Gayatri Chakravorty Spivak, la inclasificable pensadora que combate los prejuicios (y abrió la puerta a Judith Butler)
La ensayista india se ha enfrentado siempre al poder y ha sido pionera en el feminismo, el ecologismo y el decolonialismo
Para la pensadora Gayatri Chakravorty Spivak (Calcuta, 1942) el mundo es un inmenso hogar donde cada día hay que empezar de nuevo y todo está por hacer. Lo aprendió de su familia y de una sucesión de maestras y maestros —algunos con título, la mayoría sin él— con los que se ha ido formando desde niña hasta hoy en día.
Feminista, ecologista, antirracista y decolonialista desde hace más de 50 años, Spivak fue tan adelantada a su tiempo que cuando nació la India aún formaba parte del Imperio Británico, y 20 años después, cuando llegó a Estados Unidos “la idea de multiculturalismo aún no existía”, explica casi riendo en conversación por videollamada.
Desde joven le ha gustado desenredar el ovillo de la imaginación. Referencia global a la hora de pensar nuevas formas del presente y futuro, a Spivak le debemos la popularización del término subalterinidad (referido a personas o grupos sin acceso a mejora alguna, que sufren, teóricamente sin remedio, las acciones de otros en silencio o sin ser escuchados); la idea de violencia epistémica (la presión, negación o extinción de elementos y significados de la vida cotidiana, jurídica y simbólica), además del esencialismo estratégico (el acuerdo temporal para lograr un objetivo entre distintos grupos de pensamiento), entre otros conceptos.
Autora de ensayos de influencia planetaria como ¿Puede hablar el subalterno? o Crítica de la razón poscolonial, Spivak es profesora de la Universidad de Columbia desde 1991, pero no se tiene por una docente prototípica: en el aula, en conferencias, en pueblos de la India —donde hace años puso en marcha un ambicioso proyecto educativo— o en las plazas de Nueva York —fue miembro del colectivo Occupy Wall Street—, enseña a no dar por bueno el pensamiento dominante, ni siquiera el académico. No soporta las ideas dogmáticas, y por eso a veces se rebate incluso a sí misma.
A los 19 años dejó la India para ir a la Universidad de Cornell después de pedir dinero prestado. Consiguió plaza tras llamar desde su casa en Calcuta, detallar su brillante currículo y convencer a los responsables universitarios de que la aceptaran. Llegó en 1961, asistió a varios seminarios de Teoría y Literatura, y consiguió trabajo en la Universidad de Iowa, donde tuvo como colegas en un taller de escritura a John Cheever y Kurt Vonnegut. En su segundo año no le dieron una plaza de ayudante de cátedra porque su lengua materna no era el inglés, y se quedó sin dinero, sin permiso laboral y sin visado. Casi la expulsan del país, pero en el último momento el crítico literario Paul de Man le ofreció una beca de Literatura Comparada y pudo quedarse. En aquel hermoso campus de Ithaca, cerca de Nueva York, “trabajé como una mula”, explica ahora.
Contra el poder
Un día vio un libro de Jacques Derrida titulado De la grammatologie (De la gramatología) y pensó: “¡Qué nombre tan curioso!”. Cuando lo leyó quedó tan fascinada que quiso escribir sobre él, pero sabía que nadie publicaría sus reflexiones, así que se ofreció a traducir el libro, aunque su aprendizaje del francés se limitaba a un semestre en Calcuta, confiesa. Le dieron el trabajo, y su introducción a la obra de Derrida tuvo más impacto que el propio texto derridiano.
De hecho, marcó un nuevo camino intelectual en Estados Unidos. El desembarco de autores como Derrida, y más tarde Foucault, Deleuze, Bourdieu o Baudrillard —agrupados después bajo el sello unificador de la French Theory— propició la adaptación, o “malentendido creativo”, en palabras del filósofo José Luis Pardo, del posestructuralismo francés a la americana, que permitió a pensadores como Judith Butler, Fredric Jameson o la propia Spivak refutar los discursos más convencionales sobre cultura, identidad, lengua o género.
Más allá de la cuestión técnica, el de Spivak “fue un acto de activismo, una demostración de su desafío al poder al escribir lo que pensaba del texto traducido”, reflexiona Anthony Pym, profesor de Traducción y Estudios Interculturales de la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona), que concedió a la autora india un doctorado honoris causa en 2011. Pym subraya que la pensadora india se formó en las mejores universidades para hablar cara a cara con el poder y combatir prejuicios y lugares comunes.
Su determinación para enfrentarse a lo establecido le viene “de la cuna”, apunta la filósofa india. “Pertenezco a una familia con una gran conciencia social. Todas mis ideas vienen de ahí”, dice. Su madre era una activista social que cursó un máster en la India en 1937 —una hazaña en aquella época—, una mujer que a los 70 años, viviendo en Estados Unidos, decidió que tenía que hacer algo por su país de acogida y trabajó como voluntaria en los servicios de ayuda a los veteranos de la guerra de Vietnam.
Su padre procedía de una zona rural tan remota que los niños no llevaban ropa hasta los siete años, y solo se ponían un dhoti, la prenda típica de los hombres indios, cuando iban a la escuela rural, que era también la tienda del pueblo, de modo que el maestro daba clases y a la vez atendía las compras de los vecinos. La extraordinaria capacidad y esfuerzo de su padre le llevaron a doctorarse en Medicina en Cambridge, pero perdió su carrera en la administración colonial británica por negarse a dar pruebas falsas a favor de un aristócrata, agresor en un caso de violación.
Arroz, flamenco y libertad
Spivak ha estado varias veces en España. Cuenta que en su primera visita a Barcelona, cuando tenía 21 años, cantó y bailó en un tablao flamenco muy cerca de Las Ramblas. También recuerda un verano en Las Casas de Alcanar (Tarragona), donde aprendió a cocinar arroz y la llamaban Cati porque a los vecinos les costaba pronunciar su nombre.
La pensadora tiene una visión poliédrica de las cosas, y por eso, explica Pym, “es difícil encajarla en términos académicos o filosóficos. Es una persona muy libre. Siente que hace, sobre todo, una crítica de la cultura europea, donde identifica la raíz de la marginación del sujeto poscolonial y de la mujer”. Su postura crítica está muy lejos de las fracturas identitarias y, también, de la tendencia de la globalización capitalista a homogeneización mientras se reparte cada trozo del planeta para dominarlo y obtener beneficios. Auritro Majumder, profesor de Teoría Crítica en la Universidad de Houston, destaca de Spivak el concepto de planetaridad, “una especie de conciencia de la fragilidad de nuestra existencia en la Tierra, en línea con el ethos ecológico del que se habla mucho estos días”, explica en conversación por correo electrónico.
Ante esa fragilidad común, solo queda seguir aprendiendo unos de otros, y seguir enseñando a partir de lo que califica de “educación estética”, una pedagogía alejada del concepto de educación como mera formación para conseguir puestos de trabajo, y basada en la idea de “formarnos para pensar y actuar en consecuencia de forma responsable y significativa”, subraya Majumder.
Spivak afirma que lo que le interesa de verdad es “la educación, al estilo de las humanidades, desplazándonos hacia el otro. Si no, nos quedamos encerrados en nuestras cabecitas”, nos advierte desde el fondo de sus ojos negros.
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