La oportunidad de construir una nueva Europa
La vieja UE no funcionaba, eso ha quedado claro con la crisis de la deuda. Pero muchos europeos piensan que ahora existe un camino claro hacia un bloque más integrado
La vieja Unión Europea no funcionaba, eso ha quedado claro con la actual crisis de la deuda. Pero muchos europeos piensan que ahora existe un camino claro hacia un bloque nuevo, más integrado y más pequeño. ¿Qué hace falta para que eso sea posible? Más democracia y menos soberanía de las naciones-estado.
El corredor sigue adelante sin que le importe el tiempo húmedo y neblinoso de noviembre. Una vez más, Joschka Fischer, exministro alemán de Exteriores y eminencia gris del Partido Verde, se ha acostumbrado a correr de forma habitual por los tranquilos barrios del distrito de Grunewald, en Berlín. Es el tipo de ejercicio, dice, que le deja tiempo para pensar. “Mientras corría”, dice, se le ocurrió “cómo podrían funcionar las cosas en Europa”.
Para estabilizar el continente en crisis, Fischer, fanático europeísta, quiere que haya un órgano político decidido, formado por los dirigentes de los países de la eurozona. Considera que sus respectivos parlamentos nacionales deberían darle una enorme autoridad y el poder necesario.
Fischer está pensando en un plan de rescate. No un plan de rescate solo para los bancos, Italia o el euro, sino para todo. Piensa en un cuerpo de bomberos formado por funcionarios de la Unión Europea, que sería, dice, una “vanguardia de los Estados Unidos de Europa”.
En otras palabras: ha llegado el momento de dejar las quejas. Europa solo se puede salvar si se reinventa por completo. La crisis financiera es el punto de inflexión en la historia de la unificación europea.
La vieja UE está acabada. El bloque de 27 miembros es más impopular que nunca. Los ciudadanos han tomado nota de que la inmensa burocracia de Bruselas carece de la capacidad de controlar la crisis que está extendiéndose por la unión monetaria. Y también ha quedado claro que los Gobiernos nacionales que han elegido están en pleno proceso de desmantelar el proyecto histórico de unificación europea. Al fin y al cabo, el mundo no espera que el Consejo Europeo, la Comisión Europea ni el Parlamento Europeo saquen a Europa de la crisis. Lo esperan de Angela Merkel.
La vieja Europa ha dejado de existir
La canciller alemana y el presidente francés Nicolas Sarkozy, prácticamente sin contar con nadie más, pusieron en marcha el plan de rescate de Grecia, derrocaron el Gobierno de Atenas y colocaron a un miembro enfermo, Italia, bajo supervisión internacional. Durante la cumbre del G-20 celebrada a principios de noviembre se veían carteles con las palabras “en Cannes se está haciendo historia”. Pero es una historia de nuevo tipo. La vieja Europa, esa estructura de unidad alojada en unos edificios imponentes en Bruselas, esa colección visionaria de ideas de paz, libertad y prosperidad, la Europa de las grandes palabras y los tratados impenetrables, el monstruo babilónico que escupe toneladas de papel en 23 idiomas cada día, se inmiscuye en todo trata de meterlas cosas a cucharadas a sus ciudadanos, esa Europa, ya no existe.
Los ciudadanos en Atenas y Bruselas,Madrid y Berlín, salen a las calles del continente tambaleante para protestar contra sus políticos. ¿Se ha convertido Europa en una pesadilla? Ha llegado la hora de dejar las quejas. La nueva Europa será un sueño, no una pesadilla.
A diferencia de Fischer, no todos los que tienen planes ambiciosos sobre el futuro de Europa salen a correr en medio de la niebla de noviembre. Existen muchos otros grandes pensadores en los países más influyentes de la Unión Europea, personas que están trabajando mucho en la elaboración de planes para una casa europea que sea mejor, más democrática, másunida y más inmune a las crisis que la Europa actual.
En las capitales de todo el continente, los Gobiernos han reunido a sus expertos en sesiones de reflexión y trabajo, y politólogos y specialistas en derecho internacional se reúnen en think tanks con el fin de desarrollar modelos y buscar un futuro para Europa. Pensadores tan influyentes como el filósofo alemán Jürgen Habermas han intervenido en el debate para construir un continente unido.
“Una oportunidad de hacer grandes cosas”
Los expertos intentan escapar de la crisis actual con un gran paso adelante. Por primera vez en años, los funcionarios que están trabajando para poner fin a la crisis han empezado a pensar en “más Europa”, una nueva Europa con poderes ampliados y un Gobierno real. La crisis,dice el sociólogo de Munich Ulrich Beck, es “una oportunidad para hacer grandes cosas”.
“Quien debería tener derecho a decidir qué deben pagar los ciudadanos europeos y cuánto deben ahorrar no es ni un grupo de Frankfurt ni una troika, y desde luego no el G-20, que no responde ante nadie”, dice Ulrike Guérot, la aguerrida portavoz en Berlín del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, el think tank internacional al que pertenece también Joschka Fischer. Según Guérot, esas decisiones debería tomarlas un brazo ejecutivo europeo dotado de fuerza y “apoyado por un parlamento de toda la eurozona”.
“Debemos inventar y establecer Europa por segunda vez”, explica Sigmar Gabriel, presidente del Partido Socialdemócrata alemán (SPD), de centroizquierda. Es fácil decirlo desde su puesto de líder de la oposición. Pero muchos miembros del partido de Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), de centro derecha, están de acuerdo, solo que no lo dicen abiertamente. Los funcionarios de la Cancillería también están buscando nuevos conceptos para el día en el que pase la crisis.
Es una oportunidad para cambiar el mundo. ¿Porqué, por ejemplo, no va a ser posible que “los europeos” se unan, como hicieron los 13 nuevos Estados americanos en 1787 para celebrar ´la convención de la que salió su constitución? También entonces los estados se disputaban el poder y eldinero. Pero, después de una larga lucha, lograron constituirse –bajo el lema “Nosotros, el pueblo”— en un Estado federal poderoso y democrático que todavía hoy perdura.
Los estadounidenses consagraron “la búsqueda de la felicidad” en la Declaración de Independencia. ¿es que es muy distinto del sueño europeo de paz, libertad y prosperidad? ¿Será posible que las palabras “Nosotros, el pueblo”, o “Nosotros, los europeos”, queden grabadas también en la constitución de un Estado federal europeo algún día?
Una visión meditada del futuro de Europa
Hasta qué punto ha entrado ya esta idea histórica en la política real es algo que se refleja en la pasión con la que el filósofo alemán Hermann Lübbe rechazó la noción de unos Estados Unidos de Europa en el Frankfurter Allgemeine Zeitung hace unos días. Si, después de la“moneda común”, se proclamara ahora una “nación común”, advierte Lübbe, solo serviría para “acelerar el catastrófico resultado” de la crisis. En su opinión,“no hay perspectivas” de lograr un consenso entre “Finlandia y Grecia, Eslovenia y Portugal, Austria y Francia”.
Los pragmáticos partidarios del “no va a servir de nada” sirven de contrapeso a los idealistas del “por lo menos vamos a intentarlo”. Como consecuencia, muy pocos políticos siguen atreviéndose a elaborar una visión meditada del futuro de Europa. “Al fin y al cabo, todo el mundo quiere algo”, se lamenta Habermas, apasionado defensor de Europa. El objetivo supremo, dice, ha quedado oculto.
Peter Altmaier, influyente parlamentario conservador e importante aliado de Merkel, dice que, aunque “en nuestro futuro inmediato” no está presente un federalismo europeo de tipo norteamericano, deberíamos poder, “por lo menos, hablar de ello”.
No será por falta de ideas audaces. Charles Grant, fundador del Centre for European Reform, un think tank con sede en Londres, ha propuesto una visión de una Europa unida y democrática, en la que los ciudadanos de los distintos Estados miembros voten directamente a los comisarios europeos, en vez del sistema actual, en el que los escogen los Gobiernos nacionales a puerta cerrada. El modelo de Grant incluye que el presidente de la UE seleccione a los 10 mejores de los 27 elegidos por los ciudadanos y los otros 17 sean adjuntos. Este sistema permitiría tener un Gobierno europeo fuerte y democrático.
La idea de un Gobierno único y poderoso para todos los países de la UE –o al menos para la eurozona--, con sede en Bruselas, inspira también los planes de algunos grupos concretos dentro del Parlamento Europeo. Y casi todos están de acuerdo en que los ciudadanos de unos posibles Estados Unidos de Europa deberían tener una voz más firme y Bruselas debería tener más poderes. Lo cual, a su vez, significaría una transferencia de soberanía de los países a la Unión.
La realidad cada vez más cercana de una Europa más pequeña
Precisamente al llegar a este punto de la conversación es cuando los políticos alemanes suelen recoger sus papeles, guardar sus maletines y abandonar la sala. Alemania no va a aceptar esta versión de Europa. El máximo tribunal del país, el Tribunal Constitucional Federal, dejó claro en junio de 2009, con su decisión sobre el Tratado de Lisboa, que la constitución alemana fija unos límites claros al traspaso de soberanía a Bruselas. Y esos límites, como dice el presidente del tribunal, Andrea Vosskuhle, están “probablemente muy agotados”.
Pero la crisis lo cambia todo. Hasta los magistrados de los altos tribunales alemanes saben que no pueden bloquear una respuesta europea a los problemas mundiales a base de citar su interpretación de la constitución alemana de posguerra. Es más, los expertos constitucionales han ideado una solución que ya están desarrollando y detallando en los ministerios de Berlín.
La solución está unida a un número: 146. Es el número de una disposición al final de la constitución alemana. En 1949, cuando el país acababa de dividirse, los autores de esta disposición la incluyeron con el fin de que se aplicara en caso de reunificación. Afirma que ,un día, todo el pueblo alemán, “por propia y libre voluntad”, tendrá derecho adotarse de una constitución totalmente nueva.
Es decir, en Alemania podría escribirse la historia. Por el bien de los Estados Unidos de Europa, el país europeo más fuerte tendría que reinventarse.
Es imposible evitar que los países europeos sacrifiquen parte de su soberanía e incluso de sus identidades. Ya hoy son meras sombras de lo que eran en otro tiempo.
Una sola voz
El filósofo Habermas habla de las sociedades mundiales que no pueden seguir permitiéndose el lujo de resolver sus problemas país por país, y las llama la“constelación posnacional”. Existen varios temas, desde las finanzas hasta el clima, desde la energía hasta la inmigración, en los que a Habermas le parece “sencillamente una tontería pensar que Europa va a seguir contando si noaprende a hablar con una sola voz”.
A los principales pensadores y expertos en derecho internacional ya les parece una estupidez distinguir entre política interior y política exterior dentro de Europa. “La diferencia entre lo nacional y lo internacional está empezando a difuminarse”, dice Habermas, que destaca que el derecho internacional y el nacional empiezan a parecerse. El catedrático de derecho constitucional en Frankfurt Erhard Denninger se pregunta “si tendrá ni siquiera sentido en el futuro hablar de soberanía nacional”.
Para Denninger, uno de los principales expertos en la constitución de Alemania, la idea de que las naciones europeas solo tienen posibilidades de conservar sus identidades nacionales dentro de una Unión es anticuada. Cita a Hermann Heller, un importante profesor de derecho constitucional en la República de Weimar, que, poco después de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, preguntaba “si la única esperanza de salvar el individualismo cultural de las naciones europeas es mediante una nación federal europea”.
Unas cuantas catástrofes y casi 100 años después, el problema sigue estando –o vuelve a estar— en el orden del día. ¿Pero quién hace la pregunta hoy con tanta claridad?
“Quienes desean Europa deberían decir, por fin, hacia dónde quieren ir”, dice el exministro de Exteriores Fischer, uno de los instigadores de la constitución de la UE que salió derrotada en los referendos francés y holandés de 2005. Europa, dice Fischer, no puede “seguir siendo algo difuso, abstracto, cierto tipo de entidad legal. De lo que estamos hablando esde la materialización de los Estados Unidos de Europa”.
Justo y democrático
No cabe duda de que un Estado federal europeo iría mucho más allá de la Europa actual prevista en el Tratado de Lisboa. Habría que sustituir a los tecnócratas de Bruselas por unas instituciones políticas con fuerte poder de decisión y amplias competencias para elaborar la política económica y social de toda Europa. Y eso solo es posible si lo que se desarrolla en el ámbito europeo es, al mismo tiempo, justo y democrático.
¿Es posible eso? ¿Cooperarían los países yciudadanos de Europa?
El pragmático Fischer cree que no es realista pensar en que los 27 Estados miembros pudieran ratificar una enmienda de fondo y a largo plazo del Tratado de Lisboa. “Los 27 miembros no son capaces de eso”, dice. Por eso es partidario de una comunitización, una puesta en común de facto de las políticas nacionales. En vez de emprender largas negociaciones para elaborar tratados, los líderes europeos deberían avanzar y coordinar sus políticas. Fischer opina que mover a 27 países es demasiado difícil, pero le gustaría ver avanzar a los 17 dirigentes de los países de la eurozona, como han hecho a la hora de establecer el fondo de rescate del euro.
En pocas palabras, Fischer quiere convertir el eurogrupo en un nuevo Gobierno europeo. Un Gobierno fiscal y económico en el que los 17 asumirían el control conjunto de sus países. “Sería la vanguardia de los Estados Unidos de Europa”, explica.
La diferencia fundamental entre esto y las escaramuzas intergubernamentales que han caracterizado el método de liderazgo de Merkel es que las partes negociadoras del europaís podrían llegar acordar una política económica y fiscal común, y su supervisión conjunta, de manera rápida, discreta y vinculante.
Según la propuesta de Fischer, funcionaría porque contarían con el apoyo de los parlamentos nacionales. “Los poderes parlamentarios de control pasarían de las capitales europeas a Bruselas”, dice.
Durante sus sesiones de jogging, Fischeri magina la manera de hacer funcionar todo esto. Cuando los líderes de los 17 países de la eurozona se reunieran en Bruselas, les acompañarían los líderes de las respectivas mayorías en los parlamentos nacionales y los de la oposición. Fischer opina que sería un número de personas manejable y que reuniría un poder parlamentario considerable. Los resultados de esa reunión tendrían muchas probabilidades de ser aprobados y ratificados por los parlamentarios que se hubieran quedado en su país.
Democracia paralela
Sería una especie de democracia paralela, y tan cuestionable, desde el punto de vista constitucional, como el Gobierno secundario que se establecería en Bruselas al margen del Consejo, la Comisión y el Parlamento. Pero esa Europa reducida, por lo menos, podría funcionar hasta que la UE instituyera una estructura más permanente.
“En algún momento, no de inmediato, se incluirá un modelo de este tipo en los tratados”, afirma Fischer. “Y cuando los demás vean lo bien que trabaja la vanguardia, muchos querrán participar”. Sería un paso fundamental hacia los Estados Unidos de Europa.
¿Y qué pasaría con el Consejo, la Comisión y el Parlamento? Con el nuevo Gobierno europeo, ya no serían necesarios.
En opinión de Fischer, el ejemplo de los Acuerdos de Schengen demuestra que un éxito puede impulsar un cambio gradual en los tratados de la UE. Los acuerdos para eliminar los controles fronterizos los firmaron unos cuantos Gobiernos en 1985, en la ciudad vinatera de Schengen, en Luxemburgo. Alcanzaron un acuerdo por su cuenta y sin las bendiciones de Bruselas. Y, con los años, el resultado fue tan bueno que ahora se considera un elemento crucial de la Unión Europea y está consagrado en el Tratado de Lisboa.
El método de Schengen fue una solución de pasillos, pero dejó clara la unificación pragmática de las dos vías por las que se construye la política europea. Una es la estrategia de colaboración que adopta la Comisión, en concierto con el Consejo y el Parlamento Europeo, tal como se describe en el Tratado de Lisboa. Y la segunda es la que consiste en acuerdos intergubernamentales, negociados entre capitales europeas al margen de Bruselas.
La crisis ha demostrado sin ninguna duda qué método es el que domina en Europa: el de los jefes de Estado y de Gobierno. No Bruselas. “Somos el Gobierno económico”, destacó hace poco la canciller alemana. Al decir “nosotros”, se refería a sí misma y a otros líderes de Estados miembros de la UE.
Los problemas del método Merkel
El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, se apresuró a quejarse ante el Parlamento europeo. “La Comisión es el Gobierno económico de la Unión”, dijo, y destacó que ningún Gobierno –ni siquiera el alemán—“puede, para ser sinceros, hacer esto por su cuenta”.
Nada más pronunciar esas palabras, la realidad le quitó la razón. Europa está gobernada, cada vez más, sin contar con Barroso. El comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn critica el “exceso de actividad intergubernamental”. En las capitales europeas, a esa actividad se la denomina ya “el método Merkel”. Las decisiones más importantes sobre el rescate del euro y los Estados miembros en dificultades como Grecia, Irlanda, Portugal y España se tomaron durante reuniones a escondidas entre los principales dirigentes nacionales. El eje Berlín-París y los acuerdos entre Merkel y Sarkozy (“Merkozy”) presentaron a los parlamentos nacionales y a toda la maquinaria depoder de Bruselas –Comisión, Parlamento y Consejo— un hecho consumado.
“Somos el Gobierno económico”. Al hacer unas afirmaciones tan audaces, muchos Estados miembros –sobre todo Alemania—subrayan el hecho de que los países no han transferido una serie de competencias importantes para la gestión de la crisis europea a Bruselas. Los Estados miembros insisten en su soberanía en materia de presupuestos, finanzas y política económica, social y fiscal. Ahora que las cosas están poniéndose serias, queda al descubierto la debilidad de Europa. Las decisiones europeas fundamentales, como el rescate de Grecia, las tienen que negociar unos potentados de manera individual en la trastienda, igual que cuando Europa era una colección de principados, y aun en situaciones de extremo peligro y máxima urgencia.
En esta democracia europea, los que más dinero poseen tienen la última palabra. “Ahora es la dama la que decide”, dijo hace poco el antiguo jefe de la Comisión y socialdemócrata italiano Romano Prodi. No es casualidad que los manifestantes en Lisboa mostraran caricaturas de Merkel con las manos en forma de tijeras.
”Cualquier idiota puede bloquear todo”
Pero no estan fácil. El inconveniente del método intergubernamental es que no se puede llegar a acuerdos entre los países participantes por mayoría, como ocurre normalmente en el Consejo Europeo, sino solo por uanimidad. Esa es precisamente la razón por la que Prodi cree que el método Merkel, a largo plazo, es insostenible. “La gente empezará a darse cuenta de que el concepto de unanimidad en todas las decisiones clave ya no sirve. El hecho de que cada Estado miembro pueda, por sí solo, retener a todos los demás con su veto, impide cualquier proceso razonable de toma de decisiones”. El sucesor de Prodi, Barroso, lo dice de forma más sucinta: “Cualquier idiota puede bloquear todo”.
Otro aspecto peligroso del método Merkel es la falta de transparencia. Habermas, europeísta confeso, no pierde ninguna oportunidad de advertir contra el declive de la cultura democrática en Europa. Para el filósofo, el método Merkel de toma de decisiones es “una forma de arrebatar a los ciudadanos europeos sus derechos”, y destaca que ha descendido “un velo gris” sobre los parlamentos nacionales, que con frecuencia no tienen más remedio que aprobar sin condiciones lo que ha dicho el oráculo de Merkozy. Los parlamentarios, se burla el euroescéptico Peter Gauweiler, de la Unión Social Cristiana (UCS) alemana, van “como borregos” detrás de la Dama.
En septiembre, los parlamentarios alemanes vieron claramente lo que le sucede aquien no quiere ser borrego, cuando el respetado miembro de la CDU Wolfgang Bosbach se negó a aprobar los planes de Merkel para financiar el rescate. El jefe de gabinete de la Cancillería, Ronald Pofalla, reprendió a Bosbach y dijo:“No puedo ni seguir mirándole a la cara”. Las objeciones legales ya no se consideran importantes. Casi nadie se atrevió a señalar que, en opinión de respetados expertos en derecho europeo, una porción del paquete de ayuda a Grecia constituye una clara infracción de la prohibición de rescate contenida en el Tratado de Lisboa.
Pero Fischer, mientras corre en Grunewald, lejos de los campos de batalla políticos, está descubriendo un modelo nuevo y esperanzador en este tira y afloja por la crisis. Lo llama “los primeros pasos hacia el método de la comunitización virtual”.
Cambios necesarios en el Tratado
El modelo Schengen, la puerta de atrás hacia una Europa unida, se está repitiendo en la crisis. El fondo de rescate para países insolventes del eurogrupo, el llamado Instrumento Europeo de Estabilidad Financiera (IEEF) y su sucesor permanente, el MecanismoEuropeo de Estabilidad (MEE), que todavía está constituyéndose, son estructuras basadas en acuerdos intergubernamentales entre unos cuantos países de la UE, el método Merkel. Y aun así, poco a poco, pueden representar un avance hacia nuevas instituciones europeas, una especie de Gobierno económico europeo. Incluso es posible que preparen el terreno para hacer los cambios necesarios en el Tratado de Lisboa.
La crisis lo transforma todo. En otros lugares de Europa, muchos creen también que la comunitización gradual y virtual de la política económica y fiscal es la vía para obtener más Europa. “La crisis financiera”, dice el juez constitucional Sabino Cassese en una Italia asolada por la crisis, ha dado a toda la Unión Europea “un gran impulso”. Los “nuevos organismos de control y supervisión de los mercados financieros”, añade, han “aumentado la eficacia de la comunidad”.
“Extrañamente”, explica el catedrático de derecho europeo Mario Chiti, los apresurados acuerdos intergubernamentales sobre el rescate de Grecia han permitido el desarrollo deuna “estructura” fija que ahora está sometida, como cualquier institución de laUE, a la jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia en Luxemburgo.
Según el análisis de Chiti, incluso el propio Consejo Europeo ha seguido el modelo de trastiendas de Schengen hasta convertirse en la institución más importante de la política europea. El Consejo, formado por los jefes de Estado y de Gobierno europeos, ni siquiera existía al principio. En los primeros tiempos, quienes mandaban en Bruselas eran los consejos sectoriales, los grupos de ministros de los Estados miembros, que tenían la responsabilidad de discutir y tomar decisiones sobre las propuestas de la Comisión.
El “Consejo Europeo” nació de forma gradual, gracias a un acuerdo informal entre losdirigentes de los Estados miembros. Se trataba de un enfoque completamente antieuropeo: el grupo de los más poderosos iba a supervisar las actividades delos consejos y lograr que los intereses nacionales fueran puntos de referencia obligatorios en Bruselas. El Consejo Europeo no tuvo estatuto propio hasta el Tratado de Lisboa de 2009. “Así”, explica Chiti, “un instrumento de control delos Estados se convirtió en un motor de integración”.
Un núcleo sólido
Sin embargo, lo que Chiti llama la“tercera vía”, el punto de encuentro entre la cooperación intergubernamental y el método comunitario, resulta solo aceptable para un núcleo duro de Estados miembros fuertes. Fischer no es el único que tiene esas ideas sobre la “vanguardia”. Muchos, en Berlín y en otras capitales europeas, están de acuerdo con él, al menos en teoría. “En un futuro próximo, profundizar la integración solo será posible mediante el método intergubernamental”, asegura el político de la CDU y ministro alemán de Finanzas Wolfgang Schäuble, de quien otros miembros de su Gobierno reconocen sin dudarlo que es “el único auténtico europeo en la mesa del consejo de ministros”.
Fue también Schäuble quien, ya en 1994, se adelantó a la idea de la vanguardia de Fischer en un ensayo escrito en colaboración con el experto de la CDU en política exterior Karl Lamers. “Lo fundamental”, escribió entonces, “es que no debería ser posible quelos países que tengan más voluntad y más capacidad que otros de intensificar la cooperación y la integración se vean impedidos debido al poder de veto de otros miembros”.
La vieja idea de un “núcleo sólido”, que se consolidase cada vez más con el tiempo, se perdió en la época de la euforia de la ampliación. Se abandonó, también, porque el entonces canciller Helmut Kohl pensaba que era “un concepto teórico”.
Hoy hay muchos en Berlín que confían en que la idea de un “núcleo de Europa” acelere laintegración y produzca una simplificación importante de la cooperación intergubernamental. Todos están de acuerdo en que es una buena solución: los protestones británicos se quedarían fuera, y una Europa unida podría olvidarse de ellos si se opusieran a seguir llevando la integración adelante. “Se pondrán furiosos”, dice Fischer, “pero ya no podrán seguir causando problemas”.
Sin embargo, para los alemanes, tener un club demasiado selecto de vanguardia europea representa otro problema. ¿Qué ocurre con Polonia? El vecino oriental de Alemania no entraría, al menos no en una solución restringida al eurogrupo. Aparte de los planes que existan, cada vez existe más inquietud en el Gobierno de Berlín por la posibilidad de que el entendimiento que tanto ha costado alcanzar con un país al que los alemanes habían tratado tan mal en el pasado se vea en peligro si Polonia queda excluida de la evolución europea.
El obstáculo francés
No es extraño que el primer ministro polaco, Donald Tusk, se haya mostrado suspicaz ante los acuerdos separados dentro del eurogrupo y los haya calificado de “insultantes” para los países vecinos. Lo que más temen los polacos, que son muy entusiastas respecto a Europa, es que les incluyan en el contingente oriental de la UE, mientras los países occidentales se alejan de ellos. Consideran que los posibles planes de endurecer los criterios económicos para pertenecer al euroclub antes de que entre Varsovia son una auténtica amenaza. Pawel Swieboda, director del think tank de Varsovia Demos Europa, afirma que la responsabilidad es de Alemania: “El acceso de Polonia a la eurozona es un proyecto germano-polaco”.
Hasta ahora, Polonia ha apoyado firmemente a Merkel en la crisis del euro. Los ambiciosos polacos, que en su mayoría son entusiastas del euro, valoran la perspectiva de hacer su propia aportación al futuro de Europa.
No obstante, el mayor problema para la construcción de un núcleo europeo puede ser Francia. Europa es inconcebible sin Francia. “Ahora bien”, se pregunta Fischer, “¿estarán dispuestos a cooperar?”
Existen pensadores políticos en Francia que están de acuerdo con Fischer. Uno de ellos es Jean-Louis Bourlanges, de 65 años, miembro del Parlamento Europeo desde hace mucho tiempo, que presidió el Comité de Control presupuestario y más tarde el Comité Judicial del PE, y que también intervino en la redacción de la constitución europea.
Bourlanges, que es de centroizquierda, quiere que mejore el control democrático del ejecutivo europeo. Es una de las voces fundamentales en el tribunal de cuentas de París, ha aprendido en Estrasburgo y Bruselas lo importantes que pueden serlos contactos directos entre parlamentarios de los distintos países europeos. Por ese motivo, ha propuesto un nuevo comité que vigile los objetivos presupuestarios conjuntos y las sanciones en caso de infracción. En él estarían los presidentes de los comités presupuestarios nacionales y varios expertos presupuestarios escogidos entre los miembros del Parlamento Europeo. Este comité debatiría soluciones conjuntas y haría propuestas reguladoras. Bourlanges no cree que sirva de nada ceder más soberanía. Según su propuesta, las decisiones se tomarían por mayoría cualificada de los países de la eurozona.
“Alemania tiene que pagar más”
En Francia, el país cuyos ciudadanos ya rechazaron en una ocasión la constitución de la UE, los soberanistas suelen ser fuertes. Son partidarios de Europa, pero solo como medio de ampliar el engrandecimiento de Francia, no como forma de limitarlo.
En los medios de comunicación franceses se habla mucho del “saut fédéral”, el salto al federalismo, cuyo objetivo es rescatar la eurozona. Pero en Francia, el federalismo tiene un significado diferente que en Alemania. El socialista Hubert Védrine, uno de los soberanistas más recalcitrantes, advierte sobre los malentendidos. Según Védrine, la definición francesa de federalismo es “que las deudas se ponen en común y Alemania tiene que pagar más”.
¿Es posible que esa sea su verdadera intención?
Védrine, estrecho colaborador en su día del presidente François Mitterrand y, entre 1997 y 2002, ministro de Exteriores en el gabinete del entonces primer ministro Lionel Jospin, estaba en el Gobierno durante la introducción del euro. En aquel entonces, dice, los alemanes se opusieron con firmeza a salvaguardar la unión monetaria mediante un Gobierno económico, como quería Jacques Delors, el socialista francés que presidió durante tanto tiempo la Comisión.
Védrine asegura que él siempre ha sido partidario de un Gobierno econòmico como solución intergubernamental, siempre que esté claro quién toma las decisiones y qué se decide. Pero insiste en que no es necesario nada más. Védrine, que enseña política exterior y de seguridad en la elitista facultad de Science Po (Ciencias Políticas) de París, no está de acuerdo en absoluto con la idea de unos Estados Unidos de Europa. La comparación con EE UU le parece “absurda”.
Falta de legitimidad
Por consiguiente, se opone a la propuesta del expresidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, cuyo mandato terminó hace poco, de crear el puesto de ministro de finanzas conjunto para la eurozona. Si esta nueva institución dispusiera de un presupuesto europeo, explica Védrine, y pudiera establecer un presupuesto europeo para todos los demás, carecería de legitimidad democrática.
Para Védrine, la soberanía presupuestaria es la base de las democracias europeas, y debe permanecer en manos de los parlamentos nacionales. Opina que los europeos no están dispuestos a ceder más soberanía a Bruselas.
Védrine defiende la creación de alianzas estratégicas sin ninguna cesión de soberanía en un euroclub reforzado. Grecia, dice, debería retirarse del euro durante un tiempo. Habría que introducir los eurobonos con unas condiciones estrictas fijadas por los pagadores alemanes. Cada país debería acceder voluntariamente a limpiar su presupuesto y estimular el crecimiento.
Los colegas socialistas de Védrine no desarrollan mucho más el concepto. Están a favor de un Gobierno económico europeo, una agencia de calificación europea independiente y un impuesto sobre las transacciones financieras. Pero François Hollande, un protegido de Delors, al que los socialistas acaban de designar candidato para las elecciones presidenciales en la primavera de 2012, no tendría seguramente potestad, como presidente, para profundizar la integración mucho más que Sarkozy.
La opción de salirse
Es evidente que Francia, como Alemania, también tiene entendidos y expertos políticos con una visión menos inflexible del tema. Jean-Dominique Giuliani, de 55 años, que dirige desde el año 2000 la Fundación Robert Schuman, un importante think tank con sede en París, tiene depositadas sus esperanzas en la capacidad del eje franco-alemán para revivir e incluso reconstituir Europa. Si Alemania y Francia llevan adelante la integración, por ejemplo con un acuerdo sobre impuestos conjuntos, otros irán detrás, afirma Giuliani. Alemania y Francia, como “pareja”, podrían acelerar de esa forma la integración, sin el Consejo, la Comisión ni el Parlamento.
Giuliani también confía en un núcleo europeo, porque, explica, Gran Bretaña y varios países pequeños están obstruyendo el camino hacia el federalismo. Según Giuliani, ya no es aceptable que todos los países tengan la misma voz y el mismo voto en la UE. “Quien paga manda”, afirma. Si Alemania va a garantizar las deudas de unos países que en el pasado han manipulado sus cifras o se han complicado la vida, entonces debe fijar las reglas. Giuliani cree que los alemanes y los franceses necesitan asegurarse el respeto debido en la UE, y que quien no quieran participar puede salirse.
Por THOMAS DARNSTÄDT, JAN PUHL, HANS-JÜRGEN SCHLAMP, CHRISTOPH SCHULT YHELENE ZUBER
Traducción del inglés de María Luisa Rodríguez Tapia
© 2011 Der Spiegel
Distribuido por The New York Times Syndicate
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