Los viajes de la discordia
Los regresos a la isla se han convertido en fuente de los mayores enfrentamientos políticos y personales entre la comunidad cubana en EE UU
Las costas de Miami fueron la semana pasada un hervidero de balseros. Entre el martes y el miércoles, en apenas 24 horas, los lancheros dejaron en tierra hasta cinco grupos de cubanos que se aseguraron así, gracias a la Ley de Ajuste, obtener la residencia legal estadounidense en un año. Desde Hollywood y Sunny Isles hasta Cayo Vizcaíno, donde el puente Rickenbacker, por el que se accede, se ha convertido en otro peaje hacia el sueño americano, más de 60 personas llegaron a la Yuma y dieron gracias emocionadas por estar en "tierra de libertad"
Los viajes de ida desde Cuba no cesan. Aunque las vías mexicana y hondureña parecieron sustituir en algún momento a la más directa desde la isla, lo único que se ha producido es la diversificación y el auge del negocio del tráfico humano, con variantes de narcotráfico, secuestros (el más reciente, para arrebatarlos a la policía de inmigración mexicana) y asesinatos. Todo profesionalizado, como los lancheros que se lanzan hacia Miami y sus alrededores.
De los llegados en los últimos meses, sólo una barca rústica burló increíblemente a los guardacostas hace 15 días. El aspecto de sus ocupantes distaba del de la mayoría, casi todos perfectamente aseados y vestidos, apenas un poco despeinados, tras viajar en potentes lanchas de tres y cuatro motores en sólo unas horas. La diferencia, los precios de los billetes: entre nada y 15.000 dólares. Pero después de todas estas aventuras y esfuerzos, lo real es que casi todos tienen pensado ya el viaje de vuelta. Muchos de los llegados vuelven a Cuba en cuanto pueden.
Raro es el que no deja familia en la isla y no todos los que se van tienen cuentas pendientes políticas. El intrincado caso cubano, cuando faltan apenas seis meses para que se cumpla el medio siglo de Revolución, iniciada el 1 de enero de 1959, tiene múltiples aristas. La de los viajes y las trabas de ambos lados, Cuba y Estados Unidos, a los contactos entre los cubanos ha sido fuente perenne de los mayores enfrentamientos políticos y personales. De nuevo está en su punto álgido.
La semana pasada, una comisión del Congreso de EE UU dio luz verde a una propuesta que permitiría los viajes a Cuba una vez al año, en lugar de los tres que impuso el Gobierno de George W. Bush en 2004. También se incluirían las visitas a tíos y primos, que ahora no son considerados familiares cercanos.
El proyecto, sin embargo, difícilmente prosperará en la actual legislatura, pues en último extremo lo vetaría el propio Bush. Es una iniciativa demócrata, en la línea ya anunciada por Barack Obama de liberar las restricciones de viajes y envío de dinero, también controlado hasta ahora. Sólo mantendría el embargo, cuyo amago siquiera de abolición no se plantean públicamente ni los exiliados más abiertos. Hay que empezar por la familia.
Los que promueven la apertura, incluida la otrora recalcitrante Fundación Nacional Cubano Americana, mucho más abierta con Jorge Mas Santos, mantienen la teoría de no castigar al pueblo cubano con medidas que se acercan a las de la dictadura castrista, que no permite desde hace cinco décadas la libertad de movimientos de sus ciudadanos, salvo la de los adictos al poder. Hasta la Unión Americana de Derechos Civiles ha demandado al Gobierno en casos concretos, como el de un hijo de 53 años que viajó a ver a su madre, de 85, enferma de leucemia, en 2007, pero por ley no puede volver hasta 2010. Se han agilizado las reunificaciones familiares pedidas, pero incluso ha habido un desacuerdo entre Estados Unidos y Cuba sobre la cuota legal de 20.000 visados anuales, a la que no se llegó el pasado 2007, mientras se echan la culpa ambas partes. El exilio más reaccionario esgrime las restricciones como otro acoso al Gobierno cubano y para impedir el abuso de que personas huidas de algo que no les gusta, regresen casi corriendo e incluso sólo de vacaciones. Los jóvenes no son como la vieja guardia, sin duda.
Pero, al final, exilio político o económico, la cuestión es la libertad y que la familia es sagrada, no sólo para ocasiones importantes, como bodas o entierros. En la realidad, salvo raras excepciones, las diferencias políticas, aunque puedan ser enormes, no son obstáculo para la atracción entre padres, hijos, hermanos... Al final siempre manda la sangre, aunque también existen decisiones personales honorables, como no querer pasar por la humillación de pedir visado para regresar a su propio país, algo insólito, y sentirse en él, desde las primeras corrupciones aduaneras, sin libertad democrática aún. Pero las restricciones han acabado provocando la picaresca de ir por terceros países o con licencia religiosa, algo sí permitido.
Los republicanos, para acabar de apretar las tuercas, también quieren dar un golpe directo a los viajes desde la propia Florida. El representante estatal David Rivera ha presentado un proyecto de ley que endurecería las regulaciones de las compañías de viajes. En teoría, debería entrar en vigor el 1 de julio y obligaría a las agencias que organicen viajes a la isla a pagar un bono-fianza que podría llegar a los 300.000 dólares.
Aparte del perjuicio económico, al considerarse a Cuba como nación terrorista, las agencias estarían bajo la amenaza federal de que cualquier error o investigación, que empezaría con el presupuesto mínimo de 10.000 dólares, se pagaría con dinero de esa fianza. Y la compañía debería reponerlo para seguir operando.
Las protestas de los empresarios han llegado hasta Tallahassee, sede del Gobierno y el Parlamento floridanos, donde han pedido al gobernador, Charlie Crist, el veto de la ley. Su otra vía de salvación podría ser que, al estar el negocio de los viajes regido por leyes federales, no se le podría aplicar una estatal.
Por todo ello, las próximas elecciones estadounidenses van a ser un nuevo examen desde la óptica cubana. Mientras el exilio más reaccionario aún piensa que el voto de ese origen volverá a ser republicano, como ha sido tradicional, los demócratas opinan que captarán el de las nuevas generaciones, hasta ahora menos influyentes y calladas, sin acceso a los medios de comunicación, por no tener tampoco el poder económico de los grandes empresarios pioneros del exilio, pero que están cansados de la misma receta inservible durante cinco décadas.
El ala dura del exilio, contra Obama
Barack Obama fue el fin de semana el invitado estrella de la reunión de alcaldes de Estados Unidos y América Latina que se celebra en Miami hasta hoy lunes. Fuera, la polémica. Ya había sido objeto del rechazo del exilio cubano más recalcitrante, por sus intenciones de levantar las restricciones a viajes y remesas a Cuba. Ahora, Obama intenta atraer a los votantes de Hillary Clinton, especialmente a los hispanos, pero ha vuelto a tener en contra a los cubanos más anticastristas, que le llaman Hussein Obama o le gritan "Obama, vete para La Habana".
La nueva descalificación de Obama radica en que dos asesores suyos "colaboraron" en la marcha del niño balsero Elián a Cuba en el año 2000. Se trata de Gregory Craig, abogado del padre de Elián, y Eric Holder, que fue el procurador general adjunto, asistente de la entonces secretaria de Justicia, Janet Reno.
David Rivera, representante estatal republicano, también es el principal agitador de este caso: "Es un insulto que cuando el exilio tiene el dolor por el caso Elián, él puede nombrar individuos que tuvieron que ver con el secuestro. Los vínculos de Barack Obama con Greg Craig, un apologista de Fidel Castro, son muy relevantes para los votantes cubano-americanos, al demostrar una política débil del candidato demócrata hacia la dictadura".
Obama contestó: "Eso ocurrió hace ocho años y sin duda fue una situación muy difícil para las familias. Pero estoy aspirando a la presidencia y mi interés es ver cómo podemos crear un camino hacia Cuba que lleve libertad política a la isla y permita al pueblo cubano vivir con prosperidad".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.