Un día en el que el futuro cambió
Era un día en el que no iba a pasar nada y a las ocho de la mañana eso parecía cierto. Los diarios preparaban titulares previendo el comienzo del censo nacional que iba a realizarse entre las 8 y las 20 y en el que los argentinos, desde Salta hasta la Patagonia, responderían si estaban casados, si no; si estaban empleados, si no; si tenían hijos, si no; si ganaban lo suficiente, si no; si eran argentinos de nacimiento, si no. Lo complicado vendría después, con la utilización y la interpretación de los resultados del censo, pero, en principio, el miércoles 27 de octubre de 2010 no iba a pasar nada.
La mañana, en Buenos Aires, era azul, y la indicación de quedarse en casa, disponible para el censo, era fácil de seguir: todos los comercios -restaurantes, viveros, florerías, bazares, shoppings, cines, tiendas de ropa- permanecerían cerrados bajo amenaza de multa.
Cuando poco después de la media mañana aparecieron los primeros titulares -"Urgente: murió Néstor Kirchner"- la ciudad permaneció igual de imperturbable, como si el estupor -el azar imponiéndose sobre lo programado; la noticia imposible aplastando sin red a la noticia sobre la que ya estaba todo dicho- hubiera ganado a la gente, pero también al cemento, las veredas, los árboles, los guardabarros desorientados de los autos. Alguien, entonces, dijo que en Recoleta, en barrios elegantes, opositores al gobierno, los vecinos estaban tocando bocinazos, batiendo cacerolas, festejando. Pero los diarios y la televisión no dijeron esas cosas, e iniciaron jornadas de ocho, de diez, de trece horas de transmisión sin pausa, en las que amigos de Kirchner hablaron del hondo pesar, y enemigos de Kirchner hablaron del hondo pesar, y militantes de la oposición hablaron del hondo pesar, con esa uniformidad sin aristas que produce la muerte: ese jugo instantáneo de santidad.
Mientras especialistas en salud hacían prolijos análisis de los riesgos a los que se había expuesto el ex presidente, y la televisión repitía las palabras angioplastía, carótida, estrés y poder en todas las combinaciones posibles, en Plaza de Mayo empezaba a agolparse una multitud que los cronistas de la tele describían como "gente pura", queriendo decir que no llevaban pancartas de facciones políticas, y haciendo hincapié en que apenas una pequeña parte de toda esa gente parecía "gente militante", utilizando con reticencia la palabra -militante- que produce, en la Argentina, una irritación por ahora irredimible. Pero, salvo por los cantitos insultantes a Cobos, vicepresidente de la nación y líder opositor, el día seguía impávido, miércoles calmo vestido de luto sin querer.
A las ocho, cuando terminó oficialmente el censo, las horas de transmisión televisiva ya eran muchas, los diarios más importantes tenían sus comentarios cancelados, y el programa 678, de análisis político y tendencia kirchnerista, reunía a diversas figuras -filósofos, escritores, actores, políticos, historiadores- y entre actrices de telenovela llorando en primer plano junto a Madres y Abuelas de plaza de Mayo, el notero de un programa de chimentos dijo que esta muerte lo llevaba a "replantearse toda su carrera" y todos aplaudieron. Los enemigos y los amigos seguían hablando de hondo pesar, los editorialistas y los políticos hacían llamados a la reflexión, los diarios argentinos continuaban con sus comentarios cancelados y, al final del día en que no iba a pasar nada, había muerto un ex presidente, un diputado de la república, el líder actual del Partido Justicialista, el secretario general de UNASUR y el más firme candidato a presidente para las elecciones del año 2011. Al final de un día en que no iba a pasar nada todo había cambiado y el futuro era otro.
Leila Guerriero es periodista argentina, autora de Los suicidas del fin del mundo (Tusquets). Ha ganado el Premio Nuevo Periodismo CEMEX, de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que impulsa Gabriel García Márquez.
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