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“Especulamos para sobrevivir”: cómo el ultraliberalismo y la precariedad crearon a los ‘criptobros’

Las nuevas tecnologías y las crisis han convertido la especulación financiera en un arma contra un mundo cada vez más hostil. Pero extiende entre los jóvenes ideas propias de un libertarismo de élite

El mundo de las criptomonedas no es muy diferente del mar: con las olas puede o disfrutar o ahogarse
El mundo de las criptomonedas no es muy diferente del mar: con las olas puede o disfrutar o ahogarseBlanca López Solorzano

Una búsqueda de la palabra “especulador” en Google Imágenes todavía ofrece algunas de esas caricaturas de banqueros que ya eran populares a principios del s. XIX: dibujos de hombres orondos con bigote y chaleco que corren cargados con una bolsa marcada con el símbolo del dólar. Por su parte, en su entrada sobre el verbo “especular”, el Diccionario de la Real Academia aclara que suele usarse en sentido peyorativo. Y, sin embargo, tal y como defiende Aris Komporozos-Athanasiou, profesor de sociología en el University College de Londres, la especulación se ha convertido en el centro de nuestras vidas: “Estamos tan inmersos en una realidad tecnológica en la que los modos de interacción y experimentación social, económica y política están tan fragmentados y son tan inestables que la especulación es la única respuesta posible. La especulación no es una elección, sino una imposición: especulamos para sobrevivir”.

Autores como él consideran que, desde la gran crisis financiera de 2008, la figura central de nuestras sociedades, es decir, el modelo de sujeto que interactúa con la economía y la política, ya no es aquel homo economicus caracterizado por su racionalidad a la hora de tomar decisiones, sino un nuevo homo speculans que continuamente debe reajustar sus expectativas y previsiones sobre el futuro y que usa la imaginación para enfrentarse a la volatilidad de todo lo que le rodea. Especular ya no es solo la rápida compraventa de activos económicos basada en previsiones sobre su precio inminente, sino que también es nuestra manera de abordar la incertidumbre (laboral, económica, sentimental…) ayudados por la tecnología. Como resultado, surgen unas imágenes del futuro también inestables, que cambian y que podemos recalcular a cada momento, muy distintas de aquellas viejas utopías, fijas e inalcanzables, que dominaron los horizontes del s. XX. Por supuesto, esas dos caras de la especulación (la financiera y la imaginativa) se entrelazan y se relacionan continuamente, dando lugar a comunidades cuyas narrativas y mitologías son casi tan importantes como el movimiento del dinero o la obtención de beneficios. La de los criptobros, esos hombres que compadrean por los rincones menos ventilados de Internet y son libertarios en lo económico pero reaccionarios en lo social, es uno de los mejores ejemplos.

El auge del pequeño inversor

Asomarse a Internet supone, desde hace algunos años, toparse continuamente con ofertas de inversión o con gurús de todo tipo que te aconsejan qué hacer con tu dinero. Criptomonedas, brókers de bolsa online, depósitos bancarios a plazo fijo, inversión inmobiliaria… las opciones son infinitas y entre ellas casi siempre se cuela alguna estafa. La cuestión es que tu dinero —tengas mucho o apenas nada— nunca se quede quieto. “La mentalidad inversora está creciendo no solo en Europa sino en todo el mundo, en cierta forma por lo malo que es nuestro sistema monetario actual —comenta Juan Pablo Mejía, experto en criptomonedas y director del documental Revolución Bitcoin—. La gente busca invertir, porque su dinero está perdiendo valor todos los días. Si el Banco Central Europeo hace bien su tarea, el dinero va a perder más o menos el 2% de valor anual, porque esa es la inflación que están dispuestos a tolerar y, cuando se les va de las manos, sabemos que puede llegar a doble dígito o incluso mucho peor: en países como Venezuela o Argentina hemos visto inflaciones de triple digito. El auge de la inversión es por necesidad, es porque la gente necesita invertir para poder preservar sus ahorros, el fruto de su trabajo, Si no lo hacen, van a valer cada vez menos”.

La politóloga argentina Verónica Gago también insiste en que la inflación es clave para entender ciertos fenómenos relacionados con la inversión y la especulación: “La inflación significa una devaluación brutal de los ingresos y un encarecimiento veloz de lo básico para vivir: comida, vivienda, alimentos. Este descontrol de precios y devaluación de todo tipo de ingresos, ‘obliga’ a pequeñas formas especulativas que intentan recuperar algo de ingresos volatilizados”. En 2014, Gago publicó La razón neoliberal, un ensayo en el que expuso cómo las clases populares en contextos de desposesión, deslocalización y crisis provocados por el avance de las políticas neoliberales, terminan por asumir a pequeña escala las lógicas de captación de oportunidades e informalidad que propone el capital, y por reproducir el discurso vitalista de las élites. Tal y como lo resume, se trata de una cuestión de supervivencia: “Hay una compulsión especulativa en sectores medios y bajos ligados a formas de sobrevivencia. En Argentina, por parte de los sectores jóvenes, existe una propensión a intentar pequeños negocios financieros (apuestas, etc.) que parecen rendir más que los salarios que son hoy miserables”.

Los datos parecen confirmarlo también en Europa: la inversión sería, cada vez más, un recurso casi a la desesperada para recuperar poder adquisitivo. Junto a los conocimientos tecnológicos que requiere practicarla, eso podría explicar que sean los menores de 35 años (el grupo social que más riqueza ha perdido durante la última década) quienes más invierten, y parece que la tendencia acelera cada año. “Ha cambiado mucho el perfil del inversor —explica Laura Hecker, de la plataforma online flatexDegiro, una de las más populares para introducirse en el mundo de la bolsa—. Internet ha democratizado el acceso a la información y las tasas de los brókers online son mucho más bajas que las tradicionales”. “En nuestra plataforma —continúa la ejecutiva— el 74% de nuestros usuarios están entre los 23 y los 49 años, mientras que, durante las últimas cuatro temporadas, el grupo de edad que más ha crecido es el de los menores de 29. También crece el porcentaje de mujeres inversoras, del 16% en 2019 al 23% en 2023″.

Una cuestión generacional

Según parece, invertir y especular es cosa de jóvenes con poca confianza en la política tradicional. Y, tal y como explica Komporozos en su libro Speculative Communities (Comunidades especulativas, que pronto será traducido al castellano), eso genera unos lazos y unas comunidades para cuyos miembros la incertidumbre ya no es solo la característica principal de los mercados financieros, sino de la totalidad de la vida. “Uno de los ejes de mi libro y de mi trabajo es que me opongo a ese diagnóstico crítico que atribuye la inconsistencia y lo caótico de nuestra situación política a un mayor individualismo o aislamiento como individuos. Yo creo que ese diagnóstico que nos presenta como ciudadanos desconectados de la realidad política, aislados en nuestras casas, está fallando”, comenta el sociólogo y economista. “En lugar de eso —continúa—, defiendo que estamos sumergidos en un presente digital, un scroll o swipe permanente en cualquier aplicación: de Tinder a TikTok o las apps de criptomonedas. Así que todas nuestras interacciones: cómo jugamos, cómo trabajamos o cómo invertimos el dinero reproducen esa estructura caótica. La narrativa que surge de todo eso, aunque fragmentada, es todavía colectiva. Incluso durante ese acto del scroll permanente pertenecemos a un colectivo de gente que actúa de la misma forma. No importa si son estrellas de TikTok o inversores en Bitcoin, si están haciendo lo mismo que nosotros al mismo tiempo que nosotros, eso nos proporciona un fuerte sentimiento de comunidad y crea una textura”.

Bitcoin, una criptomoneda con un universo tan amplio que muchos de sus seguidores afirman que ya forma una “nación digital”, ha dado lugar a la mayor comunidad de este tipo. Hace pocos días, el economista Paul Krugman publicaba que estos usuarios serían decisivos durante las próximas elecciones en Estados Unidos y Mejía recuerda que “hoy Bitcoin es mucho más que una moneda, mucho más que un activo financiero, mucho más que una tecnología”. “Ha dado lugar a un ecosistema, a una cultura, incluso a varias culturas, porque al principio Bitcoin estaba más representado por los cyberpunk, personas que en los comienzos de internet querían utilizar la tecnología para obtener mayor privacidad, para liberarse del yugo del estado, pero de pronto empezaron a llegar los interesados en temas de libertad o los libertarios, más adelante los anarcocapitalistas, después los capitalistas, y hoy vemos cómo ya las grandes instituciones y Wall Street se están interesando”.

Nada de esto hubiera llegado tan lejos si no estuviéramos “notando la desconexión entre las promesas del capitalismo neoliberal y lo que ocurre en tantos ámbitos: con la propiedad inmobiliaria, la estabilidad laboral y con todas esas formas de intimidad que se están tambaleando”, según Komporozos. “La frustración provocada por las promesas rotas ha dado lugar a nuevas formas de derecha política que parecen extrañas, desconcertantes, porque contienen una mezcla rara de teorías de la conspiración, autoayuda y relatos incluso religiosos. Este tipo de popurrí que los laboristas llaman “políticas diagonales” tan, inestable y difícil de encajar en las fronteras de los viejos partidos, expresa frustración, pero también tiene un aspecto colectivo: expresa la necesidad de pertenecer a algo más grande o de imaginar una narrativa compartida, aunque sea regresiva. Es una forma de imaginación. Hay ciertas mitologías que circulan por el mundo cripto o por esos foros que revelan la necesidad de imaginar juntos. Tenemos una imagen del criptobro como alguien asocial, célibe, escondido en un sótano junto a su ordenador, que vive a través de los videojuegos y sus inversiones. Ese tópico no está del todo desencaminado, porque buena parte del mundo cripto sí que tiene esa pinta. Pero no todo, porque incluso en ese punto, casi paródico y oscuro, todo eso tiene algo de juego, de conexión entre iguales”.

Si bien sus defensores suelen centrarse solo en sus aspectos tecnológicos o económicos, como fenómeno cultural Bitcoin reproduce y recoge, con mucha más precisión que la inversión bursátil, buena parte de las angustias de la generación millenial y es que, de nuevo según el profesor griego: “La narrativa de las criptomonedas ofrece un cierto consuelo, y alivio porque reproduce, por ejemplo, a través de su volatilidad, la gran volatilidad de nuestras conexiones a través de Instagram, Tinder o Tiktok. Cada una de estas apps nos satisfacen de formas distintas, pero entre ellas hay algo familiar”. Así que cada vez más economistas y sociólogos descubren un impulso colectivo detrás de esa obsesión por invertir aparentemente egoísta, incluso detrás de todos esos contenidos estridentes que proliferan en Youtube. Buena parte de ese descontento estaría, hasta ahora, desaprovechado por las fuerzas políticas progresistas y la gran pregunta, entonces, es qué se puede hacer para evitar que el enfado contra el neoliberalismo siga, paradójicamente, alimentando nuevos mercados que ayudan a que la desigualdad continúe creciendo. “Desde el ecofeminismo estamos disputando la imaginación, el futuro y esas propensiones a especular para enlazarlas a otro tipo de experiencias, promesas y luchas”, responde Gago. “Lo único que puede evitar las consecuencias catastróficas de la precariedad pasa por que la especulación deje de ser algo en los mercados económicos y se convierta en un empeño colectivo que consista en encontrar conexiones y respuestas progresistas”, concluye Komporozos.

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