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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Fernando Grande-Marlaska, el ministro enrocado

El titular de Interior, como buen juez, no se mueve una vez decide. Lo demuestra su postura ante la tragedia de Melilla

Antonio Jiménez Barca
Fernando Grande-Marlaska
Luis Grañena

Fernando Grande-Marlaska ha encadenado su futuro político a la investigación que sobre la tragedia de Melilla lleva a cabo la Fiscalía y cuyo resultado, previsiblemente, se sabrá antes de que termine el año. El ministro del Interior se la juega a todo o nada aferrándose a una versión de una pieza. Podría pensarse que el hombre que la defiende también lo es. Pero eso no está tan claro.

En la mañana del 24 de junio, cientos de personas se lanzaron al asalto del puesto fronterizo de Barrio Chino, entre Nador y Melilla, con la intención de alcanzar el territorio español. Horas después se cuentan al menos 23 muertos. Hay cadáveres y decenas de heridos amontonados al sol en medio de un patio. Y 77 desaparecidos a los que sus familias dan por muertos. Cinco meses después, el 30 noviembre, Grande-Marlaska se apresta a dar explicaciones en el Congreso a raíz de nuevas revelaciones periodísticas que ponen en entredicho la posición española.

Hay elementos que apuntan a que al menos una persona murió del lado español de la frontera. Pero Grande-Marlaska repite empecinadamente la ya sabida versión oficial, sin alterarla un ápice, sin aportar datos nuevos, sin desdecirse ni una vez: no se produjo ninguna muerte en España, la respuesta policial española fue proporcionada y los “sucesos trágicos” ocurrieron en otro país, aunque ese otro país esté a un par de metros de nosotros.

Fernando Grande-Marlaska nació en Bilbao en 1962 en el seno de una familia modesta. Su padre era funcionario del Ayuntamiento. Su madre, la gran referencia de su vida, costurera, con un taller en su propia casa. Él siempre la recordará cosiendo, cortando, probando modelos a las clientas. A los 18 años, tras el 23-F, escribe una carta al Rey agradeciéndole su labor y pidiéndole una foto dedicada. A las pocas semanas le llegó el sobre desde la Casa Real.

Estudió Derecho. Trató de salir al extranjero con una beca. Pero no la obtuvo. Tal vez, si la hubiera ganado, todo habría sido distinto. Se decidió por la judicatura. En 1987 era ya juez de primera instancia en Santoña (Cantabria). Se estrenó a lo grande: el suicidio en la cárcel de Rafael Escobedo, acusado del crimen de los marqueses de Urquijo.

En 1998, con 35 años, ya de vuelta a Bilbao, reveló a su madre su condición de homosexual y le informó de que hacía un tiempo vivía con un hombre, Gorka Arotz, el que con el tiempo será su marido y la pareja de toda su vida. Su madre reaccionó mal: se metió en la cama vestida y se encerró en su habitación durante 15 días, en los que Grande-Marlaska fue diariamente a visitarla sin conseguir que le hablase. Estarían seis años casi sin verse. La respuesta de su madre, a la que adoró siempre y cuya influencia en él ha sido enorme, su falta primera de comprensión y el desgarrón afectivo de esos seis años le afectaron hondamente.

En 2003 se mudó a Madrid, escapando a la vez de las amenazas de ETA y de una sociedad vasca nacionalista de la que abominó siempre. Un año después se incorporó a la Audiencia Nacional. Desde ahí abrió la investigación del caso Faisán, enfrentándose a la policía y al Gobierno socialista de Zapatero y Rubalcaba. Una entrevista concedida a Rosa Montero en El País Semanal en 2006, en la que hacía pública su homosexualidad, acabó de convertirle en famoso y en juez estrella, expresión de la que él abjuró siempre. En 2013 es nombrado vocal del Consejo General del Poder Judicial a instancias del PP. Se le consideró desde entonces un juez conservador, pero él supo siempre saltarse las etiquetas y trató de dejar esto claro en un libro autobiográfico titulado Ni pena ni miedo, un lema que lleva tatuado en la muñeca.

Es orgulloso, susceptible y decidido. En sus años como ministro ha llevado a cabo destituciones polémicas, como las de los coroneles de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos y Manuel Sánchez Corbí, sin que le temblara la mano. También es meticuloso, trabajador y obsesivo. Odia llevar gafas, la verdura y la lluvia. Le gusta nadar a diario y ama los perros que adopta de la perrera. Ha dejado ordenado que cuando muera sus cenizas se guarden mezcladas con las de sus perros. Admira la Ilustración y su espíritu; se declara deudor de Montesquieu, ­Rousseau y Diderot, y propugna una muy francesa separación del Estado y la Iglesia. Prefiere decidir en solitario. “En eso es muy juez: escucha, pero luego se aparta y toma su decisión. Y esta es inamovible. Una vez dado el paso, nunca se arrepiente”, explica alguien que ha trabajado con él en el ministerio.

En mayo de 2018, Pedro Sánchez, por entonces líder de la oposición, le propuso ser candidato a alcalde. Grande-Marlaska, reacio a jugársela en unas elecciones inciertas, rechazó el ofrecimiento. Meses después, el mismo Sánchez le tentó con el difícil Ministerio del Interior. El juez tildado de conservador, el hombre que en su libro había llegado a escribir la frase “me gusta trabajar en lo público, pero nunca querría hacerlo teniendo demasiado poder”, aceptó esta vez la oferta de un presidente socialista. Nadie es de una pieza.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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