Lujo
Da igual que intentes vestir como Elon Musk: Scott Fitzgerald ya dijo aquello de que los ricos no son como tú y como yo
Me sorprende mucho que exista un debate en torno a la indumentaria de los personajes de Succession cuando visten fatal. ¿Que Shiv lleva qué? ¿Que Kendall cuál? Y aún peor: ¿en qué lavadora han encogido las camisas de Roman? Seguramente sea lujo pero no es ni silencioso ni remotamente envidiable: hay poco aspiracional en un festival de fachalecos, aunque sean de vicuña. Y en el quinto episodio Kendall y Roman llevan pantalones pitillo hasta en la montaña.
En Succession todos los personajes son horribles y la serie se esfuerza por que los odies, aunque sea imposible no empatizar con el aspecto trágico de una trama que consiste en ver a gente adulta que, precisamente porque lo tiene todo, no sabe qué hacer con su vida y se va dejando brazos y piernas por el camino. Pero aquí el problema es la ropa: mi compañera Leticia García cargaba en una columna de S Moda contra lo aspiracional del estilo succession, posiblemente la mayor bomba de moda televisiva desde Mad Men o Sexo en Nueva York. Imitar cómo visten los ricos, decía, es absurdo, sobre todo cuando lo que se ponen es lo mismo que tú pero mucho más caro y con connotaciones tóxicas: en una sociedad cada vez más desigual, antes que tratar de vestir como un milmillonario habría que hacerle una peineta.
En el anterior número de ICON otro compañero, Martín Bianchi, escribió un tema sobre el hoy conocido como calzado oficial del 1%: los ligeros, suaves y casi invisibles mocasines de ante de Loro Piana, un capricho de 700 euros perfecto para las camisetas básicas firmadas por Brunello Cucinelli, de similar importe, que lleva Mark Zuckerberg. Ahora estos zapatos también son tendencia para el mundo en general: siguiendo la naturaleza pendular de la moda, la versión oficial dice que, pasados los tiempos del crédito fácil y el brillibrilli de las zapas y el estilo urbano, llegan la inflación y el minimalismo indumentario. Business Week lo llama “cachemir de juzgado”, por supuesto gracias a Gwyneth Paltrow, que estos meses protagonizó hipnóticos momentos de reduccionismo fashion en el juicio al que la llevó un accidente de esquí ocurrido hace años (salió absuelta). Era como el reverso minimal de aquello que me dijo un buen amigo que trabaja en la tele y es conocido por sus descacharrantes disfraces: “¡Si no me visto así, cambian de canal!”.
Reconozco que sufriría si tuviera que decirle que no a un jersey de Loro Piana, un gorrito de Hermès o casi cualquier cosa de The Row -¿casi?-, pero, filias aparte, creo que hay algo estéril en el debate sobre el llamado lujo silencioso. Principalmente porque no hay debate: da igual que intentes vestir como Elon Musk porque no lo eres. Scott Fitzgerald ya dijo aquello de que los ricos no son como tú y como yo y, más recientemente, Rem Koolhaas lo dejó todavía más claro: el lujo no es ir de compras. Aquí, la distancia entre la persona y el modelo a imitar es máxima, imposible, ridícula, ciencia ficción. Resulta difícil meterse en la cabeza de alguien que posee aviones, diez casas enormes y provoca temblores en el mercado del arte con solo sacar la tarjeta del móvil, pero es fácil darse cuenta de lo que significa para él un jersey de lana 5.000 euros. Nada.
El lujo, como industria, está en un momento estupendo, también en España: Carlos Primo lo cuenta en un reportaje para el número de ICON de mayo. Pero luego está lo que sea lujo para cada uno. A mí, mi abuelo siempre me pareció el hombre más lujoso del mundo porque cualquier día era un buen día para pedir unas gambas a la plancha. Tuve un novio que se le llenaban los ojos de lágrimas cuando le servían un trozo de tarta. Y creo que Arón Piper, nuestro hombre de portada, también ha llegado a una definición bastante ajustada de la palabra dichosa sin tener que imitar a ningún plutócrata, de ficción o no. Implica trabajo, algo de dinero y dosis de suerte, claro, pero es mucho más envidiable que lo de Elon, lo de Mark y lo de Succession. Aunque, insisto, quiero pensar que el mundo no es así: el lujo definitivo no pueden ser camisas que te aprietan.
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