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Política
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando Íñigo Errejón aprovechó que Pablo Iglesias estaba en Bruselas para controlar Podemos. Así lo cuenta Echenique

El portavoz del partido narra en su libro la “muy violenta” batalla por el poder que se abrió entre el actual diputado de Más País y el exlíder de la formación morada

Foto de la clausura de Vistalegre II, el 12 de febrero de 2017.
Foto de la clausura de Vistalegre II, el 12 de febrero de 2017.Santi Burgos

Pablo Echenique (Rosario, Argentina, 1978) es físico teórico y portavoz del grupo confederal de Unidas Podemos-En Comú Podem-Galicia en Común. Este texto es un extracto del libro ‘Memorias de un piloto de combate’, de Arpa, que se publica mañana 15 de febrero.


A finales de 2016, se comienza a fraguar la que fue, seguramente, la mayor batalla interna en Podemos: nuestra segunda Asamblea Ciudadana, conocida informalmente como “Vistalegre 2″. Si en la primera asamblea, yo había sido investido como el líder de los ejércitos insurrectos que se enfrentaron a Pablo Iglesias, en la segunda, me convertí en uno de sus lugartenientes contra las huestes del errejonismo.

Obviamente, hace falta explicar cómo llegamos hasta ese punto.

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Unos meses antes y tras ser nombrado secretario de organización por el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos en abril de 2016, cogí un buen día el AVE en la estación de Delicias de Zaragoza para dirigirme con expectación a mi primer Consejo de Coordinación en la antigua sede de la calle Princesa en Madrid.

Como ocurre en casi todos los partidos, Podemos cuenta con un órgano grande, que se ocupa de la dirección política entre congresos (de tomar las grandes decisiones) y que se reúne cada dos o tres meses —el Consejo Ciudadano—, y cuenta, también, con un órgano pequeño, que se ocupa de la gestión del día a día y que se reúne prácticamente todas las semanas. Este órgano pequeño en 2016 se llamaba Consejo de Coordinación y ahora lo llamamos Secretariado, pero solemos utilizar también —entonces y ahora— su denominación coloquial: la “ejecutiva”.

Pues bien, en mi primera ejecutiva, aluciné.

Yo ya sospechaba alguna cosa y tenía alguna idea de lo que estaba pasando, pero no tenía —ni mucho menos— todos los elementos en la mano. Con el paso del tiempo, fui viendo lo que ocurría con mis propios ojos y fui entendiendo poco a poco qué había pasado exactamente para que yo acabara siendo el secretario de organización de Podemos.

La clave fundamental que lo explicaba todo era que, ya desde el principio de la constitución del partido, se había abierto una batalla interna muy violenta, aunque, en su mayor parte, soterrada.

Yo dejé el Parlamento Europeo a mediados de marzo del 2015 porque volví a España para presentarme a las elecciones autonómicas de mayo de ese mismo año. Pero Pablo Iglesias, obviamente, se reservaba para presentarse a las elecciones generales de diciembre de 2015 y se quedó en Bruselas algunos meses más que yo. Pablo dejó el Parlamento Europeo a finales de octubre de 2015.

Durante todo ese tiempo —y, básicamente, desde Vistalegre 1, desde finales de 2014—, Íñigo Errejón aprovechó que Pablo pasaba mucho tiempo en Bruselas (y, también, todo sea dicho, que a Pablo siempre le han dado pereza los asuntos burocráticos y del aparato del partido) para ir ganando fuerza internamente en Podemos con el objetivo último de hacerse con el control.

Su estrategia fue doble; con una parte externa y otra interna.

Por un lado, desplegó una táctica mediática según la cual primaba de forma absoluta la protección de su imagen personal, evitando posicionarse en temas polémicos, guardando silencio cuando había tormenta e incluso no defendiendo a compañeros de proyecto cuando estos eran atacados. Estoy pensando, por ejemplo, en el caso de Juan Carlos Monedero, que fue una de las primeras víctimas de la cacería contra dirigentes de Podemos y que tuvo que dimitir tras pedir el errejonismo activamente su cabeza. Esta táctica político-comunicativa le permitía a Errejón acumular capital simbólico externamente y también a la interna, pero eso no significa que dejara sin atender el plano material.

Además de lo mediático, se ocupó y se preocupó de llenar el aparato del partido con personas afines a él. Personas contratadas por Podemos, pero que, sin embargo, tenían muy claro que su lealtad primera no se hallaba ni en el partido que les daba cobijo ni, por supuesto tampoco, en su secretario general, Pablo Iglesias, sino en Íñigo Errejón. Como ellos mismos se jactaban en sus chats internos, crearon, durante aquellos años y mediante este mecanismo, “un partido dentro del partido”. Así lo llamaban.

Una persona del equipo de Pablo por aquella época me cuenta que, cuando Pablo volvió de Bruselas, la sede de la calle Princesa estaba tomada —casi íntegramente— por personas afines a Errejón. El equipo de Pablo, es decir, el equipo de nada menos que el secretario general del partido, era tan escaso que se reunía en una de las salas más pequeñas de la sede y, cuando iban entrando al recinto, nadie les saludaba.

Pablo se dio cuenta de esto al principio y empezó a tomar medidas. Pero era difícil porque Errejón ya tenía mucho camino andado. Se había vuelto, en cierta forma, un intocable y, cuando había discrepancias políticas, hacía valer tanto su poder interno como su poder externo. Cuando se quedaba en minoría en un debate a la interna del partido, por ejemplo (y siempre que le conviniese), no tenía ningún problema en sacar el debate afuera. En una de las primeras ejecutivas de Podemos en las que yo estuve presente, incluso hizo explícita esta táctica, diciendo que Pablo no le estaba dejando más remedio. Es decir, que “no le estaba dejando más remedio” que salir a los medios de comunicación a golpear a su propio partido, aprovechando el buen trato que le daban los medios a raíz de la ya enunciada ley de hierro.

Ya sabes, cualquiera que se enfrenta a Pablo Iglesias…

Esto es —para mí— durísimo de contar y, quizás —para ti—, sea muy duro de leer. Pero me temo que es la pura verdad. Así se produjeron los acontecimientos en esa época y yo no lo sé a través de testimonios de terceras personas. Yo no lo sé porque me lo hayan contado. Yo lo sé porque lo vi y lo viví. Y creo, además, que es mi obligación contarlo tal y como fue porque resultaría imposible entender muchas de las cosas que han pasado a lo largo de estos años sin manejar esta información.

Para muchos observadores externos, la disputa entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón puede haber tenido la apariencia de una disputa por las ideas políticas. Al fin y al cabo, este es el relato que se trasladó desde la gran mayoría de los medios de comunicación. Lo que venían a contar es que Pablo representaría un estilo más duro y confrontativo con los grandes poderes económicos, mientras que Errejón interpretaría una melodía más moderada y “transversal” con algunos acordes cercanos a la música del PSOE. Esto nunca fue exactamente así, pero da igual. Porque la disputa por las ideas en un partido que se organiza de forma democrática es perfectamente legítima. Ese no fue el problema interno de Podemos y no fue, tampoco, lo que nos llevó a la fractura en Vistalegre 2.

El problema fue la falta de ética en la praxis política de una de las dos partes.

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