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Yo sobreviví a una secta: las vivencias de cultos religiosos se convierten en una mina para las plataformas

La llamada ‘era de la propiedad intelectual’, en el que cada uno vale tanto como su historia, propicia decenas de ‘podcasts’ y documentales con testimonios de abusos en las sectas: solo de NXIVM hay ocho

Sectas religiosas
Imagen promocional de 'Seduced: Inside the NXVIM cult' (Amazon), uno de los varios documentales donde personas salidas de la secta NXVIM cuentan su historia.

La historia de la secta NXIVM (se pronuncia Nexium) lo tiene todo para resultar atractiva para los medios: conexión con famosos o semifamosos, un mensaje de autoayuda entre corporativo y new age (el culto se vendía de cara al público como un sistema de automejora) y suficientes detalles escabrosos como para atraer la atención, empezando por la marca grabada a fuego que el líder hacía a las mujeres que se iniciaban en el culto, una especie de sello a la altura de la cadera.

Aun así, la cantidad de contenido audiovisual que ha generado esta historia desde que salió a la luz hace ya casi cinco años, con un exposé (denuncia en primera persona) en The New York Times en el que varias víctimas contaron su historia, resulta ingente incluso para la era de la propiedad intelectual. Esta es la etiqueta con la que la periodista Molly Fischer ha bautizado la tendencia dominante en el audiovisual, la de hacer productos que cuenten una y otra vez la misma historia, ya conocida (Monica Lewinsky, la timadora Anna Delvey, la fundadora de Theranos, el crimen de la escalera en Carolina del Norte) porque, como dice en el artículo, “el mercado del entretenimiento se define en el potencial ilimitado de la propiedad intelectual preexistente”.

Quien quiera informarse o regodearse en el caso NXVIM, puede, sin duda, ver la serie documental de HBO The Vow, que estrenará su segunda temporada en otoño, pero también tiene la opción de escuchar el podcast Escaping NXIVM del periodista canadiense Josh Bloch, que se basa sobre todo en testimonios de la exmiembro de la secta Sarah Edmonson. O puede ponerse otro podcast que la propia Edmonson hace con su marido, al que conoció en el culto, Anthony Ames. Se llama A Little Bit Culty, tiene un alto nivel de producción, y lleva ya cuatro temporadas en marcha. En él hablan de su experiencia, pero también se dedican a entrevistar a supervivientes de otros grupos con potencial sectario.

Retrato del líder dee la secta NXIVM, Keith Raniere, durante el juicio en octubre de 2020 en Nueva York.
Retrato del líder dee la secta NXIVM, Keith Raniere, durante el juicio en octubre de 2020 en Nueva York.JANE ROSENBERG (Reuters)

La productora India Oxenberg, que también estuvo en la secta, pero no quiso vender su testimonio a la serie The Vow, ofrece su propia versión en otro documental alojado en Amazon y titulado Seduced: Inside the NXVIM cult, en el que explica sus siete años como víctima del líder y abusador, Keith Raniere. A su vez, la madre de India, la actriz de Katherine Oxenberg, cuenta en otro documental, esta vez para Netlix (Escapar de la secta NXIVM: la lucha de una madre por salvar a su hija), lo que hizo por sacarla de las garras de Raniere.

Si hubiera alguien que aun tuviera apetito por saber más sobre el tema podría seguir en ello y buscar podcasts como Uncovered o Inside the NXIVM Trial, que se centró en el juicio en el que se condenó a Raniere a 120 años de cárcel por conspiración, tráfico sexual y tráfico de menores. Con toda la intención, cuando la plataforma Canadaland hizo su propio programa sobre el tema lo tituló directamente “otro podcast sobre NXIVM”. Se puede decir que NXIVM, más que una secta, es ya una industria de creación de contenidos.

Edmonson y Ames, que en su podcast se muestran empáticos con los entrevistados que han dejado religiones organizadas como el mormonismo o los Testigos de Jehová y consideran “un poquito secta”, como dice su nombre, otros grupos como las sororidades de chicas en universidades de élite, forman parte del creciente grupo de personas que han logrado vivir de contarlo, que están de alguna manera monetizando su experiencia como exmiembros de sectas y grupos religiosos.

En algunos casos se trata de gente que creció en una secta y no se ha dado cuenta del todo de lo extraordinaria que fue su infancia hasta la edad adulta. Es el caso de Alesia Galati y Jada Smith, que crecieron en una secta fundamentalista cristiana y lo explican en el podcast Two Sisters and a Cult (Dos hermanas y una secta), donde también tratan otros casos similares. Su tono es más ligero y humorístico que el de otros productos del mismo género. La idea de reexaminar las decisiones de la propia familia está también en Dear Franklin Jones. El conductor de este podcast, Jonathan Hirsch, se crio en el entorno de un gurú que se hizo llamar progresivamente Adi Da, Bubba Free John y Da-Love Ananda, y, ya de adulto, se pregunta qué pudo atraer a sus padres a dedicar sus vidas a seguir a este líder narcisista de California a Nepal.

Fotograma de la docuserie 'Wild Wild Country' (Netflix).
Fotograma de la docuserie 'Wild Wild Country' (Netflix).

Crecer en una secta sin duda equipa a las víctimas para entender todo tipo de rarezas. Es lo que se deduce también de escuchar algunos de los 87 capítulos de Leaving Eden. La conductora, Sadie Carpenter, pasó su infancia dentro de un grupo llamado Independent Fundamental Baptitst Movement, y se dedica a explorar historias de otras sectas y a entrevistar a otros supervivientes. Su enfoque está en lo que llama “los sectarios de la puerta de al lado”, es decir, cultos que no necesariamente implican vivir en un rancho o vestir de naranja pero que pueden ser igual de tóxicos en sus mecanismos internos. Como suele ocurrir en este tipo de podcasts, Carpenter va dosificando su propia historia, que es lo que mantiene enganchados a los oyentes. El relato de cómo logró escapar y desprogramarse no llega hasta el capítulo número nueve. Butterflies & Bravery, que llevan dos supervivientes de la secta Hijos de Dios, tiene un punto menos periodístico y más cercano a la terapia, en parte porque las experiencias de las dos narradoras son más siniestras.

Ya sean relatos sobre grupos que son “versiones de versiones de versiones del cristianismo”, como Sadie Carpenter define al culto en el que ingresaron sus padres, o creencias emparentadas con el misticismo oriental, como la que explica Una Morera en Uncoverage —sus padres se unieron a una comunidad tibetana liderada por un gurú llamado Chögyam Tungpa y radicada en Colorado—, si se escuchan suficientes relatos acaban por emerger siempre los mismos temas: abusos sexuales, aislamiento, fraudes económicos, desprotección de los menores. De hecho, existe una manera aceptada de medir qué constituye y qué no constituye una secta, un test de diez puntos llamada la Escala Boyd que tiene en cuenta factores como la devoción al líder, la dependencia, la coacción, el aislamiento de los miembros y un punto llamado “reestructuración cognitiva”, es decir, hasta qué punto se reprograma a los miembros.

Por lo general, quienes cuentan ahora estas historias lo hacen desde el punto de vista de la víctima o, si perpetraron daños a otras personas mientras estaban en la secta, con un claro mensaje de arrepentimiento. Pero no siempre es así. En 2018, la secta de moda no era todavía NXIVM, ni siquiera la Puerta del Cielo, el culto macabro que llevó al suicidio colectivo a 37 personas en 1997 y que protagonizó una serie documental en HBO en 2020, ni los davidianos, que volvieron a la palestra cuando de nuevo HBO estrenó el documental Waco. No, entonces solo se hablaba de los Rajneesh. La serie Wild Wild Country de Netflix tuvo tanto éxito (y mucho que ver en el boom posterior de este subgénero) que se celebraban fiestas temáticas en las que los asistentes tenían que vestir de rojo y naranja, como los miembros de la secta. Circulaban memes con las mejores frases de Ma Anand Sheela, la lugarteniente del líder de la secta y gestora del ashram, casi una ciudad autosuficiente, que el grupo montó en Oregon.

Un hombre muestra el lugar donde tuvo lugar la tragedia de la secta Davidianos de la Rama, en Waco, en 1993.
Un hombre muestra el lugar donde tuvo lugar la tragedia de la secta Davidianos de la Rama, en Waco, en 1993.P. X. S.

Esa misma primavera, Sheela, como la llamaba todo el mundo que vio la serie, acudió a Barcelona, invitada por el festival Primera Persona. Teniendo en cuenta que la exlíder, convertida en dueña de residencias para ancianos y entonces residente en Suiza, se había declarado culpable de un ataque bioterrorista que causó salmonelosis a toda una ciudad, de provocar un incendio y de conspirar para asesinar a un fiscal de Estados Unidos, no era una invitada fácil para el festival. Aun así, ella estaba deseando hablar. “Escribí a la residencia en la que vivía, en Suiza sin demasiada esperanza de obtener respuesta, como mucho de un asistente. Pero unas horas después contestó ella desde su correo”, explica el escritor Miqui Otero, cofundador del festival, que ya no se celebra. “Fue tan fácil y puso tan pocas dificultades que le pedí una videollamada para comprobar que de verdad era ella. Sospecho que no tenía tantas invitaciones para hablar como esperaba, precisamente porque es un personaje problemático”.

La videollamada se produjo, y pilló a Otero en un bar de Madrid “decorado con fotos de Kennedy y con Javier Gurruchaga en la barra”. La vice-gurú (fue durante años la mano derecha del líder, Osho, coleccionista de Rolls Royce y relojes de oro y también depredador sexual) no exigió más dinero que el resto de invitados. De hecho, apenas preguntó por la tarifa, ni puso condiciones especiales para el viaje. Solo ser acompañada por una asistente. “En el teatro podías ver como la gente que venía más escéptica se rendía. Si ves el vídeo queda claro que la gente se ríe demasiado y aplaude demasiado. Ella tenía una autoconfianza pasmosa y estaba encantada”, recuerda Otero, a pesar de que el presentador, Bob Pop, le hizo preguntas incómodas sobre su pasado y le dijo ya de entrada: “Representas las dos cosas que más odio: el capitalismo y la religión organizada”.

Sheela sí hizo una ronda larga de entrevistas y protagonizó su propio documental el año pasado, En busca de Sheela, en el que Netflix la siguió en su regreso a la India después de 30 años. Allí se la ve llenando auditorios y atendiendo a los medios como una rockera carismática. El reportaje está disponible junto a las otras decenas de contenidos sectarios de Netflix, que tienen sus propias subsecciones. Quien quiera hacerse un curso acelerado por las facciones polígamas disidentes del mormonismo, por ejemplo, puede escoger entre decenas de opciones, que lindan con el true crime (Un falsificador entre mormones) o con el docu-reality (Tengo tres esposas). Este mismo mes se ha estrenado Keep Sweet: Pray and Obey, sobre el líder religioso y violador en serie Warren Jeffs. Todos con sus testimonios de víctimas en primera persona.

Según Anette Porter, analista mediática vinculada a la Unviersidad Johns Hopkins, la fascinación con este tipo de fenómenos no es nueva. El contenido sobre sectas garantiza personajes hipnotizantes (los líderes) y permite trazar fronteras morales que resultan cómodas para el espectador, creando un Ellos vs. Nosotros. A su entender, todos estos podcasts y artículos y documentales generan preguntas del tipo “¿qué es el bien?, ¿qué es el mal?, ¿cuál es el límite de la voluntad?, ¿por qué motivo cederías ciertas libertades?”.

En la era de la televisión testimonial, que busca etiquetas conocidas (Waco, NXIVM) que faciliten la búsqueda de contenido en las plataformas, la industria anima a cada individuo a monetizar lo más noticioso de su vida, ya sea haber formado parte de una serie de éxito, como sucede con las decenas de podcasts conducidos por exestrellas de series de los noventa y los dosmiles, o haber sobrevivido a una secta. Y esta experiencia se convierte a veces en un trabajo a tiempo completo.

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