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Las intensas y efímeras amistades de verano: ¿por qué son tan especiales?

Las relaciones que brindan los largos días del estío son distintas a las invernales. Inseparables en agosto, desconocidos en noviembre

"Del barco de Chanquete no nos moverán". En 'Verano azul', la más atípica y famosa pandilla de verano de España inició la primera campaña contra la gentrificación de Nerja.
"Del barco de Chanquete no nos moverán". En 'Verano azul', la más atípica y famosa pandilla de verano de España inició la primera campaña contra la gentrificación de Nerja.

Buena parte de las novelas de Cesare Pavese tratan sobre la amistad durante el verano: de las más obvias —El bello verano y La playa— a El diablo en las colinas o Entre mujeres, en la narrativa del turinés son habituales los protagonistas jóvenes que apenas duermen y que merodean, intercambian confidencias, se enamoran, sufren accidentes o se convierten en adictos durante sus vacaciones. También Las ocho montañas, película ganadora del premio del jurado en el Festival de Cannes 2022, basada en una novela de Paolo Cognetti, desarrolla el arco narrativo de una amistad de verano que surge en un pueblo de los Alpes y se transforma año tras año. Éric Rohmer, con cintas como La rodilla de Clara, fue otro especialista en vínculos estivales, aunque en las películas del director francés (o en otras más recientes como Call me by your name o Saltburn) siempre se inmiscuye el deseo. Pero no es necesario viajar hasta los Alpes o recurrir a autores de renombre para obtener más ejemplos: las amistades de verano son también el motor de sagas tan populares como Los cinco, de muchas de las obras de Rosamunde Pilcher (esas que adaptó con éxito la televisión pública alemana y que repone cada fin de semana Televisión Española) y —por qué no—, de la inevitable Verano azul, que tan cerca nos queda cada mes de julio.

Si bien aventuras como las de Javi, Piraña y Chanquete nos parecen hoy inverosímiles, el verano sigue teniendo algo de excepción o tregua. La textura de las horas parece distinta, producimos menos y a otro ritmo y a mediodía, con el calor, casi todo se detiene. En cierto modo, los días entre la Víspera de San Juan y el final de agosto son una fiesta prolongada y, como todas las fiestas, los vivimos con especial intensidad: más atentos y dispuestos a sacrificarnos o a vivir epifanías, como la aparición de varios de esos amigos que parecen definitivos y, tal y como cantan Kokoshca en La Fuerza: “son como azucarillos, te endulzan la noche y se disuelven después”. Por eso y porque todavía, en julio y agosto, es habitual regresar a la casa donde siempre hemos acudido con nuestras familias o al pueblo desde el que nuestros abuelos emigraron hace un par de generaciones, el verano es la época del año durante la que más visible es la amistad. Es algo que sucede de Islantilla a Cadaqués, pasando por Lo Pagán y Magaluf, o de Baiona a Pasajes; pero también en cualquier municipio de interior donde se celebra la Virgen de Agosto. Ahora mismo todo el mundo está fraguando, retomando o recordando sus amistades de verano. ¿Qué tienen de especial?

¿Podemos tener un millón de amigos? Por qué los amigos de verano

El psicólogo y antropólogo Robin Dunbar es siempre la referencia cuando se habla de amistad. Este profesor inglés es conocido por haber ofrecido un número redondo (el Dunbar’s Number) que cuantifica cuántas “relaciones significativas” o amistades puede mantener un adulto. Según Dunbar, aunque se pueda conocer superficialmente a más de mil personas, no es posible tener más de 150 amigos. Uno de sus argumentos es que la cantidad de 150 personas se ha usado desde la Antigüedad para organizar grupos sociales o ejércitos porque ya entonces se descubrió intuitivamente que era el máximo de individuos capaces de sentirse ligados por lazos personales. Aunque, con la irrupción de las redes sociales, muchos consideran que el Dunbar’s Number debería actualizarse, este psicólogo sigue recomendando que, si diriges una empresa familiar, no contrates a más de 150 empleados. Otra de las ideas que Dunbar repite en sus publicaciones es que la amistad suele estar basada en seis factores o coincidencias (siete, si se cuenta el gusto musical) y todos ellos tienen que ver con similitudes (en el sentido del humor, la sensibilidad política o el nivel educativo) o experiencias compartidas (haber crecido en el mismo lugar usando el mismo idioma). La existencia de los amigos de verano (tan distintos entre sí como Pietro y Bruno, los protagonistas de Las ocho montañas) desafía estas nociones.

“Mis relaciones de amistad en Toñanes —explica el escritor santanderino Juan Gómez Bárcena, que, en su última novela, Lo demás es aire, recoge buena parte de sus experiencias en su lugar de veraneo— quizás no serían las que yo habría escogido en la ciudad, donde buscabas lazos de afinidad más claros; en los pueblos te relacionas con quien te toca: por edad, o porque sale con la bici por tu mismo barrio. Eso no quiere decir que esos vínculos no fueran muy interesantes, porque acababas relacionándote con personas muy distintas a ti y aprendías mucho de esas personas, aprendías ciertas estrategias sociales, y al mismo aprendías a mirar desde fuera de tu burbuja tu mundo. De alguna manera, las amistades de Toñañes me ayudaron a mirar mis vínculos amistosos de Santander de otra manera”.

Dos amigas saltan al mar en Banyoles, Girona. En noviembre esto no pasa.
Dos amigas saltan al mar en Banyoles, Girona. En noviembre esto no pasa.Albert Garcia

Para el habitante de la ciudad, acostumbrado a lo que la socióloga Eva Illouz llama “la elección negativa” (los vínculos se establecen por descarte porque las posibilidades son casi infinitas), el verano puede significar el establecimiento de lazos muy contextuales, marcados por coincidencias involuntarias y por diferencias que, en cualquier otra circunstancia, habrían resultado insalvables. Gómez Bárcena continúa recordando “esas amistades que eran muy intergeneracionales” y sus ventajas: “Cubrían un abanico de edad muy amplio, porque iba en el mismo grupo el niño de cinco años, al que ya le dejaban salir un poquito, que el chaval de 20 que trabajaba en el campo y se iba con las bicis contigo. En esa horquilla los mayores tendían a sensibilizarse con los niños, y los niños por otro lado a aprender de los mayores, aunque también había claras asimetrías”.

Seis semanas, deshielo y congelación

Otro de los factores estudiados por la sociología respecto a la formación de amistades es lo relevante que resulta el tiempo compartido por dos candidatos a amigos. Así, es posible conocer superficialmente a un potencial amigo durante años sin que esa amistad se haya concretado, mientras que, si por algún motivo (como un nuevo trabajo o una actividad en grupo) se ha pasado compartir varias horas diarias con alguien, la amistad puede considerarse sólida en cuestión de unas seis semanas. El verano, con sus rutinas tan diferentes a las del resto del año, favorece situaciones de este tipo. “En la playa me junto con gente con la que comparto un hobbie y un trabajo (la navegación a vela) y, seguramente, nunca habría sido amigo de mis amigos de la playa si los hubiera conocido por compartir un colegio en Madrid; con ellos hay algo especial que nos une”, explica Ana Smith Cuenca, madrileña de poco más de 20 años que durante el verano trabaja como instructora de vela en Santiago de la Ribera (Murcia). “Pasamos juntos mañana y tarde, trabajando, y por las noches salimos juntos. Eso es determinante: son relaciones de una intensidad que no tienen en Madrid, porque, en la playa convivo con ellos y compartimos la relativa falta de obligaciones, la sensación de libertad…”.

¿Y si hay un encuentro fuera del ambiente compartido? “Cuando quedamos o coincidimos en la ciudad, vernos se convierte en algo muy raro. Es desconcertante esa mezcla de ámbitos completamente diferentes: hace ilusión, pero no deja de ser extraña la irrupción de ciertas personas, que parecen pertenecer a otra vida, en tu rutina”, responde la joven, que reconoce que, una vez pasa el verano, “igual habla cada tres meses” con quienes convive durante las vacaciones. “Pero siempre es como si hubiéramos hablado ayer”, apunta. Gómez Bárcena añade: no tener demasiado contacto con los amigos de verano durante el resto del año es casi parte de su encanto, y recuerda un fenómeno curioso: “A veces te escribías cartas con algún niño, pero normalmente no volvías a saber de él hasta el verano siguiente, entonces siempre había como un pequeño deshielo, cada verano te despedías siendo muy amigo y al volver la cosa volvía a estar muy fría porque había pasado un año, habían pasado cosas y la relación tenía que volver a lubricarse”.

El final de las amistades es otro de los momentos que Dunbar ha examinado y sobre los que dispone de datos, y una de sus conclusiones es que, aunque tendemos a asociar las fracturas y las discusiones explícitas a las rupturas amorosas y los declinares lentos y tranquilos a las amistades que se apagan, las primeras (es decir, los enfados) también son frecuentes entre amigos íntimos. Sin embargo, cuando se trata de amigos de verano, lo más habitual es que, simplemente, se pierda el contacto. “A lo largo de los años muchas de mis amistades se perdieron”, comenta el autor de Lo demás es aire. “No en el sentido de que hubiera una ruptura, sino en el sentido de que cada vez venías menos y, sobre todo, en el momento en el que se pasa de la época del juego a la época del pasar tiempo juntos sin más, un ocio basado en ir a tomar una cerveza o basado en salir se pierde mucha cercanía. Con los niños es más claro, te encuentras en un camino y de repente te dice uno: voy a jugar, ¿vienes?, y si esa invitación es genuina es fácil aceptarla. Cuando ya tenía catorce, quince, dieciséis, diecisiete años, de alguna manera aparecieron también toda una serie de obstáculos. Así que muchas de esas amistades las he perdido, pero no he perdido el cariño y la capacidad de recordar esos tiempos”, concluye, con cierta melancolía, el escritor. “Pues yo creo —matiza la instructora de vela, estudiante de magisterio en Madrid— que la gente a la que veo año tras año me va a acompañar durante toda mi vida. Todos los veranos hay gente a la que conoces de manera más superficial, y ellos no te van a acompañar; pero aquellos con los que convives verano tras verano, son los que ya van a estar ahí para siempre. Al menos en nuestro caso”. De fondo, su grupo de amigos y compañeros de trabajo, asiente.

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