Buscando al hombre
La masculinidad de hoy está en algún lugar entre el ‘trap’, lo ‘queer’, el cine de culto y un heroico cocinero catalán que lleva 40 años sirviendo tostaditas de salsa holandesa
Mirando el número de abril minutos antes de mandarlo a imprenta, me vuelvo a dar cuenta de que es imposible que exista un solo hombre ICON. ¿Es Eladio Carrión, el trapero sensible y familiar de 29 años que protagoniza nuestra portada? ¿O es Francesc Fortí, el venerable fundador del Racó d’en Binu, restaurante de Argentona que lleva desde 1970 impermeable a las modas culinarias en su defensa numantina —y casi suicida— de la alta cocina francesa? Si el reportaje de Miquel Echarri sobre el Racó d’en Binu no le da ganas de reservar, coger el coche y sentarse en ese precioso comedor para probar platos casi extinguidos como el solomillo Strogonoff y el suflé de naranja helado es que debe de estar medio muerto, o que no le gusta la mantequilla. En un momento de la entrevista, Fortí cuenta que en 1981 Pujol lo envió a Francia para cocinar ante el ministro de exteriores de Giscard d’Estaing. Fue justo cuando el golpe de Tejero y el cocinero tuvo que hacer malabares para viajar a París. Pero llegó, triunfó con sus hoy célebres erizos de mar y “el president pudo presumir de que los catalanes habíamos ido a Francia a enseñarles cómo se hacían”. Fortí no volvió a saber de Pujol, que solo le pagó, tarde, parte de la materia prima. Pero ahí queda eso.
Leo una cita de Deleuze en el catálogo de una exposición que me encantó: “El Barroco no inventa nada, solo es una acumulación de capas de distintas épocas”. Y pienso que los hombres somos una especie de milhoja de masculinidades jóvenes y viejas, deconstruidas y sin deconstruir. En este número de ICON intentamos deshacer algunos nudos. Lucía Franco explora en un artículo por qué los hombres pedimos menos perdón que las mujeres. Y Daniel Soufi se pinta las uñas para poder contar, en primera persona, qué significa este sencillo acto de coquetería en 2024, después de que los futbolistas y Harry Styles lo hayan normalizado. Soufi da con la figura del aliade: “Término que evoluciona el concepto de aliado feminista, un hombre activamente involucrado en la lucha por la igualdad” y que, en su peor versión, lo hace de forma interesada. Lo aclara su amiga Marina: “Por ejemplo, llevar uñas negras para luego poder contar tan a gusto que anoche te comiste a tal tía”. Nadie dijo que lo masculino fuera fácil. El actor Jeremy Pope lleva toda la vida lidiando con la herencia de un padre religioso de profesión y culturista por afición (lean la historia, no tiene precio), y Iago Fernández recuerda los locos años de triunfo de Vice, la revista más incorrecta de las últimas dos décadas. Criticada en su momento por ser una especie de club para niños salvajes, y leída con fervor precisamente por eso, Iago, que fue su redactor jefe, escribe un relato lleno de portadas provocadoras, fiestas delirantes, ideas brillantes y malísimas, una banda de metal nórdico cuyo cantante fue condenado por beberse la sangre de un granjero, jefes que queman en bares la tarjeta de la empresa y estrellas de la época como James Franco, Spike Jonze... o Willy Bárcenas.
En ICON siempre nos han interesado los intríngulis de la fama, pero sigue sorprendiéndome que siempre haya algo nuevo que decir. Al finlandés Jussi Vatanen, por ejemplo, le da miedo la súbita atención que le ha llegado a los 46, con la posibilidad de pasar a formar parte de producciones internacionales. El actor, magnético en su papel del antihéroe de la película de Aki Kaurismäki Fallen Leaves, y que se ha prestado para hacer de modelo por primera vez en el reportaje que le dedicamos en este número, explica perfectamente el conflicto: “No quiero ser como una flor mal trasplantada”.
Lo cual nos devuelve al Racó d’en Binu y su renacida popularidad. El pasado febrero reservamos y cogimos el tren a Argentona para probar el suflé, el Strogonoff, las tostaditas con salsa holandesa y ese precioso comedor diseñado por Antoni de Moragas. Son obvias, pero, para mí, las lecciones vitales de aquella experiencia están claras. La primera es que hay que ser fiel a uno mismo: no habría nada que descubrir si Francesc Fortí se hubiera rendido hace 20 años a la cocina de producto y ahora sirviera solomillo vuelta y vuelta o hubiera en su carta ese horrible acrónimo, AOVE. La segunda lección es que las cosas hay que disfrutarlas en su momento, ya se lo dijo Fortí a un cliente que volvió después de una larga ausencia: “Me alegro de que te haya gustado volver, pero no tardes otros 40 años porque ya no nos encontrarás aquí”.
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