Las trampas de la guerra contra el terrorismo
El uso de 'drones' como alternativa a la invasión de un país y el envío de comandos especiales
La ofensiva contra Al Qaeda lanzada tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 ha metido a Estados Unidos en sucesivas trampas que han minado su reputación y han debilitado su estado de derecho. Guantánamo, las guerras de Irak y Afganistán, los secuestros de sospechosos, las torturas, las cárceles secretas y el protagonismo asumido por la CIA en las operaciones militares son consecuencias directas de una guerra de formato y características excepcionales.
Barack Obama trató de eliminar esas trampas, y lo consiguió parcialmente –aunque Guantánamo sigue existiendo y la militarización de la CIA no ha disminuido-, pero cayó en otra igualmente peligrosa: el uso de drones (aviones sin tripulación) para eliminar a los principales líderes terroristas, lo que supone el recurso a ejecuciones selectivas sin control judicial y las muertes de inocentes en acciones que, por su naturaleza, tienen enorme riesgo de causar lo que se conoce como daños colaterales. Se calcula que más de 3.000 personas han muerto solo en Pakistán por ataques de drones, obviamente no todos ellos militantes de Al Qaeda.
Ahora, pese a las críticas desatadas contra esos métodos, no es fácil salir de esa trampa. Si EE UU pretende seguir actuando contra miembros de una organización con voluntad manifiesta de dañar los intereses norteamericanos, solo tiene tres maneras de hacerlo: con la invasión del país en el que se encuentren, mediante el envío de comandos para matar o detener a los sospechosos –aunque el arresto es complicado porque no existen vías para su procesamiento en territorio estadounidense- o el uso de los drones.
La primera es una opción descartada de antemano por la actual Administración. Respecto a las otras dos, un comando fue el método elegido para matar a Osama bin Laden, una ocasión en la que primó la voluntad de certificar que la víctima era realmente el fundador de Al Qaeda, lo que no hubiera sido posible con un bombardeo. Pero la intervención de un comando supone el peligro de pérdidas de vidas entre algunos de sus miembros o errores o circunstancias imprevistas que desencadenan situaciones militares más complejas.
Pese a las críticas desatadas contra esos métodos, no es fácil salir de la trampa.
En el caso de los drones, el riesgo para EE UU es mínimo. Todo lo que puede ocurrir es que el aparato sea derribado y los secretos de su tecnología caigan en manos enemigas. El peligro de los drones es de orden moral y legal. Moral en cuanto que limita las posibilidades de Barack Obama para actuar internacionalmente como un promotor de la paz y abre un nuevo concepto de la guerra de cara a un futuro en el que muchos más países, incluido China, tendrán ese tipo de armamento.
Puesto que EE UU no va a renunciar a combatir a Al Qaeda, se impone marcar con la mayor claridad posible los límites para el uso de los drones y la intervención en el proceso del Congreso y los tribunales, algo para lo que ya existen canales que podrían ser utilizados.
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