Gigacapitalismo
Hay ciudadanos particulares que toman decisiones que antes solo eran de los Estados
El planeta está en dificultades económicas: subidas galopantes de los precios, hambrunas, crecimiento anémico, incremento de los tipos de interés, incertidumbre… Son tan heterogéneas y amplias las consecuencias de esta situación que sería de sentido común considerar que todos los ciudadanos, aunque sea en distinta medida, saldrán perjudicados, empobrecidos. ¿Todos? La historia indica que en la mayor parte de las crisis la cúspide de la sociedad mejora y se enriquece a través de la gestión de los problemas. Hoy es mucho más cierto que en el primer decenio del siglo aquel eslogan de “¡Somos el 99%!” que puso en circulación el antropólogo estadounidense David Graeber en el campamento del movimiento Occupy Wall Street, en el neoyorquino Zuccotti Park.
España no es distinta. El 1% que más gana obtiene hoy entre un 13% y un 17% de la renta nacional, no entre el 10% o el 11% como se consideraba hasta hace poco. Las desigualdades de renta y de riqueza han aumentado desde el estallido de la Gran Recesión, en 2008, como consecuencia no sólo de la explosión del paro y de la devaluación salarial, sino también del crecimiento de las rentas financieras de los grupos económicamente más altos. Para paliar esta disfunción debería servir el sistema fiscal, pero la composición de los impuestos va experimentando importantes variaciones con el paso del tiempo; por ejemplo, el impuesto de sociedades ha caído de forma notable con relación al impuesto sobre la renta. Lo desarrollan los investigadores Miguel Artola, Clara Martínez Toledano y Alice Sodano en un trabajo elaborado para EsadeEcPol.
Estos autores muestran el modo en que está cayendo la progresividad del sistema fiscal y manifiestan que sería clave aumentar su carácter redistributivo, siendo las medidas más urgentes la reforma del impuesto de sociedades para que se recuperen los niveles efectivos de presión fiscal anteriores al año 2008, así como buscar una armonización de la fiscalidad patrimonial, en particular de los impuestos sobre la propiedad (patrimonio, bienes inmuebles, sucesiones y donaciones). ¿Por qué lo consideran clave?: porque los patrones de desigualdad no varían sustancialmente a través de la acción redistribuidora del Estado. Esta es una idea-fuerza muy significativa.
La existencia de una élite dentro de la élite no es una característica nacional. Los ultrarricos forman parte nuclear del sistema. En el próximo otoño, la editorial Altamarea publicará un libro (Gigacapitalistas) del periodista italiano Riccardo Staglianò, que estudia con mucho detalle la confraternidad del club del “billón de dólares”, formado por empresas con una capitalización bursátil —el valor que tienen en el mercado, el precio que los inversores están dispuestos a pagar para comprarlas en un momento determinado— superior al millón de millones de dólares. En esta escuadrilla están sus principales propietarios, los Bill Gates, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Elon Musk et alii.
Durante el primer año de la pandemia (2020), el de la peor coyuntura desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado —aquella crisis del “pan y polvo” tan extraordinariamente narrada por John Steinbeck en Las uvas de la ira—, en el ejercicio más calamitoso que ha conocido una generación de ciudadanos, ese restringido club de milmillonarios estadounidenses vio cómo su patrimonio crecía hasta superar el valor del PIB de Italia (alrededor de dos billones de dólares). Staglianò llega a la conclusión, con abundantes argumentos, de que este patrimonio ha alcanzado dimensiones incompatibles con el buen funcionamiento de la democracia.
Se trata de ciudadanos particulares capaces de tomar decisiones que antes solo podían tomar los Estados. Cuando la Unión Europea multó a Apple por prácticas anticompetencia, en lugar de pedir perdón, su director ejecutivo Tom Cook (que reemplazó al mítico Steve Jobs) declaró que esa sanción iba a tener “efectos profundamente negativos en la inversión y en la creación de puestos de trabajo en Europa”. Un directivo empresarial se permitía reconvenir a los representantes de un continente.
Es ante esta división social tan escandalosa, y sus prácticas, ante las que el economista francés Thomas Piketty declaraba a este periódico hace poco tiempo: “Estamos en una situación similar a la Revolución Francesa”.
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