No sé si volveremos a oír hablar de Godard
Es la última vez que sale el nombre del director de cine en la conversación, pues ahora no se habla de gente así, solo de series. A menos que hagan una serie sobre él, claro
Hacía mucho que no oía hablar de Godard, y ahora no sé ya si volveré a oír hablar de él. Me explico. Que en la mayoría de la información cultural, o deberíamos decir promocional, deje de salir Rosalía y aparezca Godard se debe solo a que se ha muerto, si no imposible. ¿Y entonces cómo vamos a volver a oír hablar de él si ya no se va a morir, porque ya se ha muerto? Es la última vez que sale en la conversación, pues la conversación pública ha cambiado mucho y no se habla de gente así, solo de series. A menos que hagan una serie sobre él, claro.
Es interesante cómo desaparece un autor tras fallecer, o cómo no desaparece, de qué modo se conforma lo que se olvida o permanece. Depende de la transmisión oral, en tu casa, un profesor, una televisión pública, que se cite en entrevistas, en listas. Queda reducido a un culto privado y a las conversaciones personales, pero en España el riesgo de citar a un escritor en una cena y ser tomado por gilipollas sigue siendo altísimo. Aunque gracias a todo esto es posible eso tan maravilloso de descubrir a alguien de quien no has oído hablar en tu vida, para eso tenemos un gran país, y envidio al chaval que hoy descubra Al final de la escapada.
Es significativo que en la prensa europea, de izquierda o derecha, Godard era fotón de portada ―y en Italia, por ejemplo, hay elecciones en 10 días―. No dejan que la morralla diaria les despiste del aliento del arte y la memoria de los maestros. Aquí, salvo excepciones como este diario, aparecía en una esquinita. Todo lo que pasó fuera, en Europa, y nos perdimos en el franquismo, que no sucedió oficialmente, sigue estando lejos, ajeno en cierto modo a nuestra tradición. Igual que cuesta rescatar lo que se borró dentro entonces.
Que Godard e Isabel II se mueran a la vez es una de esas casualidades que te hace pensar que puede haber un dios gracioso. Son símbolos de dos países en crisis de identidad profunda. Representan lo que fueron, cuando no saben dónde están yendo a parar. Despiden una certeza. Eso son las colas de 17 kilómetros para saludar a la reina. Esperaba el contraataque de Francia, a ver si sacaban más kilómetros, pero es imposible con alguien tan antipático como Godard (siempre preferiré a Truffaut, ¿cuándo fue la última vez que oyeron hablar de él?). Pero vuelves a ver a Jean Seberg vendiendo periódicos en París con Belmondo y la música de Martial Solal y sigue despertando una inmediata ensoñación de juventud. Ya no sé si es nostalgia, una cosa mía.
Godard e Isabel II, tan distantes, una reina y un intelectual maoísta recalcitrante, son especies en extinción. Un artista que no interactúe en redes o no vaya a El hormiguero no tiene nada que hacer. Aquí se nos ha muerto Javier Marías, que no hacía concesiones a la galería, y hemos visto una cascada de elogios. Sabíamos que era buenísimo, pero me parece que no se decía lo suficiente. Circulaba como idea consabida en la crítica, entre lectores, poco en la conversación pública, en donde se le mentaba para meterse con él por sus artículos. Siempre pienso que me gustaría leer todos esos obituarios afectuosos y emocionantes antes, sin que se tenga que morir alguien para que se digan esas cosas, aunque la muerte siempre es una sorpresa. Puede parecer que se le da por acabado (como dijo Groucho con su Oscar honorífico: “Me lo dan porque piensan que voy a palmar”), pero bien planteado podría ser muy disruptivo. Imaginen, colegas y entendidos hablando bien de alguien. En España. De hecho, el problema sería por quién empezar, y el orden, en fin, dejémoslo.
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