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Esta Navidad, pon tu nombre a una estantería de la Gladstone’s Library, la única biblioteca que permite dormir entre sus libros

Después de más de 100 años de historia y de haber sobrevivido a una cruda guerra, la biblioteca, ubicada en una joya de la arquitectura neogótica británica, ha tenido que cerrar por primera vez a causa la pandemia y su futuro depende ahora de la generosidad de los bibliófilos

Interior de la biblioteca de Gladstone, donde estos días se puede apadrinar una estantería y ponerle tu nombre por unos 110 euros. |
Interior de la biblioteca de Gladstone, donde estos días se puede apadrinar una estantería y ponerle tu nombre por unos 110 euros. |Gladstone's Library
Miquel Echarri

Gales es un país orgulloso de sus tradiciones. De su idioma, cuajado de consonantes insólitas que no existen en ningún otro. De su poesía popular, rebosante de dragones, duendes y muérdago. De su montaraz y muy a menudo triunfal selección de rugby. De su pop en lengua vernácula, casi siempre extravagante y lisérgico. Del puerro y el narciso, sus plantas fetiche. De galeses ilustres como Ryan Giggs, acróbata del balón, y Anthony Hopkins, la mirada gélida más expresiva del mundo.

Hasta hace apenas unas semanas, Gales presumía también de la única gran biblioteca residencial del planeta, que llevaba más de 100 años ofreciendo a bibliófilos, fetichistas de la letra impresa y simples curiosos o transeúntes la posibilidad de dormir rodeados de libros. Ya no. Estos días, los libros de la biblioteca de Gladstone duermen solos, huérfanos en sus estanterías. Los únicos que se quedan a pasar la noche entre las cuatro paredes de este edificio victoriano de arenisca roja escondido tras una arboleda son Peter Francis, el sacerdote anglicano que ejerce de administrador y guardián del recinto desde hace 23 años, su esposa y su hija adolescente.

La biblioteca de Gladstone, situada en la pequeña parroquia rural de Hawarden, en el noreste de Gales, cerca de Liverpool y más cerca aún de la frontera con Inglaterra, se quedó sin huéspedes por primera vez en décadas a finales del último verano. Siguió abierta incluso en otoño de 1940, durante las peores semanas de la atroz batalla de Inglaterra. Tras meses de obstinada resistencia a los rigores de la pandemia, Francis anunciaba a mediados de julio que se habían visto obligados a prescindir de gran parte del personal, cerrar temporalmente el restaurante Food for Thought, especializado en gastronomía local, y anular la mayoría de las reservas de alojamiento.

La biblioteca de Gladstone es la obra más destacada de John Douglas,  un arquitecto movido por la voluntad de desarrollar un estilo genuinamente británico. |
La biblioteca de Gladstone es la obra más destacada de John Douglas, un arquitecto movido por la voluntad de desarrollar un estilo genuinamente británico. |Gladstone's Library
Entrada principal de la Gladstone's Library. |
Entrada principal de la Gladstone's Library. |Gladstone's Library

A finales de septiembre se hizo evidente que el funcionamiento de esta iniciativa cultural de gestión autónoma era incompatible con las severas restricciones que imponía el coronavirus. Francis hizo público en su página web que habían decidido suprimir los glimpses, jornadas de puertas abiertas en que se permitía a los visitantes acceder al edificio y echar un breve vistazo a sus coquetas habitaciones y sus bellos y vetustos gabinetes privados de lectura. En octubre dejaron de admitir huéspedes y se cancelaron las obras de ampliación del área residencial, iniciadas en febrero de 2019. La biblioteca cerraba sus puertas con la esperanza de reabrirlas en primavera de 2021, entre abril y mayo, justo a tiempo para la próxima edición del Gladfest, un festival literario que celebra desde 2015 y se había convertido en el gran acontecimiento local de la temporada en este rincón del mundo.

La Gladstone llevaba ofreciendo camas y pensión completa a sus lectores desde verano de 1906, fecha en que se inauguró la, al principio, muy modesta ala residencial del edificio. En los últimos 20 años, había funcionado como un innovador hotel boutique de 26 habitaciones. El lugar en el que, según explicaba Francis en una entrevista reciente, “uno se queda a dormir tras una intensa jornada de lectura, reflexión y estudio, pero no sin antes cenar un estofado de ternera galesa y beberse un buen vaso de ginebra”.

Apadrina una estantería

Estos días, un Francis con la salud un tanto mermada trabaja, sobre todo, con la esperanza de garantizar la viabilidad a medio plazo de esta modesta utopía rural que nunca pretendió ser negocio, que solo aspira a mantenerse a flote y preservar el legado de su fundador, el estadista británico William Ewart Gladstone (1809-1898). De ahí que hayan lanzado un plan de rescate que, en esencia, consiste en pedir a bibliófilos de todo el mundo que “apadrinen” las estanterías de la biblioteca.

Escultura de William Ewart Gladstone, fundador de la biblioteca en 1894. |
Escultura de William Ewart Gladstone, fundador de la biblioteca en 1894. |

El cálculo es muy sencillo. La Gladstone dispone de un total de 1.001 estanterías que albergan su imponente colección de más de 250.000 textos impresos. Si consiguen para cada una de ellas un padrino dispuesto a donar un mínimo de 100 libras (al cambio, unos 110 euros), reunirán las 100.000 libras que la biblioteca necesita para llevar a cabo su plan de apertura y funcionar con relativa normalidad hasta después del verano de 2021, momento en que se calcula que podría haber recuperado ya su habitual nivel de ingresos.

A los padrinos se les compensará por su generosidad bautizando con su nombre (o el de la persona que ellos elijan) la estantería que hayan patrocinado. Medios de comunicación como la BBC o The Guardian han apoyado la iniciativa recomendándola en sus bazares navideños. Tal y como lo ve Francis, se trata de “participar en un esfuerzo solidario relacionado con la difusión de la cultura y los valores liberales y humanísticos”. Si da resultado, los libros no volverán a dormir solos.

Libros sin lectores para lectores sin libros

William Ewart Gladstone acababa de cumplir 85 años en diciembre de 1894, fecha en que decidió donar su biblioteca privada a los capellanes de St Deiniol, la parroquia local de Hawarden. Los primeros meses de 1895 los dedicó a la construcción de una sencilla estructura metálica que bautizó como el Tabernáculo de Hierro. Iba a ser el nuevo hogar de sus libros, a los que consideraba sus hijos e intuía que muy pronto iba a dejar huérfanos. En primavera de 1895 empezó a trasladarlos al modesto edificio ayudado por uno de sus mayordomos y su hija Mary.

El rey Eduardo VII y la reina Alejandra visitaron el nuevo edificio de la biblioteca después de su apertura en 1902. |
El rey Eduardo VII y la reina Alejandra visitaron el nuevo edificio de la biblioteca después de su apertura en 1902. |Gladstone's Library

El veterano político recorrió una y otra vez el corto sendero (menos de un kilómetro) que separaba su residencia en el castillo de Hawarden de la improvisada biblioteca empujando una carretilla rebosante de libros. Él mismo se encargó de instalar los volúmenes en los anaqueles. Los ordenó según su propio índice temático, dando prioridad a los tratados de Teología, Historia contemporánea y Política, y dejando para el final las también muy nutridas colecciones de libros de arte, novela y poesía. En total, trasladó más de 32.000 ejemplares, conservando en su residencia poco más de un centenar de volúmenes, “los únicos”, según anotó en su diario, “que tengo aún esperanza de hojear en alguna ocasión antes de que me muera”.

Vista nocturna de la biblioteca de Gladstone's, que emerge tras una densa arboleda, al pie de la colina que conduce a la iglesia de St Deiniol, en Hawarden. |
Vista nocturna de la biblioteca de Gladstone's, que emerge tras una densa arboleda, al pie de la colina que conduce a la iglesia de St Deiniol, en Hawarden. |Marcus Hargis / Gladstone's Library

En cuanto completó el traslado de su colección al Tabernáculo, Gladstone escribió en su diario: “Calculo que me habré gastado algo más de 40.000 libras, pero ha valido la pena: a partir de ahora, mis libros sin lectores podrán reunirse con una nueva comunidad de lectores sin libros”. Al anciano estadista le preocupaba la práctica inexistencia de bibliotecas públicas en los condados rurales del norte de Gales y consideraba una tragedia que “las cualidades intelectuales de la gente común de esta región languidezcan y se marchiten por falta de estímulos adecuados”.

Un albergue para peregrinos del conocimiento

Suya fue la idea de construir también un improvisado albergue para que lectores de todo el país pudiesen acudir a la remota Hawarden para hacerle compañía a sus libros. No le dio tiempo a verlo. Tras su muerte, en 1898, sus herederos invirtieron 9.000 libras adicionales en la construcción de un nuevo edificio, el actual, obra del prestigioso arquitecto de Cheshire John Douglas. Responsable de más de 500 edificios religiosos, civiles y residenciales en el área de transición entre la Inglaterra central y el norte de Gales, Douglas era un arquitecto de gusto un tanto convencional, inspirado por sus profundas convicciones religiosas y la voluntad de desarrollar un estilo genuinamente británico. La neogótica pero, pese a todo, paradójicamente moderna biblioteca de Gladstone es una de sus obras maestras. Un edificio sobrio, de una abrupta belleza, que emerge de repente tras una densa arboleda, al pie de la colina que conduce a la iglesia de St Deiniol y, algo más allá, al majestuoso castillo en que vivió Gladstone.

Vista del edificio de la Gladstone's Library, de Douglas, recién construido en 1902. |
Vista del edificio de la Gladstone's Library, de Douglas, recién construido en 1902. |Gladstone's Library

Hasta finales de los años noventa, el lugar era un remanso de paz, introspección y cultura que ofrecía, además, alojamiento espartano a precios módicos, en habitaciones sin televisor ni radio, con discretos muebles de madera de nogal, lechos de dosel victoriano y mantas con estampados florales. A partir de 1997, un nuevo equipo de más de 20 profesionales liderados por Peter Francis quiso darle al recinto, en cooperación con la Universidad de Gales y el departamento de patrimonio monumental británico, un modelo de negocio sólido que le permitiese crecer y ampliar sus fondos bibliográficos sin perder por ello su independencia. De ahí la idea del hotel boutique, de la oferta gastronómica tradicional y con denominación de origen.

Encaramada a la ola del chic rural con coartada erudita, la biblioteca se convirtió en destino turístico y centro de actividades culturales de una cierta importancia, albergando certámenes literarios, festivales de cine, poesía y música popular y ciclos de conferencias como las dedicadas al diálogo entre cristianismo e islam. Su restaurante, Food for Thought, pasó a convertirse en un elegante bistró con sus barbacoas dominicales y los festines de repostería local que acompañaban a su té de las cinco. El catálogo creció hasta reunir en la actualidad ese cuarto de millón de documentos impresos, incluidos las revistas y novelas gráficas que forman parte de la última tanda de adquisiciones.

Una de las habitaciones del hotel 'boutique' para bibliófilos, situado el edificio de la biblioteca. |
Una de las habitaciones del hotel 'boutique' para bibliófilos, situado el edificio de la biblioteca. |Gladstone's Library

En 2012, la Gladstone inició también un programa de residencias mensuales gratuitas para escritores en el que han participado, hasta la fecha, autores británicos como la novelista, guionista y diseñadora de videojuegos Naomi Alderman, que aprovechó su estancia para escribir un libro de cuentos “impregnado de magia galesa”. También la novelista Stella Duffy o el poeta Ian Banks han tenido la oportunidad de encerrarse a escribir entre estas paredes cargadas de historias y rebosantes de sana bibliofilia.

Peter Francis espera con impaciencia el momento en que puedan reabrirse de nuevo las habitaciones y las salas de lectura, y el centro cultural al que ha dedicado su vida conozca una nueva primavera. La biblioteca de Gladstone es ahora mismo, mal que le pese a él y al resto de incondicionales de la letra impresa, un cementerio de libros que se han quedado sin lectores.

Gladstone, el político que leía

Gladstone fue un lector voraz. Nacido en Liverpool de padres escoceses, estudió en Eton, se graduó en Lenguas Clásicas y Ciencias Exactas en la facultad de Christ Church, en Oxford, y se convirtió en diputado de la Cámara de los Comunes a los 22 años. En décadas posteriores, sería ministro de Comercio, de la Administración colonial y de Hacienda para convertirse, finalmente, en primer ministro del Imperio Británico, cargo que ejerció en cuatro ocasiones durante el reinado de Victoria I.

Fotografía antigua del interior de la biblioteca. |
Fotografía antigua del interior de la biblioteca. |Gladstone's Library

Fue el gran líder del liberalismo reformista de los años centrales del siglo XIX, encarnizado rival del conservador Benjamin Disraeli. Ocupó Egipto y Sudán, impulsó una reforma agraria y una ley de prevención del crimen, concedió a Irlanda su primer parlamento autónomo y promovió una política exterior internacionalista y conciliadora. Pero tan formidable actividad pública no le apartó nunca de la lectura.

Su hija Mary le recuerda “leyendo con pasión y concentración intensa en días de asueto, pero también durante los paseos familiares por el campo, antes y después de las comidas, a la hora del té, durante las frecuentes noches de insomnio que pasaba atrincherado en su gabinete, absorto en la lectura”. El propio Gladstone calculaba haber leído alrededor de 22.000 libros, al frenético ritmo de más de 300 anuales entre la primera infancia y la senectud. En 6.000 de ellos hizo anotaciones en los márgenes, algunas tan concisas y vehementes como las tres palabras que añadió como comentario a una biografía de su íntimo adversario, Disreali: “¡Incorrecto, incorrecto, incorrecto!”. No es extraño que le preocupase el estado de orfandad en que su muerte iba a dejar a aquellos libros: nadie iba a leerlos con tanto fervor y devoción como él.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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