Berlín alerta de la “infección” de la crisis de Italia al resto de Europa
Los resultados electorales generan las primeras disensiones en la Comisión Europea por la falta de resultados de la austeridad Francia reclama un cambio de modelo
La recesión que recorre el espinazo de Europa y la incertidumbre asociada a la política italiana funcionan como dos caras de la misma moneda: el método alemán —la austeridad a ultranza que campa a sus anchas en Europa desde hace tres años— está llegando al límite. Las primeras fisuras, todavía muy incipientes, están ahí: varias fuentes europeas aseguraron este miércoles que una parte de la Comisión empieza a albergar dudas sobre la política de ajustes a rajatabla concentrados en la periferia, pese a que en público incluso los comisarios menos dogmáticos evitan referencias a ese debate. París reivindicó esta noche las recetas que promulga el único Ejecutivo socialdemócrata de la eurozona: fuentes del Elíseo claman por “un nuevo modelo económico”.
El choque de trenes está servido: para extirpar tentaciones de cambio, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, comparó hoy a Italia con Grecia y alertó de que el escenario político italiano “eleva el riesgo de inestabilidad en los mercados”. “Italia es un caso grave, contagioso, infeccioso para Europa”, dijo. “La crisis no está cerrada”, vaticinó Schäuble, que advierte así del peligro de caer en la tentación de un cambio.
Alemania manda mucho y advierte a sus socios que la eurozona no ha salido del estado de excepción económica en el que está instalada desde hace un lustro. Berlín mete miedo: Italia puede resucitar los peores fantasmas de la complicadísima crisis del euro, según esa tesis. Justo al otro lado, Francia reclama protagonismo agarrada a la constatación de que la receta alemana, tijera sobre tijera, no acaba de funcionar. Y en medio de la trifulca entre los dos grandes países del euro, Bruselas está bastante perdida: la Comisión reconoce sotto voce que puede que haga falta algo más que austeridad para salir de esta, pero se niega a admitir esas aún muy incipientes fisuras en público. Mientras los comisarios cierran filas, varios altos funcionarios constatan la dificultad de hacer un giro de política económica sin la aquiescencia de Berlín. No esconden el temor a que los mercados se desestabilicen. Y, en fin, admiten que el debate sobre la política económica europea está ahí, pero explican que es difícil salir de esa situación de bloqueo sin que salga maltrecha la credibilidad de Bruselas después de defender a capa y espada la bondad de los ajustes durante años.
Las últimas previsiones económicas, que muestran a toda la eurozona en recesión, son un claro aviso de que algo no acaba de funcionar. Bruselas lleva tiempo tratando de incorporar el crecimiento a su narrativa: la Comisión habla siempre de combinarlo con la austeridad, aunque en la práctica no se ha visto prácticamente ningún estímulo por ningún lado. Sí ha habido cierta relajación en las metas de déficit (para Grecia, Portugal y España, y ahora de nuevo para España y Francia) y una modificación de los métodos de cálculo del agujero fiscal. Laxitud contable; nada más. Ni rastro aún de políticas que consistan en poner dinero sobre la mesa.
“El ajuste es necesario, imprescindible, pero viendo las últimas cifras de recesión es evidente que falta simetría: algunos países, como Alemania, podrían hacer más de lo que hacen”, señalan fuentes europeas. Si a finales de este año —es decir: una vez pasen las elecciones alemanas— la política económica europea no ha dado resultado va a ir siendo hora de dar un viraje, afirman otras fuentes. En público, el vicepresidente Joaquín Almunia defendió este miércoles que los motivos del resultado de los comicios en Roma “están en Italia; no son achacables a Bruselas ni a la orientación de su política económica”. Pero algunos comisarios han dado muestras, aquí y allá, de que empieza a haber voces que piensan que la imprescindible austeridad no puede ser la única receta. “Los italianos no quieren solo sacrificios y más sacrificios”, explicó el lunes el vicepresidente Antonio Tajani. “Las previsiones económicas siguen empeorando. Aparte de mantener la fe, ¿deberíamos hacer algo distinto?”, se pregunta el comisario de Empleo László Andor.
Ese es el quid de la cuestión. Y puede que el debate —con la boca pequeña— esté ya sobre la mesa, pero no hay que olvidar que hasta ahora esa mesa cojea: siempre se decanta del lado de Alemania y de los mercados. Tras el triunfo del socialista François Hollande en Francia, la Comisión pareció iniciar hace casi un año un viraje político, orientado en mayor medida al crecimiento. La cumbre de junio constató ese cambio de ritmo, esa nueva melodía. Pero la fiebre en los mercados y el poderío de Berlín impidieron entonces pasar de las musas al teatro, más allá del programa de compra de bonos del BCE y de la génesis de la unión bancaria. “El colegio de comisarios cierra filas con el vicepresidente Olli Rehn. Pero en los servicios internos sí hay una facción que admite que esto no se sostiene. La dificultad ahí estriba en efectuar un viraje sin que Bruselas pierda credibilidad, tras las presiones del FMI, de EE UU, del G-20 o del G-7. Por eso toda señal de cambio se deja para más adelante, a la espera de que se constate si Alemania se recupera o no, y sobre todo a la espera de las elecciones alemanas de otoño”, indica una fuente de la Comisión.
El panorama dista mucho de estar claro: los analistas esperaban un triunfo de la socialdemocracia en Italia, que hubiera hecho más probable un frente común Roma-París-Madrid, más dudoso en este momento. Pero al menos la rebelión ciudadana contra la corrupción de la casta política y contra las recetas ultraliberales dictadas por Bruselas y Berlín ha inundado el Parlamento italiano y empieza a tener algo de tracción en Europa. El resultado del Movimiento 5 Estrellas, que recibió 8,6 millones de votos —Silvio Berlusconi pierde seis millones respecto a 2008 y el Partido Democrático de Bersani se deja 3,4 millones, por no hablar del fracaso sin paliativos del candidato comunitario, Mario Monti—, es toda una novedad en Europa. El partido más votado en la Cámara, que hace añicos el sistema de poder surgido del macroproceso Manos Limpias, preconiza un referéndum sobre el euro y cuestiona las políticas de austeridad. Sus 109 diputados y 54 senadores tienen ahora la llave de las reformas en Italia y serán cruciales para el futuro de Europa.
Francia, el gran socio comercial de Italia, y su espejo y modelo en tantas cosas, ha recibido los resultados con respeto absoluto y mucha tranquilidad, a diferencia de Alemania, cuyos máximos responsables no han dejado de lanzar voces alarmistas. Un portavoz del Elíseo explica a este diario que el presidente solo valorará los resultados, como es costumbre, cuando se haya nombrado al primer ministro, pero avanza que el complejo desenlace electoral “refuerza la estrategia de Hollande y su idea de que la austeridad sin crecimiento erosiona la confianza de los ciudadanos en el proyecto europeo”.
Sin decirlo de forma explícita, para no escocer a Alemania ni a Bruselas, París analiza el fragmentario voto italiano como una seria llamada de atención contra las recetas que han profundizado la recesión europea. El Elíseo apela a la vigencia del reciente discurso de Hollande ante el Europarlamento: “El crecimiento debe ser el corazón de la estrategia, debemos ahorrar y equilibrar las cuentas sin debilitar la economía. Demasiada austeridad solo conduce a menos actividad y más desempleo, y por tanto a la desesperación de los ciudadanos. Italia confirma esa visión: tenemos que impulsar la construcción europea, crear un nuevo modelo social y económico”.
A la vez, los asesores de Hollande niegan que esto suponga un choque frontal con las políticas que propugna Merkel: “Hemos intentado generar una nueva dinámica con Italia, con España y con Alemania, y el discurso de Berlín ha evolucionado y se ha acercado a las posiciones francesas”. Lejos de la postura del Gobierno alemán y español, que han comentado con preocupación los resultados electorales italianos, París mantiene un “respeto absoluto al voto soberano”, según explicó el ministro Arnaud Montebourg.
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