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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los olvidados del antitrumpismo: por qué la izquierda necesita recuperar a los trabajadores

Conseguir que la clase obrera vuelva al Partido Demócrata es vital no sólo para derrotar al expresidente republicano, también para la economía estadounidense

Donald Trump Partido Demócrata
Donald Trump en un acto del Partido Republicano a principios de septiembre, en Dakota del Sur (EE UU).Andrew CABALLERO-REYNOLDS (AFP)

Son tiempos únicos y preocupantes para Estados Unidos. Un expresidente destituido dos veces que ahora se enfrenta a cuatro acusaciones distintas por delitos graves es el líder de facto de uno de los dos principales partidos políticos. Es casi seguro que Donald Trump, tras haber rehecho el Partido Republicano a su imagen y semejanza, será su candidato en las elecciones presidenciales de 2024, a pesar de las pruebas cada vez más abundantes de sus fechorías financieras y de su papel en un intento de golpe de Estado. Aunque a los demócratas les ha ido bien en varias votaciones este mes, los sondeos muestran que Trump aventaja al presidente estado­unidense, Joe Biden, en los principales Estados en disputa. Está claro que algo huele a podrido en la república estadounidense.

Una segunda presidencia de Trump sería una amenaza mucho mayor para la democracia que la primera. La propia actitud y la retórica de Trump dan a entender que se ha radicalizado aún más, y sus partidarios han aprendido ahora de su fallido intento de anular las elecciones de 2020. Los grupos de expertos afines elaboran planes para desmantelar el sistema de controles y equilibrios del Gobierno estadounidense, lo que permitiría a Trump instaurar un Estado policial que persiga a sus adversarios políticos. El Proyecto 2025 de la Fundación Heritage tiene como objetivo “crear una guía de medidas que deberán ser tomadas en los primeros 180 días del nuevo Gobierno para proporcionar ayuda cuanto antes a los estadounidenses que padecen las devastadoras políticas de la izquierda”. Un elemento central de esa iniciativa será ocupar los puestos clave con perfiles trumpistas.

Aunque Trump y sus cómplices en el establishment político obviamente tienen la culpa de este terrible estado de cosas, también la tienen la izquierda estadounidense y los medios de comunicación basados en hechos, que no han logrado desarrollar una respuesta bien calibrada. Las reacciones varían desde la normalización implícita (¿quién puede negar la elección de candidato de un partido mayoritario?) hasta la tolerancia cero hacia los partidarios de Trump. Pero, a pesar de que está en juego el futuro de la democracia estadounidense, falta un plan práctico para abordar la situación.

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La respuesta más prometedora incluiría dos posicionamientos aparentemente contradictorios. En primer lugar, el centro y la izquierda deben unirse para declarar a Trump y a su círculo íntimo una amenaza letal para la república estadounidense. Sus principales lugartenientes deberían ser tratados como tales, en lugar de como cabezas parlantes que disparan las audiencias. Y se deben resaltar constantemente los planes claramente expuestos de Trump para destruir la democracia estadounidense.

Pero el centro y la izquierda también deben reconocer que la mayoría de los partidarios de Trump tienen quejas legítimas. Esta es la parte que ha faltado para que la respuesta tenga éxito. Aunque sin duda hay fuertes elementos nacionalistas blancos y racistas en el movimiento MAGA, están lejos de representar a la mayoría de las personas que votarán por los republicanos en las próximas elecciones.

Muchos de los que se han visto afectados por la globalización también sienten que han perdido terreno socialmente

La economía de una parte significativa de la población estadounidense se ha visto perjudicada a lo largo de las últimas cuatro décadas. Los ingresos reales (ajustados a la inflación) de los hombres con solo un título de secundaria o menos han disminuido desde 1980, y los salarios medios prácticamente se habían estancado hasta finales de la década de 2010. Por otro lado, la renta de los estadounidenses con títulos universitarios y conocimientos especializados (como programación) ha aumentado rápidamente.

Hay muchas razones que explican esta transformación del mercado laboral, y varias de ellas tienen su origen en tendencias económicas que los políticos del establishment y los medios de comunicación vendieron durante mucho tiempo como beneficiosas para los trabajadores. La ola de globalización que presuntamente iba a izar todos los barcos ha dejado encallados a muchos de ellos. La automatización, que se suponía que iba a hacer más competitivo el sector de la fabricación estadounidense y a ayudar a los obreros, es el principal factor que ha contribuido a la disminución de los ingresos entre los empleados sin título universitario. Por otra parte, los sindicatos, las leyes que definen el salario mínimo y las normas que protegen a los empleados con salarios bajos, se han debilitado.

Muchos de los trabajadores que se han visto afectados por estas tendencias también tienen la sensación de que han perdido terreno socialmente. Los cambios jurídicos, políticos y culturales que han ayudado a grupos anteriormente desfavorecidos (minorías, mujeres, comunidad LGBTQ+) han causado agitación en otros grupos. Al mismo tiempo, ha crecido el rencor entre muchos estadounidenses porque perciben que los principales medios de comunicación y la élite educada y tecnocrática hacen caso omiso de sus puntos de vista y de sus quejas.

En un artículo reciente, los economistas Ilyana Kuziemko, Nicolas Longuet Marx y Suresh Naidu documentan una división entre las preferencias económicas de los trabajadores menos formados, por un lado, y los más formados y el Partido Demócrata, por otro. Mientras que los empleados corrientes manifiestan una fuerte preferencia por los salarios mínimos, las garantías laborales, la protección frente al comercio y unos sindicatos más fuertes, las élites se oponen a estos programas por considerarlos una injerencia injustificada en el mercado. El método preferido del Partido Demócrata para ayudar a los menos favorecidos ha sido impulsar la redistribución a través del sistema de impuestos y transferencias.

Esta desconexión entre los trabajadores y los responsables políticos de centroizquierda no se da únicamente en Estados Unidos. Como demuestran los economistas Amory Gethin, Clara Martínez-Toledano y Thomas Piketty, se ha producido un realineamiento político similar en 21 democracias occidentales. En las décadas de 1950 y 1960, la clase trabajadora votaba a partidos de centroizquierda y socialistas, mientras que los ciudadanos más ricos y con mayor nivel educativo votaban a la derecha. Pero en 2010, aquellos con más formación votaban mayoritariamente a partidos de centroizquierda, y los trabajadores se habían pasado a la derecha, en parte porque los partidos de centroizquierda se habían alejado de posiciones políticas acordes con los intereses materiales y otras prioridades de ellos.

Invertir esta tendencia requiere cambios no solo en las políticas concretas que los partidos de centroizquierda apoyan, sino además en el lenguaje que utilizan. Es posible que también requiera esfuerzos proactivos para ascender a los trabajadores a puestos de liderazgo dentro de los partidos, en lugar de dejar que las élites altamente cualificadas acaparen la mayoría de los altos cargos.

En Estados Unidos, hacer que los obreros vuelvan al Partido Demócrata no es solo un imperativo para derrotar a Trump y a los acólitos que harán su trabajo sucio. También es esencial para la economía de Estados Unidos. Regular la industria tecnológica y apoyar a los trabajadores serán cuestiones clave en la próxima década y más allá. Un centroizquierda desprovista de las voces de los operarios no puede pretender estar a la altura de las circunstancias.

Los estadounidenses que aún apoyan la democracia deben desenmascarar a Trump por lo que es y esforzarse por impedir que vuelva al poder. Pero para eso, también deben ser más complacientes y receptivos hacia los trabajadores, incluidos aquellos que no se han visto muy beneficiados por la globalización y los cambios tecnológicos y que posiblemente no compartan todas sus posiciones respecto a las cuestiones sociales y culturales.

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