Cómo murió el ‘maduro interesante’: ahora también los hombres están condenados a la eterna juventud
Echar hoy un vistazo a los grandes galanes de más de 50 años deja un desfile de pieles tersas, cabellos abundantes, atuendos juveniles y algún tatuaje
La pasada edición del festival de Cannes fue, en palabras de una de sus cronistas más perspicaces, Tatiana Siegel, “el desfile internacional de la senectud cinematográfica masculina”. En la alfombra roja o en el cartel de las películas presentadas a concurso, Sylvester Stallone, Harrison Ford, John Travolta, Nicolas Cage, Arnold Schwarzenegger o Matthew McConaughey, un ramillete de varones nacidos antes de la crisis de petróleo. El más joven, McConaughey, tiene 53 años. El más veterano, Ford, acaba de cumplir 80.
Siegel considera que esta “deriva geriátrica” se explica sobre todo porque, en los últimos 10 años, Hollywood “ha fracasado en el intento de consolidar una hornada de jóvenes actores con tirón en taquilla”. Por cada Timothée Chalamet hay al menos “media docena de zorros plateados [en inglés, silver foxes] que se resisten tercamente a la jubilación y a los que el gran público adora”, de George Clooney a Denzel Washington pasando por Richard Gere, Michael Douglas, Samuel L. Jackson, Pierce Brosnan, Colin Firth, Jeff Goldblum, Daniel Day Lewis, Mark Ruffalo, Antonio Banderas, Jeff Bridges o los seis paladines de la eterna juventud citados más arriba.
Eso sí, casi todos los integrantes de esta aristocracia zorruna tienen algo en común: se esfuerzan por parecer bastante más jóvenes de lo que son. Liposucción abdominal, cirugía restauradora, inyecciones de ácido hialurónico, blefaroplastia (esa intervención, cada vez más frecuente en hombres de una cierta edad, que consiste en extirpar el exceso de piel en los párpados), blanqueamiento dental, sueros antiedad, implantes de cabello, tintes, cortes de pelo preadolescentes, cosmética a prueba de folículos pilosos y glándulas sebáceas masculinas, tatuajes recién estrenados (como los de Colin Farrell, Brad Pitt o Johnny Depp, que siguen añadiendo capas de tinta a sus lienzos cutáneos), calzado deportivo de lujo, pantalones chinos o trajes de corte juvenil como los que la estilista Sharen Davis le consigue a Denzel Washington.
Cualquier recurso es válido para disimular los estragos causados por los tres jinetes del apocalipsis biológico: canas, calvicie y arrugas. Incluso ilusiones ópticas que enmascaran la flacidez, como las camisas de pecho falso o los llamados booty pants, pantalones que realzan el trasero.
¿Por una vejez digna?
A la nueva, y cada vez más nutrida, promoción de silver foxes, argumenta la redactora de The Guardian Wendy Ide, “se le está negando el derecho a envejecer con dignidad y naturalidad, como sí hicieron en su día Paul Newman o Sean Connery”. Si Nicolas Cage se pone en la piel de Drácula (en Renfield) para hincar el diente en la yugular de Awkwafina, una actriz 25 años más joven que él, urge encontrar recursos que permitan rejuvenecerlo al menos un par de lustros. Aunque eso implique incurrir en el cada vez más denostado de-aging digital, llevado al paroxismo en películas como El irlandés, Indiana Jones y el dial del destino (durante parte del metraje, Ford aparece rejuvenecido en escenas que recrean el pasado) o Capitana Marvel, pero empleado, en mayor o menor medida, en casi todas las producciones que cuentan con protagonistas de más de 40 años.
Ide ve en todo ello un nuevo (y “funesto”) giro de tuerca en el edadismo imperante en las grandes industrias culturales. La vejez (masculina) se tolera, qué remedio, por imperativo biológico y falta de relevo generacional, pero se combate desde la trinchera de la apariencia y del disimulo. El mensaje que se traslada al conjunto de la sociedad no podría ser más nefasto, en opinión de Ide: a partir de los 55 años, “si no quieres desaparecer del mapa de las cosas que importan, tienes que parecerte a Brad Pitt”. Al maquillado, atrezado y tuneado de la gran pantalla, por supuesto, no al hombre que se despierta en su mansión del barrio angelino de Los Feliz y se promete que, este año sí, va a dejar el cine para convertirse en enólogo a tiempo completo. Y si rondas los 80, “el par de referentes de éxito, prestigio y belleza que te quedan son Harrison Ford y Michael Douglas”.
¿Ya no hay hombres maduros como los de antes?
Sean Connery se retiró de la interpretación a los 73 años, tras protagonizar La Liga de los hombres extraordinarios. Por entonces se sentía aún “en plena forma”, con mucha munición en las cartucheras, pero incapaz de lidiar “con el hatajo de imbéciles que impera en Hollywood”. “No saben qué hacer con un mueble viejo como yo”, decía, aunque el mueble en cuestión fuese una cómoda Luis XV auténtica, un objeto irremplazable.
Hasta su último día, en opinión de la periodista irlandesa Margaret Jennings, Connery “encarnó el ideal de belleza masculina, con sus canas, su rostro esculpido y sembrado de arrugas, su alopecia prematura y nunca corregida o atenuada con procedimientos indignos”. En 1984, a los 54 años, renunció a seguir siendo James Bond porque se sentía “demasiado viejo y demasiado convencional” para el papel, pero 15 años después, con 69 primaveras cumplidas, fue elegido el hombre más sexy del mundo por la revista People, un reconocimiento al que reaccionó con un escueto: “Esta vez sí que me he quedado sin palabras”. Cuando le preguntaron, ya en 2012, cuál era el secreto de su longevidad y persistente atractivo, Connery respondió, de manera un tanto contradictoria, que se trataba de una infalible receta con tres ingredientes: “Whisky, coherencia y una vida saludable”. Jennings considera que el actor escocés, tanto en su trabajo como en su vida, dio al mundo una auténtica lección de envejecimiento “digno”.
Tropezamos así con la pregunta esencial: ¿en qué consiste envejecer con dignidad? Los expertos en sapiencia vital no se ponen de acuerdo. Para Gabriel García Márquez, se trataría de conservar “la locura del corazón” una vez perdida “la dureza de los muslos”. Ingmar Bergman hablaba de escalar una montaña. Te dejas el aliento en cada repecho y te vas elevando, adquieres perspectiva y disfrutas de cada vez mejores vistas. Salvador Dalí, en uno de sus inolvidables alardes de cinismo, decía que los hombres que no llegan a los 80 suelen ser los que se empeñan en seguir viviendo como si aún tuviesen 40.
Para hablar de dignidad y belleza madura, recurrimos a Abraham T., asesor de imagen de 61 años que no quiere aportar su nombre completo “por lo espinoso que resulta el tema”. Abraham asegura haber “reincidido una y otra vez en los peores extremos de una crisis de los 40 que se ha ido cronificando con el tiempo”. Ha llevado peluca (él prefiere hablar de “bisoñé”, para incidir en lo “ridícula” que le resulta ahora la cabellera postiza), se ha sometido a un injerto capilar “en una atroz excursión estética a la Riviera turca”, se ha vestido “como un adolescente tardío”, ha agotado “las opciones que ofrece la cosmética convencional, la convencional y la biológica”, se ha blanqueado los dientes y empezó a teñirse el pelo “con una loción aberrante” hace muchos años, en cuanto aparecieron las primeras canas.
Rostros esculpidos por el tiempo
Hoy empieza a ver este esfuerzo ímprobo “como una absurda guerra contra mi cuerpo y contra el paso del tiempo”. Reivindica, “sin moralismos ni dogmatismos estériles”, el derecho a “buscar cualquier recurso que te permita sentirte cómodo en tu propia piel”. Pero admite que le gustaría llegar de una vez “a un estado de aceptación, de mirarte en el espejo y decirte a ti mismo, sin más: ‘este soy yo, esto es lo que el tiempo ha ido haciendo conmigo, y está bien”. Después de todo, tal y como él mismo asegura, hoy se siente “más atractivo que nunca”: el éxito inesperado en Tinder le ha hecho recuperar la fe en su potencial erótico. Y es que Abraham ha constatado que los silver foxes son un nuevo fetiche. En los últimos años, ha tenido citas “fructíferas” con personas a las que dobla en edad. La alopecia, las arrugas y la curva de la felicidad no te excluyen del mercado sentimental. Hay “belleza” en los rostros esculpidos por el tiempo. Y gente dispuesta a reconocerla y rastrearla en las webs de citas.
Por alusiones, recurrimos a Raquel, abogada de 34 años, adicta, según reconoce con humor, “a los zorros plateados”. Raquel leyó hace alrededor de dos años un reportaje en que se apuntaba a que los hombres de mediana edad cada vez se cuidan más, recurren a la cosmética y se preocupan por la moda. También se afirmaba que las búsquedas digitales de conceptos como “silver [o grey] foxes” y “DILF” (acrónimo en inglés para “padre con el que me acostaría”) se estaban disparando, porque las mujeres heterosexuales se interesaban cada vez más por amantes mayores que ellas.
Decidió probar, también a través de Tinder. Y nos cuenta que no se ha cruzado en su camino un Brad Pitt, “porque Brad Pitt solo hay uno”, pero sí una serie de hombres “cultos, serenos y con inquietudes”, capaces de hacer que una cita más o menos convencional valga la pena. No los idealiza, solo describe lo que se ha encontrado. Comparados con interlocutores y amantes potenciales mucho más jóvenes, los zorros plateados de Raquel han resultado ser “buenos conversadores, con mucho que contar, ganas de escuchar y capaces de disfrutar de una velada agradable sin ansiedades y sin prisas”. Ya lo dejó dicho Amaral: “Como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas, no tengo planes más allá de esta cena”.
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