Nicholas Cullinan: “Por suerte, cuando hablamos de arte ya no solo pensamos en un hombre heterosexual con un pincel”
El director de la National Portrait Gallery ha comisariado la exposición ‘Paraventi’, en la Fondazione Prada de Milán, donde explora los aspectos políticos, históricos y creativos de ese gran olvidado del mobiliario burgués: el biombo
Entre todas las piezas de mobiliario superadas por nuestros pequeños salones, pocas representan tan bien lo más inservible del pasado como el biombo. Y, al mismo tiempo, pocos muebles contienen tanta información sobre nuestra historia, nuestras costumbres y nuestras pulsiones, estéticas e incluso lúbricas.
El biombo es un fósil de la decoración burguesa que, paradójicamente o precisamente por eso, ha resultado irresistible para muchos artistas. Ya como objeto resulta ambiguo: “Es decorativo, funcional, arquitectónico y teatral”, explica por teléfono Nicholas Cullinan, director de la National Portrait Gallery de Londres y comisario de la exposición Paraventi (biombos), que hasta el 22 de febrero se puede ver en la Fondazione Prada en Milán. Es un montaje espectacular: en la planta baja, un laberinto de sinuosas pantallas de plexiglás, diseñadas por el estudio de arquitectura japonés SANAA, lleva al espectador por un camino de “ensayos curatoriales” –antiguos biombos chinos, encargos de artistas contemporáneos y rarezas de autor–. En el piso de arriba solo hay biombos, uno detrás de otro, ordenados cronológicamente: una especie de paseo de la fama con las firmas de Miró, Hockney o Le Corbusier.
Además de grandes nombres hay grandes historias, como la del biombo de Kenneth Halliwell y Joe Orton, que durante los años sesenta formaron pareja y compartieron un piso diminuto forrado de recortes de libros y revistas en el barrio londinense de Islington (ambos pasaron un tiempo en la cárcel por utilizar libros de la biblioteca pública para sus collages). Orton empezó a tener éxito como dramaturgo, lo cual provocó los celos de Halliwell, que acabó asesinando a su pareja a martillazos y después murió de una sobredosis en agosto de 1967. El biombo de la muestra, empapelado de recortes, es un ejemplo de la densidad narrativa de algunas de las piezas de la exposición.
En un mundo del arte permanentemente inflamado por las fuerzas del mercado, y donde cualquier formato, incluido el lienzo, es cuestionable e instantáneamente gentrificable, el biombo resulta casi contestatario por lo difícil de clasificar. En este sentido, lo híbrido y lo multidisciplinar son dos aspectos que forman parte del carácter de la diseñadora Miuccia Prada, presidenta de la fundación milanesa. “A la Sra. Prada le gusta reflexionar sobre conceptos, objetos o ideas que no encajan en una sola categoría”, señala Cullinan. “Viniendo del mundo de la moda, pero obviamente estando muy interesada por el arte, creo que lo que más le interesa es cuestionar los estereotipos y las jerarquías. Y los biombos nunca han sido tomados muy en serio”.
Paraventi va mucho más allá del biombo como pieza de historia, de arte o de decoración. “Creo que nunca antes se había hecho una exposición a esta escala, desde sus orígenes en Asia hasta las 18 piezas que hemos encargado a artistas contemporáneos. Y creo que es porque, como elemento, se suele pensar en el biombo de manera un poco peyorativa: es un mueble, no da la talla para ser arte. Es una cosa cursi, afeminada, como de buen gusto”, explica el comisario. “Por suerte, la noción de artista se está expandiendo y cuando hablamos de arte ya no solo pensamos en un hombre heterosexual con un pincel”, subraya Cullinan.
Los biombos nacieron en China hace unos dos mil años, en principio como pantallas de papel para proteger del viento, la lluvia, los espíritus y, por supuesto, los ojos ajenos. Las pantallas fijas pasaron a ser móviles, plegables y, en el interior, fueron ganando en función representativa: para evitar el rápido deterioro del papel y la seda, surgieron los biombos de madera lacada ricamente decorada. Hacia el siglo XVII, se colocaban detrás de las personalidades para subrayar su rango. Para entonces, el biombo ya había saltado a Corea y a Japón y, de Asia, a todo el mundo: los biombos lacados chinos fueron llamados coromandel por el puerto donde los cargaban rumbo a Europa. El primer biombo japonés –llamados byombu– llegó a Madrid en 1585: era un obsequio para Felipe II. Después, venían a través de México, donde floreció una próspera industria artesana de biombos a la japonesa, ahora decorados con escenas occidentales.
“No queríamos que esta exposición fuera una historia de la apropiación”, explica Cullinan. “Por eso queríamos que los artistas y los arquitectos que embarcáramos en este proyecto fueran internacionales, y por eso, además de Milán, Paraventi tiene otras dos sedes en Tokio y Shangái, donde se inauguró simultáneamente. Son ciudades de las que vienen muchos de los ejemplos expuestos”. Paraventi es un ejemplo de cómo las instituciones culturales afrontan su descolonización, asunto tan polémico últimamente en España. “¡Todo está tan politizado últimamente! Nos ha pasado lo mismo en Inglaterra, especialmente desde el Brexit. Es un debate con el que convivo en la National Portrait Gallery. Lo abordamos cuando reabrimos el museo, y funcionó muy bien entre públicos muy distintos”. Cullinan es el responsable de que la National Portrait Gallery se haya abierto al discurso contemporáneo: la visibilización de historias no blancas, y del pasado colonial desde un punto de vista no solo británico, y no como cuotas sino con obras relevantes. El año pasado impulsó la compra de Retrato de Mai, un magnífico retrato del primer polinesio en visitar Inglaterra, pintado por Sir Joshua Reynolds en 1776. La NPT lo pagó a medias con el Museo Getty, lo cual significa que Mai divide su tiempo entre Londres y Los Ángeles. “Es bonito pensar que, aquí, vive justo enfrente al lugar donde fue pintado. Y allí, frente al Pacífico, donde nació”, ha dicho Cullinan a The New Yorker.
El comisario no está interesado en polémicas. “Creo que las cosas hay que hacerlas con sinceridad, pero también con tacto y no como una especie de grandilocuente lección moral o algo abiertamente didáctico. Haz las cosas discretamente y permite que la gente se acerque por su cuenta, que sea el público quien reflexione”, dice. Trabajar con capas de significado sin que lo importante —lo expuesto— pierda protagonismo, parece ser su especialidad. Posiblemente sea esta la mejor cualidad de Paraventi, y por lo que esta exposición encaja perfectamente en una institución tan particular como la Fondazione Prada, pionera en plantear lecturas contemporáneas de la historia del arte: las copias de esculturas del mundo clásico, una exposición comisariada por el cineasta Wes Anderson o la teatral instalación de ceras anatómicas del siglo XVIII son algunos hitos recientes.
“La fundación tiene un programa muy sofisticado, pero también muy atractivo, que hace que la gente quiera ir a verlo”, explica Cullinan. “Recuerdo que, hace años, cuando estábamos trabajando en la inauguración, la señora Prada me dijo: ‘¿Sabes? Siempre me he preguntado por qué se supone que son más atractivas las cosas banales, y las que son más refinadas y difíciles, menos. Lo que toda la vida he pretendido con mis diseños y con mi colección de arte es hacer atractivo lo inteligente”.
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