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13 personas nos confiesan cómo fue su peor cita de Tinder

El verdadero terror no solo está en las calles, sino en tu teléfono móvil. Se demuestra en estos encuentros a ciegas

Escena de 'Y que le gusten los perros', una película en la que Diane Lane y John Cusack se apuntan al ligoteo por correspondencia.
Escena de 'Y que le gusten los perros', una película en la que Diane Lane y John Cusack se apuntan al ligoteo por correspondencia.

La aplicación para ligar Tinder presume de contar con más de 20.000 millones de matches (o sea, de coincidencias entre dos personas que se han atraído mutuamente) en su breve e intensa trayectoria: nació en 2012, pero fue en 2014 cuando se hizo enormemente popular. También se enorgullece al asegurar que son 20 millones de matches diarios los que acontecen en esta app. Pero lo que tal vez no sepan sus creadores es que de las 1,5 millones de citas semanales que tienen lugar gracias a la magia del ligoteo vía smartphone, un sinfín de ellas bien podrían ser carne de una serie de terror.

Encuentros de ciencia ficción, citas orientales con giros freudianos y quedadas en las que la gula gana a la lascivia... Hay experiencias muy buenas, pero nosotros hemos recabado las que no acabaron del todo bien. La lección que hemos aprendido al repasar estas experiencias es que el ser humano es capaz de tropezar en la misma piedra dos veces, pero si Tinder entra en juego, los tropiezos se producen con auténticos (y a veces aterradores) desconocidos.

Ella se creía que yo era Grey

"Cuando le pregunté qué demonios estaba haciendo, me explicó que había un fantasma en la habitación"

Un relato erótico narrado por José Luis, un diseñador gráfico de 32 años

“Quedé con una chica despampanante directamente en mi casa. En cuanto se tumbó en la cama, me preguntó si tenía algo para pegarle. Le aclaré que no tenía intención alguna de ponerle la mano encima –al menos de esa forma– y se ofendió tremendamente. Al final, terminamos durmiendo cada uno mirando a un lado en la cama y ni nos tocamos. Me asusté”.

Entre fantasmas

Un encuentro en la tercera fase de Laura, una enfermera de 29 años

“Tengo una extraña obsesión con los músicos, por lo que cuando veo en Tinder una foto de un hombre agarrando una guitarra, doy automáticamente al botón de like. Quedé con un guitarrista y fui a su casa, que estaba en la sierra madrileña. El sexo confirmó que el viaje no había merecido la pena, pero eso no fue lo peor. Al volver del baño la mañana siguiente, me lo encontré sentado en la cama, desnudo y mirando hacia la ventana. Me indicó con el dedo que me callara y se aproximó a los cristales. Empezó a mover los brazos como si fuera un pájaro, se puso de rodillas y reptó hasta acercarse a la cama, como si estuviera buscando algo. Cuando le pregunté qué demonios estaba haciendo, me explicó que había un fantasma en la habitación. Me vestí y le dije que tenía que irme, pero me rogó que me quedara para encontrar al fantasma. Volví al baño y al regresar, se comportó como si nada hubiera pasado. Se empeñó en acompañarme al coche, pero aceleré como si no hubiera un mañana”.

Lujuria VS gula

Una historia gastronómica contada por Jesús, un informático de 33 años

"Es decir: me había tendido una trampa para saber si estaba viendo a otras personas. Aclaro que ella sí lo estaba haciendo"

“Me hice un perfil en Tinder para aprovechar una oferta de Domino's Pizza de All you can eat. No tenía con quién quedar y anuncié en Tinder que quería comer pizza. No buscaba noviazgos ni sexo, era un acto puramente utilitarista, pues creo que Tinder es una buena plataforma para este tipo de negociaciones. Invitaba yo, porque 14 euros me parecía barato para comer tres pizzas, ¿no? Hice tres match, pero ninguna quería comer pizza, porque creían que era una gracieta. Al final, quedé con una fotógrafa, amante del cine y los libros. Una indie, vamos. Pero yo quería comer. Fue un encuentro deportivo: cada uno comió lo suyo. Me comí tres pizzas medianas al bourbon, lo cual despejó cualquier duda de que buscara sexo. Me di cuenta de que comerme tres pizzas del Domino's era más difícil que encontrar sexo, pero más fácil que encontrar el amor”.

El Skype chivato

Una anécdota tecnológica vivida por Patricia, gestora de cuentas de 32 años

“En las conversaciones a través de Tinder, él parecía el hombre más interesante del planeta: se dedicaba al cine, viajaba por todo el mundo, era amigo –aseguraba– de todos y cada uno de los componentes de los grupos indies del momento… Nada podía ir mal. Quedamos un par de veces hasta que, repentinamente, no podía quedar jamás. Tuvimos que vernos de nuevo a través de Skype, porque aseguraba estar de viaje en Inglaterra por motivos laborales. Me aclaró que yo no podía oírle ni verle por una avería, pero que él sí me estaba viendo. Sin querer, se dejó el audio y la cámara encendidos –esos que supuestamente estaban averiados–, y lo que tendría que ser una oficina llena de estrellas de cine resultó ser la casa de su madre en Asturias, donde la pobre mujer pasó a su triste habitación –él tenía 40 años– para dejarle el cola-cao para merendar mientras le recriminaba que no había recogido su ropa. Por alguna extraña razón volví a quedar con él en Madrid. Me explicó que tenía novia y que era un triste al que la vida le había ido bien en un momento, pero que se encontraba en plena crisis de los 40, intentando dar los últimos coletazos antes del ocaso. Confesó que cuando decía estar trabajando en Londres estaba en realidad trabajando en una ferretería en un pueblo asturiano. Nunca más volví a usar Tinder”.

Las dos caras de la verdad

Una vivencia detectivesca de Gonzalo, un técnico deportivo de 34 años

“Llevaba unos días hablando con una chica que parecía interesante, aunque las fotos que publicaba eran algo extrañas: siempre salía de perfil o desde atrás, por lo que la verdad es que nunca llegué a ver su cara. Como me cayó bien, me animé a quedar con ella… y entonces, llegó la sorpresa. Horas antes de la cita me confesó que era la mujer a la que llevaba un tiempo viendo. Es decir: me había tendido una trampa para saber si estaba viendo a otras personas. Aclaro que ella sí lo estaba haciendo. Por alguna extraña razón, decidimos que había llegado el momento de salir juntos de forma oficial. Lo dejamos a los dos años. Y saqué una conclusión de las aplicaciones de citas: para encontrar el amor no sé si valen, pero para detectar locuritas, sí”.

Parque jurásico

Una cita desastrosa narrada por Zoe, una periodista de 32 años

"He aguantado citas desastrosas por educación, pero la sucesión de experiencias nefastas llegó a su punto álgido la noche en la que quedé con un hombre que, a decir verdad, no me convencía en nuestras conversaciones"

“Mi cita en Tinder se empeñó en tomar algo en un bar lleno de gatos. Nos sentamos junto a la banda de música que amenizaba la velada, de forma que era incapaz de entender bien sus palabras. Aseguró haber inventado el violonchelo andaluz y querer viajar a Nueva York para mostrar al mundo sus habilidades con tan inverosímil invento. Le solté algún chascarrillo y me acusó de ser una pija madrileña altiva. Aunque era evidente que no congeniábamos, quiso dar un paseo por el Parc de la Ciutadella (estábamos en Barcelona). Durante el trayecto, me acusó de haberme maquillado y de llevar tacones. 'Vas de moderna y de guay y luego te arreglas para una cita', me echó en cara. De repente, me dijo que tenía ganas de correr un rato y me dejó rodeada de yonkis y jeringuillas. Cuando regresó, sudado y exhausto, le dije que lo mejor era que nos fuéramos. No hablamos durante todo el camino y al llegar a la puerta, estaba cerrada. Sí: estaba atrapada en un parque con un inventor de instrumentos flamencos al que odiaba. Finalmente, sin decirme nada, saltó la verja. Me quité los tacones y repetí la operación. Ya a las afueras del parque, quiso invitarme a tomar una copa. Me giré, cogí un taxi y me prometí a mí misma no volver a utilizar jamás Tinder”.

Novio (y novia) a la fuga

Una historia exprés de Agustín, un desempleado de 33 años

“Nunca me ha ido bien con Tinder, pero siempre termino volviendo a él. He aguantado citas desastrosas por educación, pero la sucesión de experiencias nefastas llegó a su punto álgido la noche en la que quedé con un hombre que, a decir verdad, no me convencía del todo en nuestras conversaciones. Cuando apareció, llevaba unas lentillas de color horribles y el flequillo de Johnny Bravo. Era una especie de Ken de marca blanca cuya conversación era digna del muñeco de Mattel. Cuando nos acercamos a la barra para pedir una cerveza, le dije que tenía que irme. No di excusa alguna y vi sus lentillas de color brillar con tristeza. Salí corriendo y me encontré con una amiga que curiosamente también huía de una cita a ciegas. Ninguno de los dos tuvimos sexo esa noche, pero al menos nos emborrachamos”.

El rechazo con final sorpresa

Una historia sufrida por Miriam, una ingeniería de caminos de 33 años

"Advertí que ese hombre musculoso de metro ochenta era en realidad un hombre regordete y pequeño. Como una es ante todo educada, pedí unas cervezas y recé"

“He tenido muchas citas a través de Tinder, pero esta tuvo un final tan horrible que hizo que finalmente me decidiese a cerrar la aplicación. Hice match con un chico que en principio era bastante compatible conmigo en cuanto a gustos. Cometí el error de darle al a pesar de que en todas las fotos salía con gafas de sol (y eso es sinónimo de estrabismo). Efectivamente, era bizco. Pero oye, el físico no es tan importante… ¿no? Decidí quedar con él e intentar no cerrarme en banda porque, repito, sobre el papel éramos muy compatibles. Repetimos un par de veces y pese a decirme que no quería nada serio, se empeñó en presentarme a sus padres y hermanos, me invitó a la boda de su hermana y me mandó sin parar fotos y vídeos de toda su familia. Se presentaba donde sabía que yo iba a estar a pesar de que no habíamos quedado y nos hicimos mutuamente un ghosting [término en inglés que describe una práctica consistente en desaparecer de una relación sin dar explicaciones]. Me lo encontré meses después y me dijo que le gustaba mucho. Se me ablandó el corazón y volví a quedar con él. Tomamos algo y, al salir del bar, parecía estar llevándome a su casa, así que le dije que no tenía intención alguna de acostarme con él. Me dijo que íbamos a ir a su casa quisiera o no. Me cogió con fuerza del brazo y me empezó a arrastrar. Cuando le dije que me soltase, me dijo que se lo debía. Sí: ¡que se lo debía! Aproveché la cercanía de un grupo de gente para subir la voz y me acabó soltando. Me fui a casa hecha un mar de lágrimas y con todos sus dedos marcados en el brazo. Esta fue mi última experiencia Tinder”.

Un rollito en primavera

Una gastronómica historia vivida por Paz, encargada de producción de 29 años

“Llevábamos hablando por Tinder tres semanas. Una tarde, él me recogió en una especie de furgoneta de pintor y presumió emocionado del lugar al me iba a llevar a comer. Era el restaurante favorito de su padre, que había fallecido un par de años antes y era donde compartían los domingos desde que él era un niño. Llegamos a La Muralla China III, un chino de toda la vida. Total, que dentro de las 25 opciones de entrante, ambos escogimos el rollito de primavera; entre los 30 principales los dos optamos por el pollo almendrado; y entre los 15 acompañantes los dos nos lanzamos a por el arroz 3 delicias. Llega el rollito y yo empiezo a devorarlo porque tenía mucha hambre. Él, sin embargo, estaba practicándole una autopsia a su rollito, sacando meticulosamente todo el relleno de verduras y dejando la carcasa frita limpia e impoluta. Me aclaró que ya vería lo que estaba haciendo. Cuando me dispongo a acercarme a los arroces tres delicias y al pollo almendrado, empieza a rellenar la impoluta carcasa del rollito con arroz. 'Así es como me enseñó a comerlo mi padre', me dijo. No pude evitar reírme. Aseguró entre gritos que había pisoteado la memoria de su padre. Ahí estaba yo, aguantando gratuitamente los insultos de un tío al que no conocía de nada, que de vez en cuando dejaba caer una lágrima de rabia por la mejilla. Cuando le dije que me iba, me soltó que tenía que escuchar todo lo que tenía que contarme. Como era de esperar, no lo hice”.

'Lost in translation'

"Me miró fijamente y me confesó que había salido con mi hermano durante una temporada, pero que mi hermano se había portado tan mal con él que estaba desde entonces buscando vengarse"

Una historia de bilingües ficticios contada por Sara, una periodista de 30 años

“Llevaba soltera unos dos años. Una noche volví a casa un poco bebida, lo suficiente para que me picara la curiosidad, y me abrí Tinder. Di con un hombre tan anodino como su cara, pero como me cayó simpático estuve unos días conversando con él. Me conquistó contándome que trabajaba como creativo publicitario en Galería del Coleccionista. ¡Tenía que conocer a semejante genio de la teletienda! Quedamos una tarde-noche de invierno en el centro de Madrid y comprobé que le sacaba casi una cabeza, un hito para alguien que no llega al 1,69. Le interrogo sobre el trabajo y me cuenta, con bastante chulería, que en su empresa lo valoran mucho porque habla muy bien inglés. En estas estábamos cuando apareció un grupo de turistas suizos pidiendo consejo en inglés. Él, impávido, se queda callado. La parte femenina del grupo suizo, con esa intuición tan nuestra, se percató de que en esa mesa había algo raro. Los guiris se sentaron con nosotros y el permaneció callado todo el rato. Al final, los turistas se cansaron del juego y se fueron. Fue doblar la esquina los suizos y se puso de pie, y empezó a gritarme. 'Qué, tú ya has ligado, ¿no? Con las tías esas suizas, ¡bollera de mierda! ¡Y en mi cara!'. Me fui a casa y en cuanto cerré la puerta, me borré de Tinder. '¿Está segura?', preguntó la aplicación. 'Sí”.

El edén del anti-gluten

Un encuentro para celíacos narrado por Maya, una diseñadora de 30 años

“Quedé por segunda vez con un hombre, esta vez en su casa y sabiendo a lo que íbamos. Aclaro que soy intolerante al gluten, que es un dato que en la primera cita supongo que salió al pedir algo de comer. Llego a su casa con una botella de vino, ya muy de noche, y empieza a preguntarme si tengo hambre. Le digo que no tengo ganas de comer. Yo lo que quería era sexo. Él insiste en que coma algo, pero era la una de la madrugada y no tenía hambre. En algún momento voy a por un vaso de agua a la cocina, abro uno de los armarios, y me encuentro toda la gama de productos sin gluten existentes en el mercado, como para hacer veinte fideuás sin gluten y dar de desayunar a un Marina D'Or de celíacos. Él no era celíaco, eso lo sabía. Le debí frustrar tanto su plan de alimentarme toda la noche que encima no se excitó y me fui de allí con hambre de todo”.

El hombre de los filtros

Encuentro digno de Photoshop de Nuria, auxiliar de enfermería de 35 años

“Llevaba una semana hablando con un hombre de apariencia hollywoodiense. Yo solo quería acostarme con él, pero no paraba de darme largas. Creí que lo hacía porque semejante hombretón tendría cada noche a una mujer en su cama, pero terminé por descubrir que la razón era bien distinta. Me citó en un irlandés de luz tenue. Al llegar, me dijo por WhatsApp que ya estaba dentro, por lo que lo conocí entre tinieblas. Pese a todo, advertí que ese hombre musculoso de metro ochenta era en realidad un hombre regordete y pequeño. Como una es ante todo educada, pedí unas cervezas y recé para que su conversación fuera al menos interesante, porque quizás con unas copas era capaz de volver a ver el actor de Hollywood con el que creía haber quedado. No fue así. Incapaz de ocultar mi sorpresa, le comenté que era algo diferente a las fotografías. 'Mira quien habla, pedazo de gorda', soltó mientras daba un trago a su cerveza. Tengo una talla 36, pero eso es lo de menos: había quedado con un tipo nada recomendable”.

El 'kill bill' de la marca blanca

Un relato digno de una Uma Thurman con sable que le pasó a César, un chef de 36 años

“Suelo quedar con los tíos que me gustan después de intercambiar un par de frases, pero David decía querer conocerme a fondo. Pensé que era un romántico y me dejé llevar. Pasadas las dos semanas, nos citamos para tomar algo, porque a él eso de quedar para tener sexo no le iba. Confieso que me emocioné un poco. Para que luego digan que en Tinder no buscamos el amor… Otra cosa es que no lo encontremos. Quedé con David y, tras un par de copas, su mirada cambió. ‘¿Sabes quién soy?´, me dijo. ‘Eh… David’, le dije con cierto temor. Dio un trago a su copa, me miró fijamente y me confesó que había salido con mi hermano durante una temporada, pero que mi hermano se había portado tan mal con él que estaba desde entonces buscando vengarse. Mi habitual mala suerte hizo que diera conmigo en Tinder y que quedar conmigo fuera su patética venganza. Se acercó a mí, móvil en mano, empeñado en hacerse un selfie para mandársela a mi hermano. No solo le dejé que lo hiciera, sino que me hice otra foto con este psicópata primerizo con mi móvil para enviársela a mi hermano. Su venganza era bastante triste, pero lo que David no sabe es que mi hermano me preguntó que 'quién era ese que estaba conmigo'. ¡No se acordaba de él! La venganza se sirve en plato frío, pero si el que va a comer de tal plato no sabe quién eres, el patetismo alcanza un nivel maestro".

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