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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Meredith Whittaker, la activista que vigila a los vigilantes

La presidenta de Signal es una de las voces más críticas con los excesos de las grandes tecnológicas y el capitalismo de vigilancia

Ana Vidal Egea
Meredith Whittaker.
Meredith Whittaker.Luis Grañena

Meredith Whittaker es una de las voces más críticas contra la falta de ética de los gigantes tecnológicos. Figura clave en el estudio de las implicaciones sociales de la inteligencia artificial (IA) y cofundadora del AI Now Institute de la Universidad de Nueva York, fue una de las principales impulsoras de la huelga que más daño ha hecho a Google. En 2018, esta investigadora californiana a la que se suele ver en pública vestida de negro y con chupa de cuero, movilizó a 20.000 empleados en protesta por la forma en que la compañía protegió a Andy Rubin —el creador de Android—, pagándole 90 millones de dólares para que dejara la empresa cuando fue denunciado por acoso sexual. Whittaker llevaba 13 años trabajando para el buscador en cuestiones éticas y había fundado el Open Research Group de Google —centrado en las herramientas de seguridad y privacidad de código abierto—. La huelga consiguió que Google eliminase el arbitraje privado, permitiendo que los empleados pudieran denunciar a la empresa en los tribunales. Pero un año después se vio obligada a renunciar a su puesto tras denunciar en The New York Times que se había visto relegada por haber coordinado la huelga.

El caso de Meredith Whittaker en Google ejemplifica la desprotección a la que se exponen los whistleblowers, palabra inglesa que alude a aquellos que revelan conductas ilícitas de interés público, como Edward Snowden, Chelsea Manning o Frances Haugen. Pero también abre un camino a la esperanza. En lugar de ser castigada o invisibilizada, en 2021 la Comisión Federal de Comercio de EE UU le ofreció un puesto de consultora a través del cual se unió a la Administración de Biden para sentar las bases de la política gubernamental de IA. Y ahora Signal, la aplicación líder en comunicación encriptada —ni los gobiernos ni las empresas pueden, se supone, acceder a los mensajes ni ninguna información del usuario—, le confía un puesto crucial al frente de la estrategia de la empresa.

A lo largo de su vida, Whittaker se ha comprometido con aquello en lo que cree. Estudió Literatura Inglesa y Retórica en la Universidad de Berkeley porque le apasiona leer. Es profesora de yoga y practica a diario desde hace 20 años y cree firmemente en la transparencia, por eso quizá no oculta sus canas, que forman parte de su identidad. Trabaja defendiendo la privacidad de la gente, al tiempo que protege con celo su propia intimidad. Nació en Los Ángeles (California), pero no revela el año para evitar que puedan rastrearse otros datos de su vida que no quiere compartir. Y participa activamente en Twitter sobre cuestiones relacionadas con la tecnología.

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Su interés por las cuestiones éticas ligadas a la IA devino de un día en que alguien de Harvard le propuso financiar un sistema de IA que “predijera el genocidio”, pero no era capaz de responder cómo se modelaría el genocidio, qué datos usaban para entrenar dicho modelo o quién lo implementaría. La situación le preocupó. Descubrió muchos proyectos irresponsables que utilizan datos recopilados a través de internet, etiquetan estos datos usando cualquier metodología y luego los usan como datos reales para entrenar sistemas con los que hacer determinaciones y predicciones.

Antes de Signal, Whittaker ha asesorado a la Casa Blanca, la ciudad de Nueva York o el Parlamento Europeo en materia de seguridad y privacidad. “Meredith tiene un largo historial como defensora de la privacidad digital que se alinea con nuestros principios”, destaca Brian Acton, confundador de Signal. El nuevo puesto es un trabajo a la medida de Whittaker, que desde 2020 formaba parte de la junta directiva de la organización y cuya función principal será lograr que la app consiga estabilidad financiera. “Elegimos ser una ONG y financiar el proyecto con donaciones para evitar el modelo de negocio de vigilancia imperante en la sociedad actual”, explica Whittaker por correo electrónico. “Queremos aumentar el número de usuarios porque cuantos más usuarios utilicen la app, con más personas se podrá hablar con garantías de privacidad y seguridad”, afirma.

Pese a la naturaleza de Signal, cimentada en el respeto a la privacidad de los usuarios, la organización no está exenta de polémica y el de Whittaker no será un camino fácil. Sus muchos detractores proceden de las grandes corporaciones y gobiernos censores de distintos países, como Irán o China. Pero también de gobiernos democráticos como el de EE UU, que reiteradamente les ha pedido revelar información de sus usuarios. Dichos agentes consideran que Signal encubre la comunicación de los criminales. Whittaker es rotunda: “Romper la comunicación encriptada para impedir que los malos actores la usen es romperla para todos. No hay ningún truco que permita que los buenos espíen a los malos sin que paguen justos por pecadores”. Y añade: “Hay que proteger a los periodistas y a las fuentes que se arriesgan denunciando ilegalidades”.

Meredith Whittaker no cambia de principios, según Claire Stapleton, que organizó con ella la huelga en Google. “Es un titán intelectual, pero una de las personas más cálidas y con los pies en la tierra que conozco”, dice por correo electrónico. “En una industria (¡y en un mundo!) donde se tiende a comprometer la integridad para beneficio personal, Meredith nunca lo haría”, asegura.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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