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¿Dónde están los pacifistas?

El pacifismo que sirvió para aglutinar las protestas contra Vietnam, la Guerra Fría o el ‘No a la guerra’ de Irak está desaparecido ante las guerras en Ucrania y Gaza

Manifestantes protestan ante un cumbre de la UE y la OTAN en Bruselas
Manifestantes protestan ante un cartel de la paz antes de una cumbre de la UE y la OTAN en Bruselas, el martes 22 de marzo de 2022.Geert Vanden Wijngaert (AP/LAPRESSE)
Sergio C. Fanjul

El radioastrónomo Frank Drake, colaborador de Carl Sagan, ideó en 1961 una ecuación para estimar el número de civilizaciones que podría albergar nuestra galaxia. La ecuación de Drake tiene en cuenta muchos factores, como el número de planetas o sus condiciones físicas, pero también otro término: el grado de desarrollo tecnológico. Una civilización tiene mayor probabilidad de autodestruirse cuanto más avanzada sea su tecnología. Por ejemplo, víctima de un apocalipsis nuclear. Existe la aberrante cifra de 12.512 armas nucleares en el planeta Tierra, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). El pacifismo ha luchado tradicionalmente por una resolución de conflictos sin enfrentamientos violentos, también por un desarme que preserve a la especie humana. Últimamente, no está de moda.

Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, el presidente ruso, Vladímir Putin, exhibe con frecuencia la retórica del conflicto nuclear y genera una sensación de absurdo civilizatorio. Tras el fin de la Guerra Fría, la ciudadanía había olvidado la posibilidad de un apocalipsis, pero de un tiempo a esta parte ha resurgido la amenaza atómica, acompañada del discurso belicista, y hasta en las tertulias televisivas del mediodía se han comentado, con cierta ligereza, las formas y consecuencias de un hipotético conflicto nuclear. Si la pandemia, que parecía ciencia ficción, acabó por suceder, ¿por qué no ese invierno nuclear que tanto se recrea en el cine? La aterradora posibilidad tampoco ha generado demasiada reacción popular: quizás, de tanto verla en Netflix o Amazon (como en la película Dejar el mundo atrás o en la serie Fallout), siga percibiéndose como una ficción inverosímil.

Fuera de la pantalla, Alemania se rearma y se plantea volver al servicio militar obligatorio, con un 52% de la población a favor, según una encuesta de Forsa. Líderes europeos como Emmanuel Macron o Donald Tusk advierten de la posibilidad de una nueva guerra que involucre a toda Europa, algo llamativo en el seno de una entidad política, la Unión Europea, que no ha estado muy volcada en lo militar (delegado en la OTAN) y cuyo mayor logro ha sido una paz durante décadas entre países que han guerreado durante siglos.

Así, se impone una subida del gasto de defensa, incluso en países que tradicionalmente habían sido reacios a ello: el gasto militar mundial ha aumentado por noveno año consecutivo, alcanzando el máximo histórico de 2,27 billones de euros, según SIPRI. Y dos conflictos cercanos siguen en curso, en Ucrania y en Gaza, siempre a riesgo de escalar, sin que parezca que pueda conseguirse una solución negociada. La reciente película Civil War, de Alex Garland, fantasea con una hipotética guerra civil en Estados Unidos, que un 41% de los estadounidenses ven posible en los próximos cinco años, según Rasmussen Reports. El filósofo marxista francés Étienne Balibar ha llegado a declarar que “el pacifismo no es una opción”. ¿Qué fue del mensaje pacifista?

Malos tiempos para la paz

El pacifismo tiene una historia plagada de hitos. Las protestas contra la guerra de Vietnam que surgieron del caldo de cultivo contracultural de los años sesenta. El movimiento antinuclear europeo en la Guerra Fría, que generó el símbolo de la paz: un círculo con tres líneas que arraigó con fuerza en la cultura popular. O, más recientemente, las protestas masivas contra la guerra de Irak. En España, la historia de las ideas pacifistas puede rastrearse al menos hasta tiempos de la Guerra de la Independencia, con el “abajo las quintas”, hasta el movimiento anti-OTAN, a comienzos de la democracia, o la ola de insumisión al servicio militar. Por supuesto, el sonado No a la guerra, en el caso citado de Irak, que congregó a millones de personas en las calles contra el Gobierno de José María Aznar. Todo ello se recoge en El pacifismo en España desde 1808 hasta el “No a la guerra” de Iraq (Akal), escrito por cerca de una treintena de académicos y coordinado por Francisco J. Leira.

Eran otros tiempos. “Se está normalizando la guerra, como si fuera una tormenta”, opina Carmen Magallón, presidenta de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz. Recuerda Magallón las protestas antimilitaristas de los años ochenta en España, cuando el movimiento era consciente de la posibilidad de un ataque nuclear, de la Destrucción Mutua Asegurada. Sospechaban de la idea de enemigo que les planteaban y trataban de diferenciar entre los líderes y los pueblos, que son los que sufren las consecuencias de los conflictos armados. “Ahora no hay aquella movilización social. En el pacifismo estamos paralizados, impactados: los movimientos sociales se han transformado”, dice la experta. Falta quien encarne en el espacio público la apuesta por la paz y la no violencia. No hay un liderazgo robusto. “Hay mucha actividad en internet, en redes sociales, pero ese conflicto no llega a la calle”, dice la experta.

“Se está normalizando la guerra, como si fuera una tormenta”
Carmen Magallón, presidenta del Seminario de Investigación para la Paz

Tampoco hay con qué comparar. Las actuales generaciones no han vivido la Segunda Guerra Mundial, no recuerdan sus penurias, ni las zozobras de la Guerra Fría (que tan bien se retratan en el reciente documental Momentos decisivos: La bomba y la Guerra Fría (Netflix), lo que también posibilita que el pensamiento pacifista pueda ser reemplazado fácilmente por ideas de confrontación. “Por ello es importante el ‘deber de memoria’: una pedagogía de la memoria que nos permita encontrar las conexiones de lo ocurrido, sus repercusiones actuales. Las generaciones presentes deben tener conciencia de los horrores de la guerra y del peligro real que suponen las armas nucleares, una amenaza existencial”, apunta Ana Barrero Tíscar, presidenta de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ) y directora de la Fundación Cultura de Paz. “Vivimos en un mundo profundamente militarizado”, continúa la experta; un mundo en el que se van imponiendo las narrativas militaristas que contribuyen a la espectacularización y normalización de la guerra. Y hasta se va introduciendo una militarización en el lenguaje que hace que las mentes se habitúen a esas lógicas. “Al mismo tiempo, se desechan las soluciones que ahondan en la construcción de la paz”, añade.

Los intereses de la industria armamentística también tienen su peso. “El lobby armamentístico trabaja para trasladar esa narrativa belicista. Es una industria cuyo principal o único cliente es el Estado, y existe cierta interdependencia. La cotización en Bolsa de la industria armamentística sube muchísimo, como hizo el 7 de octubre en Israel [tras el ataque de Hamás]. Y el movimiento por la paz está debilitado: esas narrativas están cuajando bastante”, dice Chloé Meulewaeter, investigadora del centro Delàs de Estudios por la Paz. La lógica del rearme sigue el adagio latino: si vis pacem, para bellum (“si quieres paz, prepárate para la guerra”). La paradoja de la disuasión: comprar armamento para no tener que usarlo. Por eso, desde cierto punto de vista, se reivindica que el rearme no sea visto como una postura belicista, siempre que se haga para preservar la paz. El pensamiento pacifista prefiere seguir otro dicho: si los gobiernos tienen cada vez más martillos comenzarán a ver cada vez más problemas como clavos.

Se recuerda la escalada armamentística a principios del siglo XX que acabó desembocando en la Primera Guerra Mundial. En aquel clima de belicismo y nacionalismo exacerbado, muchos jóvenes fueron cantando a la guerra para luego encallar en unas trincheras eternas. En otros casos, como la Guerra Fría, la carrera armamentística no acabo en conflicto; pero por muy poco. Además, el movimiento pacifista no solo critica el gasto económico, sino el coste de oportunidad: todo lo que se dedica a las armas no se dedica a lo social. Es lo que llaman los dividendos de paz.

La protesta atomizada

La división de la opinión pública, atomizada en diferentes nichos que se radicalizan por la comunicación digital, dificulta una propuesta coordinada. “Antes podrían diferenciarse las líneas clásicas de izquierda y derecha, o las religiones; ahora esas divisiones se han multiplicado en varios órdenes de magnitud. Son microcausas diferentes que hacen difícil la cristalización de una oposición seria a cualquier cosa…, incluyendo a una amenaza nuclear”, opina Pablo de Greiff, profesor de Derecho en la Universidad de Nueva York y miembro de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Ucrania, de la ONU. No es difícil imaginar que, si se plantease una guerra nuclear, se generaría una discusión visceral en la red social X entre partidarios y opositores al conflicto. Por lo demás, es más fácil adherirse a posturas pacifistas cuando se trata de un conflicto lejano o una circunstancia abstracta (el ingreso de un país en la OTAN), que cuando se percibe una amenaza real de otra potencia.

Precisamente en las universidades estadounidenses han surgido unas fuertes protestas contra la matanza en Gaza que se contagian a estudiantes de otros países, entre ellos España. Piden que cesen las hostilidades en una sociedad fuertemente comprometida con el apoyo a Israel desde todos los ángulos del espectro político, y, aunque hayan sido comparadas reiteradamente con el movimiento anti-Vietnam de los años sesenta (que también prendió en la Universidad de Columbia), se dan diferencias: “Los estudiantes no están de acuerdo con el uso desproporcionado de la fuerza ni con las inversiones en Israel de sus universidades, pero, al mismo tiempo, la retórica pacifista no está muy presente en estos movimientos”, señala De Greiff.

Podrían contarse otros factores que facilitan el resurgimiento de lo bélico, retórico o real, y la escasez de posturas pacifistas: la polarización interna en los países que se filtra al panorama internacional, la desigualdad económica dentro de los países y entre ellos, la migración convertida en un caballo de batalla político o la falta de contrapesos a los poderes ejecutivos que hace que surjan líderes fuertes, siguiendo la enumeración de De Greiff. “Las entidades garantistas están sufriendo ataques y siendo debilitadas globalmente”, explica el experto, “hay desconfianza en las instituciones nacionales de control”.

Dilemas del pacifismo

Con frecuencia el pacifismo ha sido visto como un peligro por los gobiernos, e incluso se le ha acusado de estar de parte del enemigo. Por ejemplo, las escasas posturas pacifistas ante la guerra de Ucrania, que proponen una solución diplomática al conflicto, han sido acusadas de ser leales a Putin. No es raro que se acuse de antisemitas o partidarios de Hamás a los que piden el alto el fuego en Gaza y critican la respuesta israelí. Otro de los sambenitos del pacifismo es el de la ingenuidad: los críticos de la violencia son almas cándidas que no comprenden el funcionamiento real y violento del mundo, ni la triste condición humana.

“Nos venden eso que se llama realpolitik: hay que hacer esto porque es un mal menor. No se dan cuenta de que lo que defiende el movimiento pacifista no es más que buscar una solución negociada en la que, tristemente, todos tienen que ceder. Esa debería ser la realpolitik”, explica el historiador Francisco J. Leira. La idea ingenua, para los pacifistas, es pensar que se puede vivir en paz sin llegar a acuerdos y sin ceder en las propias ambiciones: pocas veces las guerras acaban en victorias o en derrotas inapelables. En este sentido, también sería signo de madurez entender que, en ocasiones, es tolerable una pequeña injusticia o un gran olvido para evitar el horror mayor de la guerra. “Estamos comprando gas a Rusia y dando armas a Ucrania, es casi una economía circular de la guerra”, explica Leira, “así que, aunque el pacifismo parezca ingenuo, es la opción que nos queda defender: la alternativa es que la gente siga muriendo”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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