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Greg Glassman: De niño que contrajo la polio a creador y ángel caído de la mayor marca de gimnasios del siglo XXI

El fundador de CrossFit, forzado en 2020 a abandonar la compañía por unos comentarios tras la muerte violenta de George Floyd, lideró una revolución en los métodos de entrenamiento que hoy busca desprenderse de su imagen

Greg Glassman, creador de la marca CrossFit, fotografiado en un gimnasio de Nueva York en 2013.
Greg Glassman, creador de la marca CrossFit, fotografiado en un gimnasio de Nueva York en 2013.Andrew Hetherington / Redux / ContactoPhoto (Andrew Hetherington / Redux / ContactoPhoto)

Se ha referido a su creación como “una religión dirigida por una pandilla de motociclistas”; “algo tan natural como el surgimiento del Gran Cañón” o “la expresión de una profunda verdad del metabolismo”. Greg Glassman (Los Ángeles, 65 años), el fundador de CrossFit, dio buena muestra de su ingenio verbal durante las dos décadas que dirigió la marca con la que revolucionó el fitness urbano. Con rutinas de entrenamiento basadas en el uso del peso corporal, este californiano de San Diego que en su infancia tuvo que emplear un andador para recuperarse de la polio construyó una red con más de 15.000 centros de ejercicio asociados. Hasta que todo, al menos para él, se vino abajo en junio de 2020 tras una secuencia de comentarios que culminó en un “it’s Floyd-19″ (es la Floyd-19) publicado en su cuenta de Twitter, catalogado ampliamente de racista, que acabó precipitando su salida de la mayor marca de gimnasios del siglo XXI.

Glassman comenzó a interesarse por el ejercicio físico como adolescente. Sufrió polio, se recuperó y entonces la gimnasia llamó su atención. Su padre, Jeff, científico en una empresa aeroespacial, le regaló un set de levantamiento de pesas para estimular su entusiasmo y un día a Greg se le ocurrió combinar la realización de series con dominadas. Según contó la revista The New Yorker, acabó vomitando. El hecho revelaba que su afán había alcanzado otro grado. Puede que entonces ya se le hubiera ido de las manos; pero también que sin sesiones como aquella no hubiera nacido un método de entrenamiento que algunos preparadores defienden por más acorde al cuerpo humano que el basado en el uso preferencial de máquinas.

Tiempo después y tras varias deserciones universitarias, Glassman, que hoy tiene 65 años, empezó a trabajar en un gimnasio de Los Angeles, donde su concepto empezó a tomar forma, aunque él defiende, según explicó en una entrevista en 2016 a la cadena CNBC, que “el éxito de CrossFit nació sin ningún plan”. Allí se convirtió en el empleado díscolo que rompía los protocolos del lugar en el que trabajaba, alentando a trepar por cuerdas o a correr entre ejercicios.

Greg Glassman, fundador y ex consejero delegado de CrossFit, durante una reunión con los empleados de su empresa en 2015.
Greg Glassman, fundador y ex consejero delegado de CrossFit, durante una reunión con los empleados de su empresa en 2015.Linda Davidson (The Washington Post via Getty Im)

Tras empezar una relación con una cliente y casarse con ella, en 2001 abrieron su propio gimnasio, al que denominaron CrossFit por el entrenamiento multidisciplinario que querían promover. En paralelo, comenzaron a subir vídeos a internet y sus seguidores, a practicar los ejercicios en parques, comisarías, puestos de bomberos o cuarteles militares. Glassman, en cualquier caso, resta importancia a su relevancia en la popularización de las rutinas de crossfit. Con un lenguaje en ocasiones próximo al animismo, ha hablado de un “proceso natural” del propio cuerpo o apelado a su rol de “azafato” de “algo bastante espontáneo”. “¿Mi papel? Simplemente, no haberla cagado”, le dijo a la periodista de la CNBC.

El auge del crossfit se explica en parte por el acompañamiento que a Glassman prestó el gurú de nutrición Robb Wolf, que en 2010 publicó un libro, La solución paleolítica, que se conviritió en un éxito de ventas y contribuyó a definir un estilo de vida en el que el crossfit encontraba un sentido superior. Wolf, bioquímico y antiguo levantador de pesas, había contactado con Glassman ocho años antes, en 2002, para interesarse por su método de entrenar y cerrar un acuerdo para abrir el primer gimnasio asociado. Por esas fechas, CrossFit comenzó a certificar a sus primeros formadores, un movimiento que ayudó a que en tres años, los afiliados de la marca superaran los cincuenta propietarios de gimnasios.

Ambos socios, que se distanciaron más adelante, promovían por entonces las bondades de un método que “cuenta una verdad profunda y elegante sobre la actividad, el metabolismo y la enfermedad crónica” y hasta “salva la vida”. Glassman, sin embargo, no era ajeno a los hechos que demostraban que el ejercicio que traspasa la frontera del dolor físico no es saludable. Cuando, en 2005, The New York Times publicó un artículo sobre un hombre al que el sobreesfuerzo ocasionado por el crossfit le ocasionó una enfermedad que acababa con sus células musculares, Glassman respondió sin rodeos: “Puede matarte. Tengo que ser completamente honesto contigo”.

Pese a ello, la compañía vivió años de gran crecimiento. Con un modelo de negocio que pedía de los afiliados el pago de únicamente 3.000 dólares anuales por el uso del nombre, hasta la llegada de la pandemia de covid-19 unos 15.000 gimnasios estuvieron asociados con CrossFit. Pero a la retirada de parte de ellos por la crisis sanitaria, que potenció el entrenamiento en casa, una tendencia que se ha consolidado, se sumó que la reputación de Glassman comenzó a quebrarse a raíz de varias denuncias de acoso sexual y comentarios que demostraron que sus argucias verbales tenían un límite.

Tres practicantes de CrossFit hacen ejercicio en el exterior en Nueva York durante el verano de 2020.
Tres practicantes de CrossFit hacen ejercicio en el exterior en Nueva York durante el verano de 2020.Al Bello (Getty Images)

El 6 de junio de 2020, una afiliada de Seattle, Alyssa Royse, publicó en la página web de su gimnasio un intercambio de correos electrónicos en el que Glassman, en respuesta a un mensaje en el que era cuestionado por su “ambigüedad moral” ante la pandemia, le respondía que creía “sinceramente” que la cuarentena había “impactado negativamente” sobre su salud mental. Un día después, en una videollamada por Zoom consultada por BuzzFeed News, afirmó que la compañía no estaba de luto por la muerte de George Floyd, el afroamericano muerto violentamente en Minnesota a manos de la policía. Y ese mismo día, en respuesta a un tuit de un instituto de salud pública que afirmaba que el racismo y la discriminación eran “problemas críticos de salud pública que exigen una respuesta urgente”, comentó: “Es FLOYD-19”. A continuación, surgieron contra él varias denuncias de acoso que desmiente con rotundidad.

El día 9 anunció en un comunicado que dejaba la dirección de la compañía y a finales de ese mes, que esta había sido vendida a Eric Roza, un emprendedor que comenzó a hacer deporte gracias a CrossFit y que este último año se ha esforzado en mostrar su contundencia contra la discriminación. Es uno de los tres capítulos que preocupan en la compañía, que también quiere recuperar terreno frente al entrenamiento en el hogar y hallar un reemplazo al antiguo reclamo de Glassman, que apenas ha realizado comentarios durante este tiempo. “No hice esto por el dinero”, dijo Roza en una reciente entrevista para The New Yorker. “La razón por la que estoy haciendo esto es porque estoy completamente enamorado del crossfit y quiero llevarlo a otras personas”, finalizaba el empresario.


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