‘T2 Trainspotting’: a favor y en contra
Hace 20 años, ‘Trainspotting’ se convirtió en una película generacional. Su secuela abre un debate apasionado
Veinte años después ha llegado a las pantallas la secuela de la rompedora e influyente Trainspotting, que marcó a toda una generación. Se llama T2 Trainspotting (ya en cines) y estas son dos opiniones totalmente opuestas. Ahora solo hay que elegir.
La visión de Dr. Jekyll, a favor
En el monólogo que cerraba, con toda la ferocidad del mundo, Trainspotting (1996), de Danny Boyle, Renton (Ewan McGregor) lograba que palabras como trabajo, familia, hijos, televisión, hipoteca y pensión sonaran tan agresivas y obscenas como los grafitis garabateados en el más grimoso urinario de un tugurio punk. La voluntad de integración del personaje parecía, finalmente, lo más terrorista de una película que usaba la jeringuilla en vena como insistente signo de puntuación.
Era muy difícil estar vivo a mediados de los noventa y no dar acuse de recibo de lo que supuso esta película-manifiesto: la lujuria por la vida de quienes preferían perderse hacia adentro antes que bailarle el agua a la Gran Bretaña de John Major. Y se colocó el foco sobre un cineasta (Danny Boyle) que había debutado con una brillante comedia negra (Tumba abierta, 1994) y sobre un escritor escocés (Irvine Welsh) con madera de DJ ducho en la remezcla de voces bárbaras. Da igual que el tiempo no haya sido benigno ni con ellos, ni con nosotros: necesitamos ese T2 Trainspotting como ese cóctel politóxico que llevamos aplazando desde que adquirimos nuestro primer teléfono móvil.
La visión de Mr. Hyde, en contra
“Elige la vida. Elige Facebook, Twitter, Instagram y espera que a alguien, en algún lugar, le importe”. Así retoma Renton sus palabras en esta secuela de Trainspotting, que llega 20 años después del primer impacto. Dos décadas en las que han pasado muchas cosas, como que director (Dany Boyle) y estrella (Ewan McGregor) rompieran relaciones cuando el primero prefirió irse a La playa (2000) con Di Caprio antes que con el actor escocés.
O que Boyle fuera erosionando su prometedora carrera hasta alcanzar su entronización como maestro de ceremonias en la sección Ferias y Festejos con los Juegos Olímpicos de 2012. O que la literatura de Irvine Welsh haya acabado erigiéndose en la alternativa malota a ese Nick Hornby que es, a su vez, la alternativa cipotuda a Helen Fielding (la creadora de Bridget Jones). Uno no pretende ser aguafiestas, pero, entre los razonables pronósticos de catástrofe figura el que esto parezca más un concierto de reunión de una banda de viejos roqueros que se llevan mal que una rave clandestina con barra libre de estramonio, que es lo que, de hecho, está pidiendo a gritos el espíritu del momento.
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