Policías del vino: cómo huir de las personas que te corrigen por beberlo “mal”
Si estás harto de que te miren con cara rara cada vez que compras un vino, pides un vino u opinas sobre uno, este artículo es para ti
En 1958 quisieron averiguar qué se bebería en el futuro, y con una máquina del tiempo se enteraron de que en 2010 los ricos beberían cerveza y la clase obrera, vino. La conclusión fue esta: “El esnobismo en el vino se está extendiendo cada vez más: la gente bebe vino porque cree que le otorga cierta categoría. La gente equivocada, sin clase alguna, está empezando a beber vino, los pubs y la cerveza comienzan a considerarse una forma de distinguirse del vulgo”, dice el protagonista de este cuento.
Porque esto no es verdad, es un cuento que escribió Kingsley Amis a mediados del siglo pasado parodiando hasta dónde podía llegar la tontería alrededor del vino. Pero ¿seguro que no es verdad? ¿En qué momento el vino dejó de ser una bebida más en una mesa y pasó a ser un objeto de culto, un símbolo de estatus, un producto alrededor del cual solo pueden danzar los elegidos, los que se autodefinen sabedores? “Yo es que sé de vino”. Los que saben de vino… ese club endogámico en el que te tienes que ganar unos galones para estar.
La presión de las puntuaciones
“El problema empezó cuando los bodegueros nos pusimos a elaborar vino para los puntos, las guías y la prensa y dimos la espalda al consumidor. Eso lo impregnó todo, incluido el lenguaje y la manera de comunicar”, me dice un bodeguero que prefiere no ser citado para no enfadar a los que ponen los puntos, editan las guías y escriben la prensa.
Hay una escena en la serie Futurama en la que Bender, un robot cuya gasolina es el alcohol, con tendencia a pedir que le besen cierta parte de su brillante anatomía, pide al sumiller tres de los vinos más caros de la carta. El sumiller asiente orgulloso y responde: “Excelente elección, señor”. A lo que Bender responde: “y me mezcla los tres en una jarra”. Bien por Bender: no conozco ningún sector del mundo del ocio en el que sus embajadores tengan más ganas de demostrar lo que saben que de ayudarte a elegir un producto.
Pides un vino y tienes suerte si no te pierdes entre las explicaciones e ínfulas del sumiller -los hay brillantes, eh, pero hay otros que habría que llevarlos a Got Talent a ver si de verdad saben tanto-; o que alguien en la mesa te corrija al coger la copa, o que te miren mal si pides una hielera porque quieres enfriar el tinto.
No callan
Acceder a un curso de cata o enología nunca ha resultado tan fácil -en internet hay miles-, y cada vez hay más consumidores con ganas de amortizarlos dando la perorata en la mesa. Son la policía del vino, pero con un decantador en lugar de porra. La policía del vino no quiere ayudarte a elegir un buen vino o a que disfrutes más: la policía del vino solo quiere corregirte para demostrar todo lo que sabe. Y no todos quieren (queremos) ni necesitan (necesitamos) ser un experto en vino para beber vino.
Hablo de esto con Toni Massanés, que dirige la Fundación Alicia, dedicada a que comamos mejor, y me cuenta su reflexión de que “el vino ha llegado a una exclusividad que excluye”. “Ha generado unas dinámicas que si no las controlas, estás incómodo. Hay cosas prohibidas. Si cada vez que alguien bebe vino tiene que encontrar los aromas terciarios, va a pasar. Para qué te vas a gastar una pasta en una botella para que venga alguien a decirte que no vales”.
Aquí te dejo una pequeña guía para que puedas descubrir a los miembros de la policía del vino. Están en todas partes, pero a veces son más difíciles de desenmascarar que los replicantes en Blade Runner.
Pistas para desenmascarar policías
Una buena manera de identificarlos es fijarte en el tipo de correcciones que te hacen. Un policía del vino te corregirá si:
Te da igual saber o no catar
Exigir a alguien que sepa catar para disfrutar del vino es tan innecesario como que te exijan saber solfeo para disfrutar de un concierto.
Enfrías los tintos
El vino se bebe a temperatura ambiente, pero el dicho se refiere a la temperatura de la bodega, no la de Sevilla en agosto. Si tienes que meter el tinto en la nevera o en la hielera, lo metes sin dramas.
Usas copas de Ikea (o del bazar de debajo de casa)
Las diferencias entre beber un vino en una copa u otra las notan muy poca gente. Incluso algunos que dicen que las notan, no las notan.
Te gusta más un vino de 10 pavos que uno de 30
El precio de un vino es algo muy subjetivo y muchas veces depende más del marketing que de la calidad.
Te llenas la copa más de la cuenta
Lo de no llenarla es para olerlo mejor, pero no tiene mayor misterio. Tú sírvete lo que quieras y no hagas ni caso (siempre que no tengas que conducir después o hacer trabajos peligrosos).
Usas una jarra en lugar de un decantador
Sirven para lo mismo y la primera se inventó antes, tiene asa, se limpia mejor y además queda preciosa en la estantería. Todo son ventajas.
Te echas un hielo en el blanco
Sí, es verdad, lo agua, pero es mejor beber un vino un poco aguado que uno caliente.
Y qué decir ya si es en el tinto
No bebas vino caliente, de verdad, te lo estás cargando. Si la única manera que tienes de enfriarlo es añadiendo hielo, que te dé igual lo que te digan.
Compras un vino porque te ha gustado la etiqueta
Un vino no es mejor por tener una etiqueta bonita, ni es peor por tener una etiqueta fea, y eso no lo puedes saber hasta que lo pruebas. Pero si es bonita, demuestra interés del que lo ha elaborado.
Porque el enólogo es de tu pueblo o porque la última vez que lo bebiste fue con esa persona
Los motivos que llevan a alguien a comprar uno u otro vino poco tienen que ver con el vino en sí, si no que obedecen a motivos que la razón desconoce. Y esto es algo que la policía del vino jamás entenderá.
En resumen: Lleva mal que no te guste lo que ellos te dicen que te tiene que gustar. Lo retrató también el novelista Nick Hornby en Alta Fidelidad: “He llegado cuando eso de la cata de vinos se convierte en atiborrarse de vino, aunque de vez en cuando veo a uno u otro que lo paladea, que tarda en tragarlo y luego dice alguna chorrada. La mayor parte de los presentes se dedica a meterse el vino entre pecho y espalda a toda velocidad. Y mañana mi padre estará insoportable. No por la resaca ni por el pestazo a priva, sino por todas las chorradas que se habrá tragado. Se pasará la mitad del día contándole al personal cosas que nadie tiene ninguna gana de saber”.
Kingsley Amis falleció en 1995, y no llegó a ver si su distopía sobre el 2010 se cumplía. Puede dar las gracias, porque no solo se ha cumplido, si no que la realidad ha superado con creces lo que él imaginó en su relato 60 años antes.
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