_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europa sin Gran Bretaña

La crisis ha puesto en evidencia los intereses divergentes de Londres con una UE unida

Para la gente de mi generación que crecimos con la sentencia orteguiana de “España es el problema y Europa la solución”, resulta muy duro comprobar que España no funciona, pero Europa tampoco. Pero no basta con recurrir a la crisis para dar cuenta de ello, aunque esta haya puesto de relieve las deficiencias. Dejando a un lado los problemas específicos de España, habrá que enfrentarse también a los de Europa.

La Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA, 1950) fue una iniciativa francesa para impedir que resurgiera una industria bélica alemana, pero tanto, o más que evitar a la larga un nuevo enfrentamiento bélico, de lo que se trataba era de fortalecer la Europa occidental ante la amenaza soviética.

La decisión americana de refundar un Ejército alemán, un paso decisivo en la guerra fría, aterró a Francia. La única posibilidad de impedirlo era incorporarlo a uno europeo, de ahí la propuesta francesa de una Comunidad Europea de Defensa (CED), que desde el primer momento contó con el apoyo de EE UU y la adhesión de los seis países que formaban la CECA. Pero en agosto de 1954, la alianza perversa de los comunistas prosoviéticos con los nacionalistas gaullistas rechaza la CED en la Asamblea francesa. ¿Cuál hubiese sido nuestro destino, si hubiéramos empezado la construcción de Europa por una política de defensa común?

No es, sin embargo, una historia contrafactual lo que más echamos de menos, sino averiguar los factores que han llevado al estado calamitoso en que hoy se encuentra la UE. Aunque pueda sorprender, afirmo categóricamente que buena parte de los males de hoy provienen de la política de ampliaciones.

Junto a Irlanda y Dinamarca, ingresa Reino Unido en 1973, y desde el momento mismo de su tardía asociación, se percibe una fuerte desconfianza ante la Europa comunitaria. Dos son los motivos fundamentales: no cabe ser el aliado principal de EE UU y socio leal de la Comunidad Europea; no en vano el general De Gaulle se opuso a la entrada de Gran Bretaña. En segundo lugar, los británicos se encontraron con una Europa ya acoplada a los intereses agrarios de Francia y a los industriales de Alemania. Pero, fueron ellos los que no quisieron entrar, cuando habrían sido recibidos con los brazos abiertos y hubieran podido ajustar las instituciones comunitarias a sus necesidades. Tardaron demasiado en descubrir que contarse entre los vencedores de las dos guerras mundiales no impediría ser desalojados del pedestal de gran potencia al perder el Imperio.

Dos años después de la entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea, firmado en Maastricht en 1992, el 1 de enero de 1995 se incorporan Austria, Finlandia y Suecia en una nueva Unión, con un mercado único, que hacía realidad la libre circulación de mercancías, servicios, personas y capitales, y que incluso divisaba ya una moneda única, ganando, eso sí, Reino Unido dos nuevos aliados para el bloque opuesto a la unión política.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

En mayo de 2004 se llevó a cabo la ampliación al Este con 10 nuevos países y en 2007 se incorporaron Bulgaria y Rumanía, formando la Unión 27 países con casi 500 millones de habitantes. Lo más llamativo fue que, tanto los que anteponían la ampliación a la profundización, como los que compartían preferencias invertidas, impulsaron, aunque por motivos distintos, una tan rápida y numerosa ampliación. El bloque británico pensaba cerrar así definitivamente la posibilidad de una unión política, y el eje franco-alemán creía compatible la conquista de los mercados del Este con su programa de una unión económica que desembocase en una política.

La crisis ha puesto en evidencia los intereses divergentes de Reino Unido con una Europa unida económica y, por tanto, un día también políticamente. En este bloque a nadie se le oculta la rémora que significa Gran Bretaña, a la vez que aumentan los británicos que exigen un referéndum para salir. A Reino Unido le conviene mantenerse al margen de los proyectos europeos, pero dentro de la Unión, al menos mientras no esté claro si el euro se salva. La cuestión que hoy se plantea es si cabe avanzar en el proceso de integración con Gran Bretaña dentro. No existen, sin embargo, mecanismos para expulsarla, ni los británicos saben por ahora si les conviene.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_