Destino Pacífico
China reafirma su particular versión de la Doctrina Monroe: “Asia para los asiáticos”
A comienzos del siglo pasado Theodore Roosevelt vaticinó precozmente que el Pacífico iba a sustituir al Atlántico como gran mar del quehacer mundial. Pero el presidente de Estados Unidos quería decir que el Pacífico sería en ese siglo norteamericano. Su país se había anexionado Hawai y ocupado las Filipinas y otros archipiélagos españoles en la guerra de 1898, y habría de convertir Guam en su gran base aeronaval en esas aguas. Para que el Pacífico se hiciera, sin embargo, asiático tenía que despertar China. Y lo que con las turbulencias del fin de la dinastía manchú en 1911 y la proclamación de la república era impensable, está ocurriendo ante nuestros ojos.
Hoy, en el Observatorio de Paranal, desierto chileno de Atacama, los presidentes Juan Manuel Santos de Colombia, Felipe Calderón de México, Ollanta Humala de Perú, y Sebastián Piñera de Chile firmarán el Acuerdo para la Alianza del Pacífico, que, además de proponer una profunda integración económica de esos países, toma posiciones ante las extraordinarias perspectivas de negocio, centradas en China, que el océano de Balboa ofrece. Los cuatro firmantes, que van desde un indefinido centroizquierda (Perú) a un prudente centroderecha (los tres restantes) forman un bloque de más de 200 millones de habitantes, renta per cápita de casi 10.000 euros, un tercio del PIB de América Latina, y un 50% de su comercio exterior. ¿Pero qué China es la que aguarda?
China, el nuevo “taller del mundo” —como se denominó en el siglo XIX a Inglaterra— recibía en 2000 el 9% del comercio exterior latinoamericano, hoy, en cambio, pasa del 20% y puede desplazar en 15 o 20 años a Europa, que aún acredita la mitad de esas transacciones. En los últimos cinco años Pekín ha concedido a América Latina créditos por más de 50.000 millones de euros, vinculados principalmente a la producción de alimentos, así como está interesado en invertir en infraestructuras para mejorar su aprovisionamiento de materias primas. El interés chino por favorecer la industrialización latinoamericana es, obviamente, nulo. En el Pacífico Sur, que en gran parte reivindica China, se calcula que hay reservas de 130.000 millones de barriles de crudo y 25 billones de metros cúbicos de gas; pero también y en gran parte por ello, se incuba una novísima Guerra Fría entre EE UU y el Celeste Imperio. Hay una base de marines en Port Darwin (Australia) y el presidente Obama anunció en noviembre pasado la reorientación de los intereses exteriores de Washington —en detrimento ¿de quién, si no de Europa?— hacia el Pacífico. Y China, que botará este año su primer portaviones, reafirma incesantemente su particular versión de la Doctrina Monroe: “Asia para los asiáticos” ¿Cómo se ve el mundo desde Pekín? Gírese el mapamundi hacia la izquierda para que en vez de darnos de bruces con Europa occidental, de norte a Sur, Gran Bretaña, Francia y España-Portugal, obsérvese como el centro del planeta se aloja en el palacio de verano de la capital china, allí donde mejor se percibe la ley de gravitación universal. Toda una cura para la idea eurocéntrica de la historia.
Para los cuatro firmantes, a los que pronto se sumarán Costa Rica y Panamá, esa descubierta encierra diferentes significados que desbordan lo puramente económico. Es un primer paso hacia la liquidación del eurocentrismo del criollato, aunque quienes vayan a darlo sean muy mayoritariamente criollos (Santos, Piñera, y Calderón). Es la suya una negociación Sur-Sur, que puede pasarse de la intervención del Norte, representado por Europa e incluso Estados Unidos, y marca una simbólica emancipación intelectual de los antiguos colonizados, no sin que el lastimoso estado de Europa provoque en algunos actores un si-es-no-es de satisfacción. En segundo término, esta orientación apunta a nuevas realidades. Brasil, que lleva años postulándose como prima donna de América Latina, puede interpretar el movimiento como un ejercicio de compensación: al gigante próximo de Brasilia se le opone otro más lejano y sin aspiraciones políticas conocidas como Pekín. En el esquema westfaliano de equilibrio entre Naciones-Estado, América Latina, pese a las diferencias entre el grupo bolivariano, Brasil, y el resto, tiene ya unas ciertas hechuras de bloque internacional, y percibe a China como recurso y jamás amenaza.
Por último, ese nuevo frente exterior podría facilitar la reincorporación de México, con el presidente que suceda a Calderón el próximo 1 de diciembre, a la política general iberoamericana, tras el duradero y narcótico ensimismamiento en su frontera norte. Al bloque de naciones de habla hispana le haría mucho bien ese regreso.
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