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Columna
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La senda del crecimiento

El sistema financiero razona a corto plazo; Europa debe razonar a largo plazo

¿Hay que temer un recrudecimiento de la crisis europea? Eso parece indicar cierta proliferación de síntomas, como el nuevo aumento de los tipos de interés de las deudas italiana, española y también francesa, y el repliegue de los inversores hacia los bonos públicos estadounidenses (aun cuando la economía norteamericana no ha salido del atolladero). El celo del Banco Central Europeo es notorio: la tregua que hemos disfrutado se la debemos a él y a su presidente, Mario Draghi. Pero volvemos a vernos atrapados en ese círculo vicioso tantas veces descrito: la crisis de la deuda inspira medidas de austeridad que comprometen el crecimiento, o incluso provocan la recesión; a la vez, sin una recuperación de la actividad, no habrá retroceso del desempleo ni tampoco del impacto de la deuda. Al contrario.

Este es el contexto en el que hay que examinar las elecciones francesas. Efectivamente, los mercados vigilan a Francia. Y el destino de Europa podría depender de la valoración que esos mismos mercados hagan de las primeras actuaciones del próximo presidente francés. Si nos centramos en el favorito, a saber, el socialista François Hollande, no podemos sino darle la razón. En efecto, lo que desea no es tanto “renegociar” el tratado presupuestario que acaba de adoptar la UE, como completarlo. Hollande quiere convencer a sus socios de añadir al rigor presupuestario un capítulo “crecimiento” que relance la actividad. Puro sentido común. Por otra parte, la Comisión Europea no es hostil a esta medida. Hoy por hoy, Francia, sobre todo, hace oídos sordos. Ahora bien, Europa no puede insistir en el esfuerzo exigido a sus ciudadanos, en particular a españoles e italianos, antes de que los franceses se sometan a ese mismo esfuerzo. Europa tiene que encontrar el camino de la reactivación y la inversión. Como es sabido, el sistema financiero razona a corto plazo. Hoy, necesitamos razonar a medio y largo plazo y, por ende, inversiones, empezando por grandes infraestructuras intraeuropeas.

Pero venza quien venza, Hollande o Nicolas Sarkozy, es previsible que se produzcan tensiones. Por una parte porque, pase lo que pase, las agencias de calificación van a querer rebajar la nota de Francia. Es un secreto a voces. Y por otra porque, a juzgar por los movimientos de la semana pasada, los mercados ya han comenzado a sancionar el contenido de la campaña electoral francesa. Por supuesto, Hollande corre el riesgo de ser sancionado con mayor severidad que Sarkozy, pues, ya se sabe, la izquierda no es santo de la devoción de los hedge funds y demás especuladores...

Sin embargo, si prestamos atención al fondo de sus discursos, veremos que ambos han inscrito su acción en la búsqueda del equilibrio de las cuentas públicas. Sarkozy promete el regreso al equilibrio en 2016; Hollande, más realista, en 2017. Pero tanto uno como otro supeditan su actuación a este eje central. Por eso, el juicio global sobre su campaña es bastante injusto.

Con todo y con eso, sus programas conservan sus propios tintes ideológicos. Ambos se enfrentan al reto de encontrar 100.000 millones de euros durante el próximo quinquenio. Sarkozy asegura que la mayor parte de esa suma provendrá de una reducción masiva del gasto público. En cambio, Hollande pretende que el esfuerzo recaiga en primer lugar sobre la fiscalidad y que el grueso de la subida de impuestos grave a los franceses más acomodados y a las empresas más grandes, pero se abstiene de precisar qué recortes impondrá a las entidades públicas. A Sarkozy, le podríamos decir que, para no perder votos, está ocultando la subida de impuestos que tendrá que llevar a cabo. A Hollande, le podríamos objetar que tendrá que aceptar una sensible disminución del número de funcionarios. Y podríamos resumir sus programas respectivos invirtiendo el eslogan de Sarkozy en 2007: “Trabajar más para ganar más”, prometía el ahora presidente saliente, mientras que, gane quien gane, hoy solo podemos esperar trabajar más para ganar menos...

En el pasado, al menos a partir de 1983, con los Gobiernos Rocard y Jospin, los socialistas recibieron un merecido reconocimiento por su buena gestión. Hollande promete ser serio. Además, tendrá que ser valiente.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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