Estados Unidos, al borde del abismo fiscal
Tras el baile de cifras sobre los gastos que hay que recortar y los impuestos que hay que aumentar, se esconde una disputa sobre el modelo económico que cada partido defiende
Con pocos días por delante para evitarlo, Estados Unidos se encuentra al borde de lo que se conoce como “el abismo fiscal”, al borde de una ruptura de la negociación sobre los presupuestos con potenciales efectos desastrosos para la economía mundial. Demócratas y republicanos están enzarzados en una pelea en la que está en juego, no solo el futuro político de cada partido, sino la estabilidad económica de este país, su gobernabilidad y su credibilidad como primera potencia.
Si este asunto tiene la trascendencia que se le reconoce es porque, tras el baile de cifras sobre los gastos que hay que recortar y los impuestos que hay que aumentar, se esconde una disputa sobre el modelo económico que cada partido defiende y, con ello, se envía un mensaje al mundo sobre el rumbo que EE UU emprende para los próximos años. Esa disputa debería de haber sido resuelta en las elecciones del pasado 6 de noviembre, en las que ganó el candidato que proponía que los ricos aportaran más al esfuerzo conjunto para estabilizar la economía, es decir, Barack Obama. Pero los republicanos no acaban de admitir su derrota y pretenden ahora compensar en la negociación parlamentaria lo que perdieron en las urnas. Su interpretación es que Obama no obtuvo un mandato suficiente para subir impuestos y que elevar la presión fiscal a los ingresos altos perjudicará el crecimiento.
Si esa batalla ideológica no se resuelve antes del 31 de diciembre, subirán, no sólo los impuestos de los ricos, sino los de todos los contribuyentes, puestos que en esa fecha vence el recorte temporal de tipos impositivos que se hizo durante la Administración de George Bush. Además, de acuerdo a un pacto anterior firmado por republicanos y demócratas, precisamente, para obligarse a llegar a un acuerdo ahora, se reducirán gastos de forma indiscriminada –incluidas ayudas a los parados y gastos militares- hasta llegar a una reducción del déficit equivalente a un 4% del Producto Interior Bruto (PIB). Es lo que se conoce como el “abismo fiscal”, no solo por el impacto que todos esos recortes e impuestos tendrían sobre la economía, sino por el perjuicio para la imagen de EE UU, que correría el riesgo de ver su calificación rebajada por las agencias de crédito. Los efectos de una crisis así sobre economías en situación tan difícil como las de Europa son inimaginables.
Esa disputa debería de haber sido resuelta en las elecciones del pasado 6 de noviembre, en las que ganó el candidato que proponía que los ricos aportaran más al esfuerzo conjunto para estabilizar la economía, es decir, Barack Obama
¿Puede evitarse eso? El sentido común dice que, en el último momento, se debería de encontrar alguna fórmula para lograrlo. Obama ha manifestado este miércoles que confía en que sea posible conseguirlo en un plazo máximo de una semana, para evitar un daño que ya ha empezado a apreciarse. Los inversores han comenzado a resentirse de la incertidumbre que este problema está provocando. La Bolsa de Nueva York lleva varios días de bajadas y se teme que puede empeorar aún si se prolonga la tensión actual.
Otro dato que apunta al optimismo es la debilidad del Partido Republicano. Aún noqueado por los resultados del 6 de noviembre, la oposición carece de la unidad y la autoridad para presentar una seria batalla a un presidente más legitimado y popular que nunca. El diario The New York Times informaba el miércoles de que los líderes conservadores en el Congreso parecen inclinarse por la rendición para no deteriorar aún más la imagen del partido ante la opinión pública. Encuestas recientes muestran que los norteamericanos culparían a los republicanos de un eventual fracaso de las negociaciones.
Pero, dicho eso, todas las indicaciones dadas hasta ahora por los negociadores son pesimistas. Obama dijo que confía en un acuerdo en pocos días, pero también ha dicho que será imposible conseguirlo sin un aumento de impuestos a los ingresos altos. “Vamos a tener que subir los tipos fiscales del 2% de la población con más recursos o, de lo contrario, no vamos a llegar a un acuerdo”, ha advertido. Su oferta es la de elevar del 36% al 39,6% el tipo sobre los ingresos individuales superiores a los 200.000 dólares anuales, y del 33% al 35% el de los ingresos familiares por encima de los 250.000 dólares anuales. Eso dejaría los tipos en el mismo nivel que tuvieron durante la Administración de Bill Clinton, que culminó la presidencia con un superávit en las cuentas públicas.
La Bolsa de Nueva York lleva varios días de bajadas y se teme que puede empeorar aún si se prolonga la tensión actual
Por su parte, el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, ha puesto sobre la mesa una propuesta para incrementar en 800.000 millones de dólares los ingresos fiscales del estado, pero con la condición de que eso se consiga mediante la eliminación o reducción de algunas exenciones actuales –obras de caridad, compra de vivienda, estudios, etc.- y no con el aumento de impuestos a nadie. La Casa Blanca ha contestado que esa cantidad, no solo es la mitad de lo que se necesita aumentar para atajar de forma efectiva el déficit, sino que es imposible llegar a esa cifra sin causar un gran perjuicio a las clases más desfavorecidas. La única solución, insiste el presidente, es aumentar los impuestos a los ricos.
Para los republicanos, eso de subir impuestos es un anatema. Lo es algo menos tras haber comprobado que esa inflexibilidad no les ha funcionado bien electoralmente. Pero aún existe un grupo significativo de congresistas que creen que incluso la propuesta de su compañero Boehner es inaceptable.
Para complicar aún más esta situación, algunos republicanos pretenden condicionar el acuerdo sobre el abismo fiscal a un compromiso de la Casa Blanca para limitar el techo de deuda del Gobierno. Obama ya advirtió el miércoles de que no va a “entrar en ese juego”.
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