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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

No a cualquier precio

A la UE le interesa que Reino Unido sea un miembro a título completo. Por el tamaño de su economía, por su sector financiero, por su tradición democrática

Xavier Vidal-Folch

Primero cayó en la irrelevancia. Fue en la cumbre del pasado diciembre, cuando Reino Unido exigió a los otros 26 que concediesen a Londres privilegios imposibles. Al no obtenerlos se desmarcó del Tratado de Estabilidad, y pues, de la unión fiscal. Y no se le echó para nada en falta. Ahora se arriesga a hundirse en la inanidad, cuando la UE acelera hacia la unión bancaria y pues, económica, y al cabo, política. O sea, federal. David Cameron ha sido más cortés con este segundo proyecto, pero en vano: no existe. Deja fríos a sus socios. Porque estar dentro y fuera al mismo tiempo equivale a no estar: nunca se sabe si llegará o no a cenar esta noche.

Que llegue o que no llegue es cada vez menos significativo. A la chita callando, entre crisis y crisis, entre asfixia y asfixia, la dinámica integracionista europea adquiere mayor empuje de fondo —como también ha dejado de ser inverosímil su contrario, el desastre— de modo que cada vez se paralizará menos por la obstrucción de un solo socio. El filibusterismo basado en el derecho al veto que otorgan las votaciones por unanimidad nunca reverdecerá el momento glorioso —o lamentable— de lady Thatcher. Hoy se activan “cooperaciones reforzadas” o proyectos de una mayoría, y se acude a nuevos tratados inicialmente exteriores al edificio comunitario, sin demasiado remilgo. Si el Estado-nación como armatoste histórico allega escasa masa crítica, uno solo en la UE roza el cero. Mejor que todos tomen nota de este cambio.

Ojalá que lo hagan los británicos, que celebren un referéndum y se conviertan en un socio como los demás, y tan distinguido como corresponde. Porque si coquetearon a ser miembros de una determinada forma, a los demás ya nos les compensa que lo sean de cualquier manera. Aunque les interesa sobremanera que lo sea a título completo. Por varias razones:

Porque Reino Unido sigue siendo, aunque arrostre un severo declive estructural, la tercera economía de Europa, bastante dinámica y creativa en el sector servicios. Porque Londres es un gran centro financiero internacional, aunque también inventa, elabora y esparce productos de riesgo y actividades corruptas, “que frecuentemente nos perjudican” como se quejó ante el Congreso de EE UU el presidente de la Comisión de Futuros, Gary Gensler. Nos conviene la City, pero no una cualquiera, y desde luego no la actual, sino después de haber sido desratizada, desinfectada y desinsectada de especuladores y falsarios.

El Reino Unido interesa también por su arraigada visión del libre comercio, que tanto contribuyó al Acta Unica y al mercado interior, a través de lord Cockfield, entre otros. Por su doctorado en accountability, esa mezcla de transparencia, rendición de cuentas y cumplimiento de compromisos, demostrada por figurar entre los primeros en la aplicación de las normas europeas: es el socio más reticente a abrirles paso, pero uno de los mejores cumplidores cuando se adoptan, a diferencia de los retóricos españoles e italianos, tan voluntariosos en los enunciados como impuntuales en su plasmación. Porque sería estupendo ver al Foreign Office, y a la (ex) Fleet Street —la calle de la Prensa—, remar a favor y no en contra: aquélla, en su calidad de una de las mejores diplomacias existentes; ésta, en tanto que chinos, indios o surafricanos leen Europa en inglés.

Y, last but not least, porque es la democracia más antigua del mundo. Interesa, y mucho, pero no a cualquier precio.

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