‘El facha’ y ‘el punk’: historia de dos bares que conviven a 100 metros de distancia
Los Sesenta guarda memorabilia de la España franquista y luce mesas y sillas pintadas con la bandera española. Muy cerca, Cuarto y mitad exhibe símbolos de la CNT y libros de rock. Comparten barrio y representan dos realidades que cohabitan
Metro Puerta del Angel, Madrid. El lado oeste del río Manzanares. A la derecha, Los Sesenta, un gastrobar que quiere ser un museo de la década a la que homenajea en su propio nombre. A la izquierda, el mercado de abastos de Tirso de Molina, joya arquitectónica construida a principios de los años treinta, de estilo neomudéjar, que guarda en su interior otro bar, Cuarto y Mitad, rendido a la estética punk y a lo acontecido en los años de la Guerra Civil. Dos bares, dos maneras de ver la vida y la sociedad madrileña.
“Este es un bar con una decoración diferente a lo que se suele ver”, argumenta Domingo, responsable de sala del primero de ellos, Los Sesenta. Lo que cuelga en este figón rinde homenaje a un momento muy concreto de la historia española. Hay un traje de torero, un maniquí vestido de guardia civil, una mujer vestida de chulapa y antiguos carteles y viejos anuncios sobre la barra. También monedas y billetes, paquetes de tabaco y máquinas de afeitar. Además de artículos y documentos que formaron parte del ejército franquista y escudos e insignias de la Falange.
Un popurrí nostálgico que Domingo matiza: “Al final es la clientela la que ha terminado por darle sentido al lugar, muchos nos traen sus recuerdos”. No le falta razón. El barrio, en su parte más pegada a la glorieta del Puente de Segovia, cuenta con dos torres que fueron destinadas en sus orígenes a personal militar. Aún viven muchos de ellos allí y forman parte de los habituales del bar.
Militares y Los Sesenta
Puerta del Angel fue durante los noventa un polvorín donde ETA actuó de manera encarnizada. EL PAÍS contó de esta forma uno de aquellos atentados: “Juan José Carrasco Guerrero, de 26 años, hijo de un coronel de Infantería en la reserva, murió a las nueve de la mañana de ayer por la explosión de una bomba adosada a los bajos de su coche, un Citroën AX, matrícula M-3947-IP”. Y seguía: “Los vecinos del número 1 de la glorieta del Puente de Segovia pensaron que la explosión procedía del garaje de su vivienda, habitada en su totalidad por familias de militares”. Era marzo de 1992.
Si se pregunta a la clientela de Los Sesenta por la decoración, y por las mesas y sillas de la terraza, que no pasan inadvertidas al estar pintadas con la bandera rojigualda, las respuestas suelen ser parecidas a esta que da un parroquiano: “A mí me da igual, no tengo ningún problema con ello. Es más, me parece una tontería”. María Teresa, una mujer de unos 70 años acompañada de su perro chihuahua, se enciende: “Es horroroso lo que ha cambiado este país. Ahora estamos todos enfrentados. ¿Cómo no me va a gustar recordar esto que veo?”, pregunta señalando los carteles de películas con Sara Montiel o Lola Flores que cuelgan en las paredes. “¡Si yo era pequeñita!”.
Otro cliente, Carlos, toma un café en la barra: “Llevo viviendo un mes en la zona y ya he venido varias veces. ¿La decoración? Me gusta. ¿Por qué hay que avergonzarse?”. Carlos también destaca el buen trato de las camareras y el cuidado tapeo que se estila. Tras la cocina vista, en la parte final de un largo pasillo, se encuentra Campbell, un guineano que lleva tres décadas en España. Él es el encargado de organizar los menús de mediodía y las coloridas tapas que hay sobre el mostrador, decoradas con pequeñas banderas del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid. “Yo entiendo todo esto como un museo. A mí me gusta. Y la gente viene a hacer fotos”, comenta.
Mika es una de las camareras del lugar, es rumana, y, mientras escucha a Campbell, decide apuntar otra consideración importante: “Una bandera es un país, no es un partido político. A mí me encanta trabajar aquí. ¿Por qué no se va a poder tener un museo representando los años anteriores?”.
CNT y lucha obrera
Si se sale al exterior y se habla con los viandantes que suben y bajan el Paseo de Extremadura, la opinión ya no es tan uniforme. “Nunca he entrado, pero me resulta un poco excesivo tanta bandera”, dice Ana, que vive desde hace treinta años en el barrio. Los Sesenta abrió hace un lustro en lo que era una antigua taberna, la reforma transformó por completo el local y le dio un nuevo aire, al que muchos vecinos aún no se han acostumbrado. “Lo ves desde fuera y ni siquiera es de verdad. No es como el chino facha o el bar de Despeñaperros [Casa Pepe]”, se lamenta David con algo de sorna. “Al final es un rollo de nostalgia mal entendido”.
David cuenta todo esto mientras se toma un cóctel en una de las mesas altas que hay frente a Cuarto y Mitad. A las dos del mediodía de un domingo está a rebosar, desfilan cócteles, cervezas artesanas y unos pequeños baos de cochinita pibil. Hoy tienen como invitado a un cocinero mexicano. El bar se sitúa en lo que antes fue un puesto de mercado, las dimensiones son diminutas, pero tras el cristal donde deberían mostrarse chacinas u otro tipo de productos típicos de un mercado, hay fotos de la CNT, libros de rock and roll, discos del Capitan Entresijos y muchas botellas de vino. Las pegatinas que hay en una de las columnas de aluminio rezan: “Malasaña Rock&Roll Resistance”, “Gimnasio Popular y Autogestionado”. Y una bandera de la Comunidad de Madrid en blanco y negro e invertida, obra de Slum Wear, “una marca creada por gente del barrio, para la gente de los barrios”, según comentan ellos mismos desde Karabanchel, así, con K.
“Creo que mis referentes culturales son compatibles con todo esto que puedes ver”, apunta Carlos, copropietario de Cuarto y Mitad. “Hay buen encaje, al menos en mi cabeza”. Carlos afrontó una leve transformación del bar, introduciendo cócteles clásicos y cervezas algo más arriesgadas. “Hacemos una cerveza artesana todas las semanas, en colaboración con Fábrica Maravillas, también elaboramos camisetas de cada una de ellas, en otra colaboración con Bestiario”, añade.
Carlos cita al escritor británico Kingsley Amis o la película Withnail y yo para dar una idea del aspecto cultural y de buen beber que pretende instalar en su local. Aunque también es consciente de la gentrificación que en estos últimos años atraviesa el barrio. “Sí que llega ese runrún, claro. Este barrio va a ser muy distinto a lo que era hace unos años”, destaca.
“Siempre que podemos, venimos”, dice Erica. “Yo no soy muy de cervezas y me gusta que tengan vinos y cócteles. También toda la estética que rodea su pequeño escaparate. Hay vinilos, libros, VHS de culto. El otro día, curiosamente, me regalaron una cinta de Supersonic Man [la película de culto de Juan Piquer rodada en 1979 que parodiaba un Superman a la española]. Y si te fijas, en uno de los laterales, hay fotos antiguas del Paseo de Extremadura, en las que se ve a milicianos de la CNT”. Es cierto. El barrio fue durante la Guerra Civil escenario del frente, el propio mercado aún conserva el impacto de uno de los obuses, con una viga doblada. “Tiene mucha historia guerracivilista”, reconoce Carlos, que además organiza una ruta sobre la defensa de Madrid. “Dura como dos horas”.
Barrio de derechas y de izquierdas
Mientras tiene lugar la entrevista, suena música jamaicana, rocksteady, reggae y otros derivados. “No hacemos concesiones con lo que suena aquí. Para esto sí que soy un talibán. Tampoco con las marcas de alcoholes, me gusta que vayan rotando”. Carlos es especialista en destilados y está orgulloso de poder ofrecer un producto diferente, que no se rige por la influencia de las grandes marcas.
Al mirar los números de las últimas elecciones, calle a calle, uno no se sorprende viendo los resultados que salieron en la zona más próxima al río, donde están las torres militares. Derecha 57% e izquierda 41,9%. A medida que nos alejamos de ese punto y vamos subiendo el paseo, una zona obrera y de barrio, que aún no ha cambiado tanto, a pesar de todo ese proceso de gentrificación que comentaba Carlos, las cifras se invierten 48,4% para la derecha y 49,9% para la izquierda. Dos bares, dos estéticas y dos realidades que conviven a escasos 100 metros.
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