al Assad cruzaría una línea roja que cambiaría “sus cálculos”. Queda atrapado en una jaula geoestratégica y sin buenas opciones. Otra línea roja que se saltó fue su imprudente promesa de cerrar la cárcel de Guantánamo, que desbarata su retórica condena de la “falsa opción” de tener que elegir entre la libertad y la seguridad.

Al bombardear objetivos en Siria, Israel cumple su línea roja de impedir que la milicia radical Hezbolá obtenga misiles rusos o iraníes. ¿Actúa como policía de la región, subcontratado por Washington? ¿Esta ambigüedad de EE UU le convierte en un tigre de papel a los ojos de Teherán, Corea del Norte o aliados estratégicos como Japón o Corea del Sur? Lo que comenzó hace dos años como un levantamiento popular a contra El Asad, en la estela de la primavera árabe, ha mutado en una guerra sectaria manipulada por fuerzas exteriores y en la que actúan Irán y Arabia Saudí para alterar el equilibrio regional del poder. La crisis de Siria muestra los límites del poder de Estados Unidos, que Obama interpreta correctamente, atendiendo al rechazo de la opinión pública a una nueva intervención exterior, frente a los que aseveran que EE UU se ha convertido en una nación prescindible en retirada del exterior por culpa del presidente.

No está claro que una intervención aérea norteamericana, impensable sin una amplia coalición árabe y europea, tuviera efectos benéficos en Siria. Debe tenerse en cuenta el malhadado ejemplo de Irak, invadido con la mentira de la existencia de armas de destrucción masiva y hoy un país partido, enfermo de terrorismo. El caso de Libia tampoco habla a favor de la fuerza militar para resolver conflictos políticos y tribales. Como Thomas Jefferson, Obama piensa que, cuanto menos se utilice, el poder de Estados Unidos será mayor. Probablemente Washington no quiere el triunfo final de los rebeldes, cada vez más en manos de la facción insurgente de Al Qaeda. Los que defienden el uso de la fuerza basándose en la supuesta utilización de armas químicas, sin esperar a la comprobación del dónde, el cómo, y el quién, olvidan su silencio cuando Reagan alentó masivos ataques químicos de Sadam Hussein en la guerra de Irak contra Irán, con miles de víctimas, o cuando EE UU empleó el Agente Naranja contra Vietnam del Norte en la guerra del sureste asiático.

Obama, el gran realista en política exterior, sopesa la defensa de los valores democráticos y los impulsos humanitarios frente a la pérdida de vidas estadounidenses y la idea del país atrapado de nuevo en una guerra en Oriente Próximo. Y concluye que no es obligado escoger entre realismo o idealismo. Richard Haas, presidente del Council of Foreign Relations, advierte que la invisible mano de Adam Smith es impotente en el mundo de la geopolítica. Sin embargo apoya la visión del presidente al defender que “la amenaza más crítica para EE UU hoy no es una China en ascenso, o un Irán nuclear, sino la debilidad de los cimientos domésticos del poder americano”. Obama preferiría aumentar la presión, sin intervención militar directa, hasta que El Asad y su guardia pretoriana se dieran cuenta de que tienen la guerra perdida y accedieran a negociar un cambio ordenado de régimen. Acerca su posición a la de Rusia, a la que intenta sumar a una conferencia internacional que implique a los cinco grandes del Consejo de Seguridad de la ONU. El derecho de injerencia para proteger a la población siria decaería en pro de evitar un incendio mayor. Después de todo, no hay intereses vitales de EE UU en Siria. Algo parecido a lo ocurrido en la Conferencia de París en 1919, al término de la Gran Guerra y la desaparición del imperio Otomano y los imperios centrales derrotados. Los aliados victoriosos, Reino Unido. Estados Unidos y Francia, dibujaron un nuevo mapa de Europa y Oriente Medio, con nuevas fronteras y nuevos países. El primer ministro del Reino Unido, Lloyd George, ante la indiferencia del presidente Wilson, expuso con pragmatismo la solución. Mesopotamia, petróleo y regadíos, debemos quedárnosla. Tierra Santa, sionismo, debemos tenerla. ¿Qué hay en Siria? Que se la queden los franceses.

fgbasterra@gmail.com

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