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Trabajar cansa
Columna
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Puigdemont, el pesado que surgió del calor

Creo que no soy el único cuya única reflexión es: por favor, otra vez no, hagan lo que sea con tal de no volver con este tostón sideral

Carles Puigdemont Juez Llarena
El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont, en una rueda de prensa a principios de septiembre en Bruselas (Bélgica).Europa Press
Íñigo Domínguez

Hay una película muy loca de los setenta que se llama Teléfono, típica de esos años de paranoia. Argumento: en la Guerra Fría, la KGB envía agentes a EE UU con un lavado de cerebro que les hace olvidar quiénes son. Creen ser estadounidenses, pero son agentes durmientes que pueden ser activados para entrar en acción. Llega la distensión de bloques y el plan se abandona, pero un dirigente majara que se niega a aceptar la realidad empieza a despertarlos. Basta llamarles por teléfono y recitarles un poema de Frost: “Los bosques son hermosos, oscuros y profundos/ Pero yo tengo promesas que mantener/ Y muchas millas por recorrer antes de dormir”. Entonces recuerdan que son rusos y que tienen que liarla. En fin, me he acordado al ver otra vez a Puigdemont, surgiendo del frío, descongelado con los calores y las elecciones, que vuelve con su aburridísima épica.

Creo que no soy el único cuya única reflexión es: por favor, otra vez no, hagan lo que sea con tal de no volver con este tostón sideral. Más allá de ideologías y consideraciones jurídicas, quizá este sea el pensamiento dominante. Si es que el otro día hasta volvió a sacar los trenes catalanes, que como sabemos son los únicos de la península que dan problemas. No sé si esto sigue siendo música para los oídos de los catalanes que pretende reactivar, aunque solo 392.000 personas votaron a Junts en las generales y el tío habla en nombre del “pueblo” (los tres partidos más votados en Cataluña fueron PSOE, Sumar y PP, y los socialistas sacaron más papeletas que las tres formaciones independentistas juntas). Quiero creer que a la mayoría de los catalanes más bien les dará tanta pereza como una canción del verano de hace años. Carles, majo, entiendo lo tuyo, que te has hecho a ti mismo promesas que tienes que mantener, que Waterloo está a muchas millas, pero es que somos todos diez años más viejos que cuando empezó esta tabarra. Los chavales que quemaban contenedores ahora tienen una hipoteca o están haciendo un máster en el extranjero, ya tuvieron su momento romántico. Hay gente que ha estado en la cárcel, hemos pasado una pandemia, hay una guerra, al resto del mundo todo esto le da igual. Y aquí volvemos a hablar de si uno se siente esto o lo otro y de los trenes.

Todos sabemos que este tema no tiene solución. Nunca van a obtener la independencia (Ramón Lobo decía que era más probable que él se liara con Sharon Stone), pero da sentido a sus vidas. Todo es marear la perdiz y que pasen los años. ¿Qué hacer? Ni idea. No me rasgo las vestiduras por perdonarles si eso sirve para dejar esto atrás, aunque si lo vuelven a hacer, otra vez al trullo y vuelta a empezar. Se hizo en 1982 con los polimilis de ETA, que tenían 16 asesinatos. Lo empezó a negociar Manuel Fraga, fundador del PP, siendo ministro de Gobernación, y luego el de Interior de UCD, Juan José Rosón. Salieron de la cárcel o volvieron del extranjero 300 terroristas. Eran otros tiempos, había amplitud de miras (y ahora es porque esta gente sirve para llegar al Gobierno, si no, no hablaríamos de esto). También se podrían aplicar medidas de gracia a todos menos a Puigdemont, como responsable del desastre, a ver qué hace. Es una partida de póker llena de faroles que se hará muy larga. Es la hora de jugar con los matices, que se nos da tan mal. Nos quedan muchas millas que recorrer, con apoteosis de patriotas y aguantando a este pesado, y los bosques oscuros, y el pueblo, y los trenes.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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