Paul Verhoeven: “Estamos en una época ridícula con este puritanismo que trata los cuerpos como secretos”
El director holandés vuelve a escandalizar con ‘Benedetta’, su película sobre una monja lesbiana del siglo XVII. Como siempre, él, que nos permitió retratarle en su casa de Los Ángeles, asegura no saber a qué viene tanto revuelo
Un día después del estreno mundial de su último filme, Benedetta, durante el Festival de Cannes y una semana antes de cumplir 83 años, Paul Verhoeven parece extrañamente fatigado. La historia real sobre las visiones y milagros de la monja del título y su relación sexual con otra hermana de un convento italiano en el siglo XVII llevaba ya semanas encendiendo pasiones y calentando críticos. Las primeras reacciones son tan polémicas y extremas como se esperaba. Al director holandés no es la edad lo que le agota: es la prensa.
“Estoy exhausto”, suelta nada más arrancar la entrevista. “No diría que es la peor, pero sí está siendo la promoción más intensa de mi carrera. La más complicada. Demasiadas entrevistas. Creo que ya llevo como 60″. Y a ellas suma la rueda de prensa del festival francés. Una conferencia tensa en la que, una vez más, tuvo que defenderse de esa huella que marca su filmografía: sexo, desnudos, mujeres. Con un ingrediente extra y peliagudo: la religión católica. “No entiendo por qué llaman blasfemo a algo que pasó de verdad. No puedes cambiar la historia, no puedes cambiar los hechos, puedes decir si te parecen bien o mal, pero son hechos. Usar la palabra blasfemia en este caso me parece estúpido”, dice sin dejar espacio a peros.
Benedetta, que desde el 1 de octubre se puede ver en España, está basada en el libro Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: Entre santa y lesbiana (1987), de Judith C. Brown, quien lo escribió a partir del fortuito descubrimiento de las transcripciones del juicio a esta monja del siglo XVII por su relación con la hermana Bartolomea y sus supuestas visiones y milagros. Esos encuentros sexuales, con la bendición del Jesús que se le aparece a Benedetta (Virginie Efira) y con juguetes eróticos improvisados (como una estatuilla de la Virgen) son los que levantaron adjetivos y críticas con las que el cineasta cada vez se enfada más.
“En general, cuando la gente practica el sexo se quita la ropa. Me deja pasmado el hecho de que no quieran ver la realidad”, argumenta. “¿De dónde viene este nuevo puritanismo? No lo sé, pero solo hace falta ir a la playa para comprobarlo: ya nadie hace toples, algo habitual en los setenta y los ochenta hasta aquí en la Costa Azul. Estamos entrando en una época ridícula con este puritanismo que trata los cuerpos humanos como si fueran grandes secretos”.
A pesar de todas las polémicas que le agotan y le entretienen a partes iguales, Verhoeven goza ahora del mejor momento de una carrera que ha tenido muchos altos y bajos. De Europa a Hollywood y de vuelta a Europa. Del éxito de Robocop (1987), Desafío total (1990) e Instinto básico (1992) al gran fracaso que fueron en su día Showgirls (1995) o El hombre sin sombra (2000). Aunque ahora Showgirls, por ejemplo, se repasa con curiosidad y respeto. La revisión de su filmografía llegó después del triunfo de Elle (2016) con la que recorrió el mundo y sus premios (incluida la nominación al Oscar) gracias a su protagonista Isabelle Huppert.
Si le hablan de male gaze, de la perspectiva masculina con la que mira a sus protagonistas femeninas, responde entre enfadado e irónico. “Siempre he tenido a mujeres en el centro de mis películas”, responde. Y vuelve a la defensiva. “El movimiento #MeToo es absolutamente correcto y necesario, el abuso de poder y sexual no debe existir, pero desde un punto de vista artístico tú deberías ser libre de hacer lo que te dé la gana. No puedes decir: no voy a hacer esto o no voy a escribir esto porque no es éticamente correcto o alineado con #MeToo. El arte debería ser libre”. Por eso se marchó de Hollywood y con Benedetta así se ha sentido, libre de rodar la historia que quería “sobre una mujer que quiere poder para conseguir privacidad y sexo”. Así resume su película, quitándole hierro erótico y sumándole relevancia histórica a esa relación lésbica.
Hacer lo que quiere es su motor para seguir trabajando a pesar del agotamiento. “Sigo trabajando porque no quiero morir, y tengo la sensación de que mientras siga trabajando la muerte parece más lejana”, dice con sorna. “Es como mi escudo protector, pero no siempre funciona porque cuesta mucho hacer películas, siempre tengo que andar con cuatro o cinco proyectos a la vez para que al menos uno se ponga en marcha”.
¿El siguiente? “Estoy trabajando en un thriller situado en Washington tipo Instinto básico, pero si de mí dependiera haría Jesús de Nazareth, basado en el libro que escribí”, contesta. “Veremos, todo depende en realidad de los productores, del dinero, y claro, de los actores. Mira Carl Dreyer, que también quiso hacer una película sobre Jesús toda su vida y, cuando iba a hacerla, el actor que quería le pidió que le esperara y, en esa espera, se murió. Esto pasa, no sé dónde estaré ni en un año ni en cinco”. Sonríe. Sin enfados.
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