Europa recupera lo importante: la voluntad política
Al acabar con el poder de veto de los Estados miembros, la UE se garantiza una silla en las negociaciones de paz en Ucrania


García Lorca es intraducible: una sucesión de imágenes que solo en español puede alcanzar a entenderse, algo así decía Paco Ibáñez en un disco que poníamos en bucle mucho antes de Rosalía. Con Europa sucede algo parecido. Es un bicho francamente difícil de traducir, un “pez sin escamas ni río”, que decía Federico: la Unión es un cuchillo de filo cortante, a veces capaz de actuar con una violencia oscura, a veces capaz de desbrozar caminos entre la selva plagada de depredadores que nos traen los Trump, los Putin y demás personajes de esta temporada geopolítica de Los Soprano. Europa es la sexta luna de Júpiter. Es también la historia de un dios tan enamorado de la hija de un rey que se transforma en toro para raptarla. Es un circo de tres pistas en el que uno se queda ensimismado mirando a los malabaristas y se pierde el número de los leones y a la trapecista. La cumbre más decisiva de los últimos tiempos se alargó el jueves durante 16 horas. Cuando Pedro Sánchez salió a dar explicaciones, a las tantas, la prensa española le preguntó por su pelea con Yolanda Díaz, por Zapatero, por Plus Ultra. Demasiado circo: en los malabares del politiqueo español, siempre tan ruidoso, barriobajero y cortoplacista, los periodistas no supimos preguntar por dos pequeñas revoluciones que sucedieron de madrugada en Bruselas, esa fábrica de amaños. Nos perdimos los leones y a la trapecista.
Porque son dos giros de guion fundamentales. Uno, a la corta, con mala pinta. Y otro más a la larga y, con un poco de suerte, más positivo.
La revolución a corto plazo que surge de esa cumbre es desfavorable para la Unión. Los nacionalpopulistas, capitaneados por Viktor Orbán y con Giorgia Meloni jugando con calculada ambigüedad, le doblaron la mano a Alemania y a la Comisión. Han tomado el poder o se acercan peligrosamente a él. La cumbre salvó la pelota de partido: había que ayudar a Kiev para que pueda seguir defendiéndose de Rusia, y eso se consiguió con los eurobonos. Pero no se usarán los activos rusos como querían Bruselas y Berlín porque la ultraderecha manda cada vez más (y Alemania cada vez menos), y de los hilos de esas marionetas tiran un tal Donald y un tal Vladímir, que no querían ver esa solución ni en pintura. La ola populista, en fin, sigue cogiendo altura. Las fieras condicionan las cumbres. Ojo con eso.
La revolución a largo plazo es el inicio de una mutación como la del cuento de Kafka. “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. La UE está mal equipada para el mundo que se avecina, cargado de testosterona y poder duro, porque tiene que conciliar los intereses de 27 países, y porque el sistema de decisiones es endemoniado, con la regla de la unanimidad bloqueándolo todo. Esa camisa de fuerza ha desaparecido de la noche a la mañana y eso convierte a Europa en un animal político. La vetocracia en la política exterior y en defensa era un hándicap insalvable. Y eso acaba de saltar por los aires. Los Veintisiete aprobaron los eurobonos por mayoría cualificada: en situaciones de emergencia, y una guerra en el vecindario es un riesgo existencial, ya no es imprescindible la unanimidad. Con ese número del trapecista, Europa da un puñetazo en la mesa y se garantiza una silla en las negociaciones de paz. La UE se ha hecho mayor de golpe: ahora tiene que demostrar que sabe jugar con las cartas que le toquen.
Una de las leyes misteriosas de la vida es que siempre nos percatamos tarde de lo importante. Lo importante, querido lector, no son los activos rusos congelados. Ni los eurobonos. Lo importante no es lo sofisticada que es la arquitectura del futuro “préstamo de reconstrucción” para Ucrania. No es Mercosur, no es la crisis fiscal en Francia ni el estancamiento alemán. Lo importante es la voluntad política que tiene que haber tras esas decisiones.
Hace unos días visité Atenas para contar las cicatrices de aquellos años salvajes de la crisis. Después me acerqué a Bruselas para relatar la solución para Ucrania y sondear la magnitud de la tragedia que supone una doble crisis en Berlín y París con el mundo patas arriba. Entre Atenas y Bruselas me acordé de esa frase de Zweig sobre las leyes misteriosas de la vida, y de esa metáfora de Lorca, “pez sin escamas ni río”, sobre los cuchillos europeos imprescindibles para la dura geopolítica en la que nos adentramos, puro Bodas de sangre posmoderno. E intuí que lo importante es esa puñetera voluntad política, y que los europeos llevan demasiado tiempo en estado de negación.
Despierten.
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