“Aglutinó muchos barrios del mundo y muchos momentos sociales”: el legado eterno de ‘Trainspotting’
El clásico de Danny Boyle cumple un cuarto de siglo con la publicación de una nueva novela de Irvine Welsh ambientada en el mismo universo y un discurso que mantiene intacta su vocación generacional
Hace 25 años, Mark Renton eligió la vida. La historia de este veinteañero escocés sin nada mejor que hacer que drogarse, que sobrevive a costa de traicionar a los colegas con los que se encaminaba a un pozo sin fondo, llegó a las salas españolas el 23 de septiembre de 1996, medio año después de estrenarse en su país de origen. Dirigida por un entonces desconocido Danny Boyle, Trainspotting se convirtió –a pesar de su aparentemente poco comercial temática de drogas o el retrato de los bajos fondos de Edimburgo– en una de las producciones británicas más taquilleras de la historia, tanto en Reino Unido como en el extranjero. Allí, había contribuido significativamente su selección musical, con presencia de bandas como Blur, Pulp o Elastica en plena eclosión del britpop. Para cuando llegó a Estados Unidos o a España, ya habían también corrido ríos de tinta sobre su tratamiento de la adicción o su novedoso estilo narrativo, entre la psicodelia y la pesadilla.
“En aquella época, cada año había un estreno de esos que cambian las cosas. En 1994, fue Pulp Fiction. En 1995, El Día de la Bestia. Y en 1996, Trainspotting”, explica a ICON Santiago Alonso, crítico de cine en Revista Insertos y miembro del equipo de la editorial cultural Applehead. “Eran películas que iba a ver todo el mundo, una cosa intergeneracional y transversal, y en el caso de Trainspotting se llevaba hablando de ella desde semanas antes del estreno”, explica. El periodista, que tenía 20 años cuando la cinta de Boyle llegó a las salas, recuerda haberla visto con sus amigos en el desaparecido Cine Rex (en la Gran Vía de Madrid), en una sala abarrotada. “El disco de la banda sonora era también el que más se escuchaba en ese momento. Si no lo tenías tú, lo tenía otro. La mezcla estaba fenomenal, tenía a Iggy Pop o Lou Reed, pero también ayudó a que sectores más rockeros donde todavía no había entrado la música electrónica se acercaran a Primal Scream o Underworld”, cuenta Alonso.
El libro de mismo título en el que la película se basaba, escrito por el escocés Irvine Welsh y publicado en 1993, ya arrastraba cierta controversia por adoptar el punto de vista de sus personajes heroinómanos y, como tal, dejar pasajes que podían ser tomados por una romantización de la droga: “Imagina el mejor de tus orgasmos, multiplica por veinte la sensación, y aún estás a mil putos kilómetros. Mis secos y quebradizos huesos se sienten aliviados y humedecidos por las tiernas caricias de mi hermosa heroína”, explica Renton, su protagonista, al lector. El libro, de hecho, fue descalificado del Booker, que distingue cada año la mejor novela británica, por –según el autor– herir la sensibilidad de dos miembros del jurado. La polémica saltó a la película cuando, entre otros, Bob Dole, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos en las elecciones de ese mismo año, la acusó de promover el consumo de drogas entre los jóvenes.
Para el crítico Santiago Alonso, el de Trainspotting es un caso similar al de otras películas como El lobo de Wall Street o El club de la lucha, interpretadas por algunos espectadores como apología de, precisamente, lo que critican. “Ninguno de los personajes es simpático. Aunque todo esté contado con humor, tú no querrías cruzarte con ellos por la calle. Es una representación artística de ese modo de vida grotesco, del ritmo de meterse, salir, entrar y volver a meterse”, opina.
El contexto social en el que llegó Trainspotting fue, también, uno donde la heroína estaba en retroceso. “La explosión del caballo ya había pasado”, rememora Alonso. “Aunque fuéramos una generación que tomaba muchas drogas, existía la conciencia general de que aquello era una cosa distinta, algo muy peligroso. Yo mismo tenía reticencias con la película por cuestiones familiares, porque había visto esto en casa, pero pronto te das cuenta de que es una crónica de aprendizaje adulto, muy fuerte, con escenas muy radicales e impactantes. La muerte del bebé, por ejemplo, es terrorífica”.
Esto, desde el punto de vista del crítico, otorga a la película y al libro un carácter universal, aunque el ambiente local de Edimburgo tenga mucho peso. Precisamente, en la adaptación teatral representada en España en 2017, el director Fernando Soto y el libretista Rubén Tejerina optaron por suprimir todas las referencias geográficas para subrayar esa transversalidad. “Creo que Trainspotting aglutinó muchos barrios del mundo y muchos momentos sociales que eran parecidos”, reflexiona Fernando Soto, que, además de director de teatro, es actor y ha adquirido recientemente popularidad por su papel del subinspector Ángel Rubio en la serie La casa de papel. “Yo conocía a esos tipos, estaban en mi barrio, conecté con aquello cuando salieron el libro y la película. Era fácil sentirse identificado con las demandas de esa generación, que solo pedía poder elegir, y con esa lucha contra su destino dentro del sistema capitalista”, describe.
Soto enmarca la narrativa de película y libro dentro de la tradición cultural de protesta del Reino Unido, con el discurso de “No hay futuro” que bramaban los Sex Pistols completamente en boga. “Es el mundo pos Thatcher. Han sido gente muy golpeada socialmente, de ahí que fueran la cuna del punk o que producciones para toda la familia como Billy Elliot, que a priori podría parecer algo naíf, tengan un trasfondo de conflicto obrero tan fuerte”, explica a ICON.
Con un presupuesto de apenas 1,5 millones de libras (el equivalente actual a 1,75 millones de euros), la película fue un rotundo éxito de taquilla y recaudó en todo el mundo 48 millones (en euros, 56,02). También supuso el salto a la fama para su actor principal, Ewan McGregor, poco después elegido por George Lucas para interpretar a la versión joven de Obi-Wan Kenobi en la segunda trilogía de Star Wars. El director Danny Boyle, por su parte, alcanzó para la crítica internacional un estatus de joven prodigio al nivel de Quentin Tarantino. En cuanto a premios, el guionista John Hodge, que antes había sido médico y tratado a adictos a la heroína, obtuvo el premio Bafta por su trabajo y fue nominado al Oscar. Los grupos de música que contribuyeron a la película obtuvieron sustanciosos beneficios y una fama renovada gracias a las ventas del CD, y a los que rechazaron participar solo les quedó arrepentirse: Oasis son los grandes ausentes del britpop en la banda sonora porque su guitarrista y compositor principal, Noel Gallagher, creyó que Trainspotting trataba solo sobre gente que se dedicaba a mirar trenes (que, si bien como metáfora de la drogadicción, es lo que textualmente significa el título en inglés).
La historia continúa
El autor de la novela, Irvine Welsh, ha seguido profundizando en el universo de Trainspotting a lo largo de los años. En 2002 publicó una continuación directa, Porno. Diez años después, mostró las vivencias de sus personajes durante la era de la primera ministra Margaret Thatcher en la precuela Skagboys. Ahora, coincidiendo con el 25º aniversario de la película, Anagrama acaba de editar en España la cuarta entrega, El artista de la cuchilla, publicada en el Reino Unido en 2016. El libro se aleja de las drogas y sigue en solitario al psicópata Frank Begbie, el violento personaje al que interpretó Robert Carlyle, salido de la cárcel, con nueva familia y reinsertado en la sociedad como un cotizadísimo escultor. Esta aventura individual —que, de hecho, finaliza abruptamente con un importante y fortuito reencuentro en un avión— sirve, a su vez, de antesala para el aún inédito en nuestro país Dead Men’s Trousers, la historia final del grupo de personajes, según ha asegurado el escritor escocés.
Welsh ha descartado que estos continuos regresos a Trainspotting respondan a la nostalgia, sino a un sentimiento de cercanía con los personajes. “Se quedan contigo durante años, incluso si no escribes de ellos. Estás siempre pensando en qué andarán. Envejeces con ellos”, contaba en una entrevista a EL PAÍS el pasado mes de junio. Pese a ello, el autor fue uno de los principales impulsores de la secuela cinematográfica, T2: Trainspotting, estrenada en 2017 con opiniones notablemente divididas, y este año ha vuelto a urgir al director Danny Boyle a que cierre la trilogía con una nueva película, de la que, por el momento, no hay noticias.
T2: Trainspotting fue la difícil reunión, 21 años después, del elenco artístico de la cinta original al completo. Para que se produjera, Boyle y el actor protagonista, Ewan McGregor, tuvieron que limar asperezas después de que su amistad saltase por los aires cuando (a la manera de Renton, llevándose el botín y dejando colgados a sus amigos) el cineasta relevó al intérprete británico del papel principal en La playa, por considerar a Leonardo DiCaprio una opción comercialmente más favorable. Hasta entonces, además de la película que lanzó sus carreras, habían hecho juntos Tumba abierta (1994) y Una historia diferente (1997).
Fiel a las inquietudes experimentales de puesta en escena que han caracterizado la carrera de Boyle, la película -muy ligeramente basada en la primera secuela literaria, Porno- no fue exactamente más de lo mismo, con un uso de escenarios y de recursos de iluminación que apelaba directamente al teatro y le daba una cierta entidad posmoderna, de secuela autoconsciente. Asimismo, se recuperaban muchos de los momentos célebres de la película de 1996 o incluso se recreaban.
“A mí me pareció un regalo. No creo que ni Danny Boyle ni el elenco pretendieran hacer algo como la película original, porque es imposible. Me divertí mucho y creo que sigue teniendo un trasfondo, muestra cómo la gente que se crió en aquel contexto son, años después, el resultado de esas circunstancias. Siguen enzarzados en lo mismo”, reflexiona Fernando Soto. Opinión muy diferente a la del crítico Santiago Alonso, que califica la segunda entrega de “espantosa”. “No tiene absolutamente nada que ver. Es una cosa como de camaradería, algo que sorprende cuando la primera era, ante todo, una historia de supervivencia”, expresa el periodista a ICON.
Alonso vincula el resultado de la segunda entrega a la deriva, con el paso de los años, de Danny Boyle, que ganó el Oscar al Mejor Director en 2009 por Slumdog Millionaire y fue nominado de nuevo, como coguionista, en 2011 por 127 horas. “Creo que ha envejecido fatal. Sabía escribir cinematográficamente. Esas habitaciones que se alargaban cuando los tíos estaban puestos o la escena en la que Ewan McGregor, después de pincharse, se hunde en la alfombra.... Ahora repite mucho sus marcas. Los planos aberrantes con la cámara torcida, que tenían su razón de ser al principio, ahora se han convertido en algo cansino. Aparte, hacer en 2015 el biopic de Steve Jobs, por mucho que señale discretamente algún punto oscuro del personaje, me parece que denota que se ha colocado al servicio de los discursos oficiales. Para mí, es como si habláramos de dos directores diferentes”, sentencia el crítico.
Boyle se encuentra en estos momentos rodando Pistol, una serie biográfica sobre la banda Sex Pistols para la cadena FX, y tiene en preproducción Matusalén, drama histórico basado en la figura bíblica y proyectado por Warner Bros como el inicio de una franquicia. Ewan McGregor también sigue en las grandes ligas y tiene pendiente el estreno de Obi-Wan Kenobi, la serie de Disney+ sobre su personaje en Star Wars. El resto del reparto principal (Jonny Lee Miller, Robert Carlyle, Kelly MacDonald, Ewen Brenmer) no goza del mismo nivel de fama, si bien todos han seguido trabajando. Brenmer, el actor que interpretó a Spud, ha tenido una sólida carrera en el cine independiente, mientras que Miller (Sick Boy) casi consiguió rematar el chiste de Trainspotting a costa de su imitación de Sean Connery cuando estuvo en la terna final de candidatos a interpretar a James Bond, un puesto que le arrebató Daniel Craig.
Entre tanto, Trainspotting permanece. “Cuando montamos la obra [de teatro], la volví a ver y me siguió pareciendo fascinante”, concluye Fernando Soto, director del montaje español que se representó en el ya cerrado Pavón Teatro Kamikaze, de Madrid. “Por su tema, nunca deja de estar vigente. Es una generación, la de los jóvenes, que siempre tiene que estar peleando contra todo”. Como en la carrera que abre la película, sus personajes, por mucho que no parezcan avanzar sino estar viendo cómo la vida (y los trenes) pasan frente a sus ojos, continúan suspendidos en el tiempo y alcanzando, siempre igual de jóvenes, a nuevas generaciones de espectadores desde su condición ya ratificada de clásico contemporáneo.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram, o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.