“Va a ser un completo desastre”: cómo se gestó la película que casi arruina para siempre a Superman
Hollywood ultima la película que en 2025 resucitará al gran héroe volador e intenta olvidar para siempre la que hace cuatro décadas lo mató: ‘Superman IV’, una entrega tan pobre, barata y mala que nadie, ni siquiera sus protagonistas, se podían explicar cómo llegó a existir
No era un pájaro, no era un avión, pero tampoco tenía mucho que ver con el Superman al que estábamos acostumbrados. A finales de julio de 1987 se estrenó la que muchos analistas consideran una de las peores secuelas de la historia del cine, a la altura de abominaciones tan flagrantes como Thor: Love and Thunder, Batman y Robin o Dos tontos todavía más tontos. Hablamos de Superman IV: En busca de la paz, la película que contribuyó a hundir a una productora de éxito, sepultó durante un par de décadas una franquicia legendaria y puso en cuarentena la carrera de gran parte de los implicados, empezando por Christopher Reeve.
Andy Greene la describe en Rolling Stone como un subproducto de una ineptitud poco menos que inverosímil, lastrado por un guion disfuncional hasta el delirio, unas interpretaciones grotescas y unos efectos especiales del todo impropios de la segunda mitad del siglo XX. Se queda corto. Vista hoy, Superman IV (disponible, para los curiosos, en Max) ni siquiera se presta a una condescendiente lectura en clave irónica, algo que sí ocurría, hasta cierto punto, con su hermana mayor, Superman III. Es demasiado pueril, vacua y cochambrosa.
En realidad, ahora que James Gunn y Warner Bros están trabajando en un inminente reboot de la epopeya del hombre de acero, En busca de la paz funciona sobre todo como aviso para navegantes: el éxito, en cine, nunca está garantizado. Los buenos mimbres no siempre producen un buen cesto. Es perfectamente posible acumular ingredientes de una cierta dignidad y una contrastada solvencia (uno de los personajes más icónicos de la historia del cómic, la banda sonora de John Williams, un director competente, Christopher Reeve, Gene Hackman, Margot Kidder y Mariel Hemingway) y acabar perpetrando un infausto brebaje que fracase con estrépito.
Algunos de los peores desastres financieros de la historia de Hollywood son hijos de la desmesura y la ambición mal calibrada. Superman IV, en cambio, fue víctima de la gradual pérdida de fe de sus responsables en el producto que tenían entre manos. Tan poco creían en la película que la fueron empequeñeciendo y desvirtuando hasta convertirla en insignificante y poco menos que ridícula.
No hay tres sin cuatro
Todo empezó con un éxito agridulce que acabaría sentando las bases del posterior desastre. Superman III, punto de inflexión humorístico en la saga, nació de una entrevista en The Tonight Show en la que Richard Pryor parodiaba de manera inmisericorde sus dos predecesoras. Los productores de la franquicia, Ilya y Alexander Salkind, encajaron el golpe con elegancia modélica: Superman, en efecto, ya no podía ser tomado del todo en serio en los cada vez más cínicos, festivos y resabiados años ochenta. Había que reírse de él. Había llegado la hora de deslizarse por la pendiente de la extravagancia y la autoparodia. Así que decidieron contratar a Pryor, que se encargó de insuflar la necesaria dosis de humor irreverente en el papel del estafador y genio de la informática Gus Gorman, perpetrador, en la película, de hazañas tan hilarantes como el sabotaje de un satélite climático para destruir la cosecha de café de Colombia.
A Christopher Reeve le resultó descorazonadora esta deriva posmoderna. Él se sentía cómodo en la piel de Superman y no entendía la necesidad de sacar al personaje de la zona de la zona de confort que le había convertido en un fenómeno de masas. Aunque aceptó a regañadientes participar en la ficción “más coral, más moderna y menos reverente” que le vendían los Salkind, lo que en absoluto esperaba era verse, como finalmente ocurrió, confinado en un rincón en su propia franquicia, convertido en simple comparsa del circo multipistas de Richard Pryor. Al veterano director anglo-estadounidense Richard Lester tampoco le entusiasmaba el nuevo enfoque, pero aceptó hacerse cargo de la película tanto por dinero como por lealtad al otro productor, su amigo personal Pierre Spengler.
Superman III, estrenada en verano de 1983, horrorizó a la crítica y tampoco satisfizo del todo a unos Salkind que, a última hora, se dieron cuenta de que estaban estrangulando a la gallina de los huevos de oro. Pero recaudó unos más que razonables 81 millones de dólares y dio pie a un spin off casi inmediato, Supergirl (1984), que, esta vez sí, fue un rotundo fiasco, pese a la presencia en ella de primeros espadas de la industria como Peter O’Toole o Faye Dunaway.
Vendida al mejor postor
Esta aparatosa caída del caballo condujo a los Salkind a vender su porcentaje de los derechos de la franquicia y a Warner Bros a subcontratar la producción a un estudio ajeno. El futuro inmediato del Superman cinematográfico quedó en manos de Cannon Films, compañía controlada por los israelíes Menahem Golan y Yoram Globus que venía de la serie B más descarnada y se estaba especializando por entonces en comedias eróticas como El último americano virgen o los thrillers de acción de Charles Bronson, Chuck Norris y Sylvester Stallone.
Golan y Globus aspiraban a dar un alto de calidad en sus producciones y se habían comprometido a producir para Warner un Superman de entre 35 y 40 millones de dólares que revitalizase la saga y la relanzara con contundencia. El problema fue que no se pusieron manos a la obra hasta bien entrado 1986. Para entonces, ya se habían gastado gran parte de los réditos de su principal éxito, Cobra, en una larga ristra de inversiones ruinosas. Así que el generoso presupuesto inicial se convirtió en unos escuálidos 17 millones, del todo insuficientes en una época en que producciones como Terminator, Robocop o Mad Max estaban elevando el listón de la excelencia en los géneros de la ciencia ficción y la fantasía.
Cannon contaba, pese a todo, con un reparto “nostálgico” en el que Gene Hackman, ausente en la tercera película, recuperaba el papel del desquiciado y ególatra Lex Luthor y Margot Kidder encarnaba de nuevo a la intrépida reportera Lois Lane. Estos dos fichajes se realizaron por intercesión directa de un Christopher Reeve un tanto desencantado a esas alturas, pero dispuesto a enfundarse de nuevo la capa roja a cambio de un buen caché, créditos como guionista y director de la segunda unidad y la promesa por parte de Cannon de que tendría un cierto grado de control creativo sobre el producto final.
A Reeve se atribuye, de hecho, la disparatada premisa de que parte la película: un niño pide a Superman que salve al género humano del apocalipsis nuclear y el inmigrante llegado de Kripton, tras un corto periodo de reflexión, se lanza a la aventura de confiscar sus misiles a estadounidenses y soviéticos, convertirlos en un amasijo de chatarra y lanzarlos al sol para que se volatilicen como lágrimas en la lluvia. Dos guionistas de la factoría Cannon, Lawrence Konner y Mark Rosenthal, se encargaron de convertir semejante ocurrencia en algo parecido a un libreto cinematográfico y un director canadiense de cierto recorrido, Sidney J. Furie, responsable de la estupenda El ente (1982), se hizo cargo de orquestar y coordinar la función después de que Richard Donner, Wes Craven y Paul Verhoeven renunciasen a hacerlo. Donner, al parecer, estuvo cerca de aceptar, pero el calendario de rodaje acabó resultándole incompatible con el de otro proyecto de mayor enjundia, Arma letal.
La hora de las rebajas
La película se rodó en los estudios británicos de Cannon Films, unas instalaciones que a Reeve le parecieron muy modestas. El joven actor John Cryer, recién consagrado en la comedia adolescente de John Hughes La chica de rosa (1986), fue de los primeros miembros del reparto en acudir al lugar. El primer día, testimonio del propio Cryer, se vio embarcado en una prometedora escena con uno de sus héroes de la pantalla, Gene Hackman. Lex Luthor y su descarriado sobrino Lexy escapaban de Metrópolis en un descapotable de los años treinta y eran sorprendidos por Superman, que alzaba el vehículo por los aires y se llevaba a uno al reformatorio (la célebre Ciudad de los Muchachos) y a otro al penal del que había escapado en lo primeros minutos de la película.
“Las escenas así”, explicaba Cryer, “hoy en día se revuelven con una pantalla verde y lo más probable es que el actor ni siquiera tenga la oportunidad de sentarse en el coche. Pero en aquella ocasión, una enorme grúa de construcción nos elevó a Hackman y a mí unos 15 o 20 metros, y Reeve estaba ahí debajo, vestido de Superman”. Por un momento, un Cryer de apenas 21 años se sintió en la cima del mundo, involucrado en una superproducción de Hollywood, haciendo gran cine en un entorno con recursos ilimitados y rodeado de estrellas.
Fue un espejismo. A medida que avanzaba el rodaje, fue constatando la presencia continua de empleados de Cannon que discutían con Furie y Reeve y exigían cambios en el plan de rodaje, siempre orientados a que resultase más rápido y barato: “Hacia el final, empezaron a descartar escenas que sobre el papel parecían cruciales. Recuerdo que pensé que aquello no olía del todo bien, pero acabé mi parte, volví a Estados Unidos y perdí el contacto con el resto del equipo”.
Pocos meses después, coincidió con Christopher Reeve en Los Ángeles. El actor neoyorquino, siempre amable, le invitó a desayunar. Cryer le comentó que era un gran fan de Superman y que esperaba con impaciencia el estreno de la película: “Christopher suspiró y me dijo que no me hiciese ilusiones. ‘Va a ser un completo desastre. Apenas nos han dado tiempo para completar las escenas de vuelo. Y el montaje que han acabado dando por bueno no tiene el menor sentido’. Aquello me hundió. Yo quería formar parte de la resurrección de Superman, no de su naufragio definitivo”.
Lo que Reeve no le contó a Cryer en aquella ocasión era que el montaje aprobado por Furie, de alrededor de 140 minutos, había sido rechazado tanto por Cannon como por los asistentes al primer pase restringido de la película. Era, en opinión de Golan, “incoherente, tedioso y falto de ritmo”. Así que la productora optó por extirpar, sin la menor ceremonia, más de 45 minutos de metraje dejándola en poco menos de hora y media, la película más breve de la franquicia. Lo hizo, además, de manera tan expeditiva que el resultado final apenas resulta comprensible. Se eliminaron subtramas, uno de los personajes principales (el de Mariel Hemingway, la hija del magnate que compraba el periódico de Clark y Lois) desaparecía sin la menor explicación en la parte final del metraje dejando en definitivamente no resuelta su tensión sexual con Clark Kent; otro, El Hombre Nuclear, aparecía poco menos que de la nada y pronunciaba frases sin apenas sentido, relacionadas con subtramas que habían sido eliminadas…
El comentarista Brad Curran describe el producto de semejantes atentados contra la etiqueta cinematográfica como “un completo despropósito” y no duda en reconocer a Superman IV: En busca de la paz la condición de “candidata a peor película de la historia del séptimo arte”. Para la antología de los horrores, una escena en concreto: la cita a cuatro entre Lois Lane, el personaje de Hemingway, Clark Kent y Superman, un exabrupto audiovisual tan pésimamente concebido, planificado y ejecutado que casi despierta ternura.
Entre los contados aciertos, una Margot Kidder que, por momentos, se comporta como si estuviese participando en una película de verdad y ese Lex Luthor rebosante de humor sardónico y cruel, un amante de la sociopatía narcisista que fuma puros, alterna con prostitutas, silba melodías de Mozart, se disfraza de general y pronuncia alguna de las mejores frases de la película: “Eres un adicto al trabajo, querido Superman. No puede pasarte las 24 horas del día haciendo el bien. Necesitas un hobby. O una mascota”.
La película acabaría siendo masacrada por la crítica (solo Janet Maslin, de The New York Times, mostró una cierta indulgencia) y aún hoy reúne apenas un 10% de comentarios positivos y una nota media de 3 sobre 10 en el agregador Rotten Tomatoes. Aunque arrancó en taquilla con una cierta fuerza, al final acabaría cosechando unos del todo insuficientes 36,7 millones de dólares, las peores cifras de la historia de la franquicia. Mariel Hemingway obtuvo una más que merecida nominación a Peor Actriz de Reparto en los Razzie. Muchos años después, en 2006, uno de los guionistas Mark Rosenthal, argumentaba en los extras de la edición en DVD que la película hubiese mejorado sustancialmente con esos 45 minutos de material inédito que Cannon insistió en suprimir. Hasta la fecha, no se ha editado nada parecido a un Final Cut que corrobore sus palabras. Sin un seguimiento de culto que la pueda resucitar, es poco probable que suceda. La película que mató a Superman, en realidad, ya nació muerta.
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