El gran fiasco de las medidas del Gobierno contra la obesidad
Sanidad anuncia a bombo y platillo acciones contra la obesidad que no son nuevas y deberían haberse implantado hace años. Y otras, como el etiquetado con Nutriscore, que ni siquiera serán obligatorias por ahora.
La ministra de Sanidad, Mª Luisa Carcedo, anunció el pasado lunes, en el marco de la entrega de los XI Premios de la Estrategia NAOS (Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad) cuatro medidas para reforzar la lucha contra la obesidad. Según la nota de prensa del propio ministerio, estas medidas fueron:
-
Implantar el etiquetado frontal conocido como Nutriscore para aportar mejor información a los consumidores sobre alimentos y bebidas.
-
Instaurar medidas en colegios e institutos para impedir la venta de alimentos y bebidas con alto contenido en azúcar, ácidos grasos saturados y trans, sal y calorías.
-
Limitar la publicidad de los alimentos poco saludables dirigida a menores de 15 años mediante el Código PAOS de autorregulación de publicidad.
-
Desarrollar guías sobre las contrataciones públicas de menús, cátering y vending para impedir la presencia de alimentos no saludables en instituciones o centros públicos.
Todo muy bonito si no fuera porque las tres últimas medidas ya deberían estar hace años -incluso lustros- instauradas, delimitadas y desarrolladas respectivamente, o al menos así lo dice nuestra legislación. Es decir, la ministra anuncia que se van a implementar medidas sobre las que ya se reguló de forma idéntica hace entre siete -edad de nuestra Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición- y 13 años (que es la edad del infausto Código PAOS). Si esta fuera una columna de opinión política diría que un servidor, que se leyó la novela 1984 de George Orwel con 14 años -y varias veces más posteriormente-, reconoce en este anuncio una práctica política con muchas similitudes al Gran Hermano. Si no te ha dado tiempo de leer la novela, dejémoslo en que esto se parece cada día más a la peli Atrapado en el tiempo, y hablaremos de ello más tarde.
Respecto a la implantación del etiquetado frontal en forma de Nutriscore, es una decisión que así enunciada suena a obligatoria, y nos hace pensar que, a partir de un corto espacio de tiempo, todos los productos susceptibles de condecorarse con esta herramienta van a lucirlo. Y que todo ello, claro, va a ser gracias a nuestro querido ministerio. Pero nada de eso es cierto: si fueran alguno de los cuatro ministerios de la novela 1984, serían el Ministerio de la Verdad, que paradójicamente es el que se encarga de las mentiras.
El lío con el etiquetado frontal: el Nutriscore
Nos remontamos hasta 2011 para encontrar el germen de esta patraña: en ese año se publicó el RE 1169/2011 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor. Pues bien, en su artículo 35 apartado 5 se menciona que: “A más tardar el 13 de diciembre de 2017, a la vista de la experiencia adquirida, la Comisión presentará un informe al Parlamento Europeo y al Consejo sobre la utilización de formas adicionales de expresión y presentación […]”. Este texto es el que abre la puerta a la posibilidad de incluir otro tipo de información distinta a la contemplada en el propio reglamento, es decir, el conocido como etiquetado frontal (Front Of Pack o FOP por sus siglas en inglés).
Este etiquetado consiste en la utilización de diversos recursos para que el consumidor pueda hacer una interpretación más fácil del valor nutricional del alimento; al menos en cuanto a la cantidad de azúcares, grasas totales, grasas saturadas, sal y las propias calorías -entre otros- además de la ofrecida a partir de la consabida tabla de información nutricional. Para ello se han propuesto distintos sistemas, desde los semafóricos -que se pueden implementar en base a distintos criterios- como el propio Nutriscore; o el sistema de esquelas o sellos negros que es por el que se han decantado varios países de Latinoamérica, con Chile a la cabeza. Hablamos de los pros y los contras del sistema semafórico y del Nutriscore en este post del pasado mes de febrero.
Estamos en noviembre de 2018, y el mencionado informe -que debería haber estado listo “a más tardar” el 31 de diciembre pasado-, aún no ha sido presentado. Fuentes bien informadas me han trasladado que actualmente la Comisión Europea está trabajando para entregar el famoso informe al Parlamento ídem esperando su aprobación. Como muestra, esta carta fechada en octubre de 2018 de la directora de la EFAD -la Federación Europea de Asociaciones de Dietistas-Nutricionistas- dirigida a miembros de la Comisión Europea en la que expresan su postura sobre el etiquetado frontal. Y aquí la agenda –del 22 de octubre pasado- de la reunión de la Comisión Europea para debatir este tema.
Es decir, que es en este momento cuando se están evaluando las distintas posibilidades que hay para implementar el etiquetado frontal, ya sea con semáforos, con el Nutriscore o con señales de humo. El legislador quiere que todos los alimentos de todos los países de la Unión Europea susceptibles de la norma del etiquetado usen un mismo sistema y que nos parezcamos, al menos en lo formal, a la Unión que se supone que somos. Así, un polaco podrá venir a España y contar con los mismos criterios a la hora de comprar unas galletas que con los que podría contar en su Varsovia natal. Y así con todos los alimentos, todos los ciudadanos y todos los países de la UE.
De este modo es fácil comprender que España, como estado de la UE, no va a implantar el Nutriscore ni nada de eso, al menos de momento; por mucho que lo diga la ministra (o le hayan hecho decir). Más aún; cuando se dice que Francia ya lo ha implantado es también falso, igual que cuando se menciona que Bélgica o Portugal están en ciernes de hacerlo. Lo que ha sucedido en estos países es que sus respectivos ministerios ya se han pronunciado sobre la idoneidad de esta herramienta. Pero su uso -o no uso- actualmente es voluntario. Repito, voluntario: en Francia, lo usan unas pocas marcas y unas cuantas cadenas de distribución, porque ellas así lo han decidido. En Francia y Portugal sucederá igual, y en España tres cuartos de lo mismo, al menos hasta que el Parlamento Europeo nos diga qué debemos hacer todos.
Tal y como están las cosas, se prevé que en el plazo aproximado de tres meses el Parlamento Europeo recibirá el informe de la Comisión Europea sobre el etiquetado frontal que terminarán por modificar -o no- las disposiciones de la Unión relativas al RE 1169/2011. Entra dentro de lo muy posible que la Comisión termine por decantarse por el dichoso Nutriscore, eso es cierto. Pero también es posible, quien sabe, que cuando esto suceda -si sucede- en España alguien quiera ponerse una medalla; y todos a darnos palmadas en el hombro y a aplaudir.
La idoneidad del Nutriscore
En mi opinión, el Nutriscore es el segundo menos malo de todos los sistemas conocidos para cumplir, si llega, con el etiquetado frontal. En esencia, persigue que el consumidor obtenga una única lectura al respecto del valor nutricional de un producto usando cinco letras que van de la “A” -la más favorecedora de las calificaciones- a la “E” -la menos- y cinco códigos de colores (verde oscuro A; verde claro B; amarillo C; naranja D y rojo E) con los que se hará una lectura totalizadora del valor nutricional de ese producto.
Para llegar a obtener cada calificación con su correspondiente color, se usa un algoritmo que pondera como negativas algunas características presentes en el alimento -energía total, azúcares, grasas saturadas y sodio- y como positivas la presencia de otras (fibra, proteína e ingredientes a partir de frutas y verduras). Siempre por 100 gramos de producto, no por ración. Con todas estas puntuaciones parciales se obtiene una nota final que se traduce en los correspondientes colores y letras. Luis Jiménez, autor del blog -y el libro- Lo que dice la ciencia para adelgazar ha publicado recientemente un post explicando estas cuestiones, sus luces, que las tiene, pero también sus sombras. Lo encontrarás en este enlace. Un artículo de BuenaVida publicado hoy también profundiza en las críticas y virtudes del Nutriscore.
Antes de pasar al siguiente tema quisiera hacer un par de reflexiones:
- Aparentemente en la UE no se está barajando ni de lejos la posibilidad de implementar algo parecido a la Ley sobre publicidad de los alimentos de Chile, que ha generado una importante revolución en este terreno. En su implementación destacan tres elementos: 1º La presencia de “esquelas” o puntos negros visibles claramente visibles en el etiquetado de que cualquier alimento sea alto en grasas, azúcar sal, energía, etcétera. 2º La eliminación de cualquier imagen que pueda inducir a los niños a comprar ese producto con “esquelas”; y 3º La prohibición de publicidad en televisión o cualquier medio de aquellos productos que luzcan al menos una “esquela”. Sin embargo, aquí en la UE, parece que los políticos no están por dar ese -merecido- sopapo a la industria. Y es una pena.
- Comparto al 100% las palabras del compañero Manuel Moñino, delegado del Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas en la EFAD cuando se expresa de esta manera refiriéndose al Nutriscore: “El etiquetado frontal será decisivo para elegir bien entre los productos envasados, pero el consumidor no debe olvidar que la opción más saludable siempre pasa por los alimentos frescos y naturales como frutas, verduras, legumbres, frutos secos... Por lo tanto, no hay que caer en el error de centrar la dieta en los alimentos con símbolos verdes”.
El lío político de la prevención de la obesidad
Como decía, llaman poderosamente la atención el resto de “novedades” anunciadas por la ministra de sanidad Dña. Mª Luisa Carcedo. Me refiero a cuatro elementos:
-
Respecto a implantar medidas en colegios e institutos para impedir la venta de alimentos y bebidas insanas, los ciudadanos hemos de recordar que la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición de 2011 (insisto, de 2011) ya recogía estas cuestiones. En concreto su artículo 40 está específicamente dirigido a las medidas especiales en el ámbito escolar, y su apartado 6 reza textualmente: “En las escuelas infantiles y en los centros escolares no se permitirá la venta de alimentos y bebidas con un alto contenido en ácidos grasos saturados, ácidos grasos trans, sal y azúcares. Estos contenidos se establecerán reglamentariamente”. ¿Aplaudimos entonces porque hasta ahora y desde hace más de 7 años esto no se esté cumpliendo y se anuncie que se va a hacer cumplir? Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, pero tal vez es excesivo.
-
Sobre limitar la publicidad de los alimentos poco saludables dirigida a menores de 15 años mediante el Código PAOS de autorregulación de publicidad, es preciso hacer notar que el famoso Código PAOS es la vergüenza internacional de nuestra lucha institucional contra los desmanes publicitarios de la industria alimentaria. Este Código de 2005, además de estar redactado por la propia industria, también es de adhesión voluntaria: el que quiera se adhiere y “lo cumple”, y el que no, no. Lo más triste de todo es que incluso los que se adhieren no lo cumplen en su mayor parte: este estudio de 2017 comparó el grado de (in)cumplimiento de la parrilla publicitaria española con el Código PAOS en la mano entre 2008 y 2012, y constató que hasta el 2012 el grado de incumplimiento era mayor (el 88%) que hasta 2008 (el 49%). En palabras del gran Francisco Ojuelos, autor del muy recomendable libro El derecho en la nutrición: ¿te imaginas que solo el 12% de los contribuyentes pagara sus impuestos? No necesitamos el Código PAOS como tal, lo que sí se necesita es que se cumpla. Y más allá, si lo que se pretende es hacer algo verdaderamente útil -en lugar de hacerle el caldo gordo a la industria alimentaria de lo más insano-, lo que necesitamos es una Ley de la administración en este sentido, no un código de adhesión voluntaria que ni sirve para nada, ni se cumple.
-
Sobre el desarrollo de guías para las contrataciones públicas de menús, cátering y vending para impedir la presencia de alimentos no saludables en instituciones o centros públicos, es imprescindible volver a remitirse a la citada Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición. Estas acciones ya estaban planificadas desde 2011, en concreto en sus artículos 40, 41 y 47. Nada nuevo, circulen.
Para terminar este apartado, tiene gracia que todas estas no-novedades sean anunciadas en el marco de la XI entrega de premios de la Estrategia NAOS, un plan que vio la luz en 2005 y recibió entonces el aplauso de la comunidad internacional. A día de hoy y tras 13 años de trayectoria sus resultados en el terreno de la obesidad infantil no sabemos ni si existen. Sin embargo, el abrigo de esta estrategia, hemos visto entregar premios y distinciones a aquella industria alimentaria cuyo centro de negocio no se reconoce precisamente como saludable. Sin ir más lejos a Grefusa, Nestlé, Europastry, PepsiCo, Grupo Mahou, Unilever, Capsa Fodds, Gallina Blanca, Danone, Grupo Pascual, etcétera. Grandes valedores de la salud alimentaria que, además, se suelen distinguir por su publicidad sensata (léase con toda la ironía posible).
Dos consejos sobre el etiquetado en los alimentos
- Un patrón de alimentación sano es más probable cuantas menos calificaciones del Nutriscore -o del tipo que sean- se vean en los productos que consumes.
- Si algún producto cuenta con ellas, los colores verdes y las letras A y B o los colores rojos y letras D y E, son una pista inicial, pero no definitiva para establecer su adecuada, o no tanto, idoneidad (como ejemplo, la malísima calificación que este código daría al aceite de oliva). Sé un consumidor responsable, sé crítico, lee la lista de ingredientes y ponla en el contexto del conjunto de tu alimentación.
Los sistemas no se ponen de acuerdo
Si estás pensando que todo esto es un lío no te voy a quitar la razón; al contrario, cuentas con toda mi comprensión. Tenemos tablas de información nutricional, Nutriscores, semáforos, sistemas NOVA -el de la clasificación de los alimentos en virtud de su grado de procesamiento- etcétera, y la información que pueden arrojar cada una de estas herramientas respecto a un mismo producto puede ser terriblemente contradictoria.
Por ejemplo, según el Nutriscore la Cocacola Zero obtiene un notable alto, una B (y color verde); sin embargo el sistema NOVA cataloga este producto en el peor nivel, un 4 (suspenso estrepitoso). Lo puedes contrastar en este enlace. Por su parte tenemos un zumo de naranja comercial básico que según Nutriscore consigue una C (aprobado raspado, color amarillo); sin embargo el sistema NOVA le otorga la mejor de las calificaciones, el 1. Y aquí el enlace.
Insisto, no hay sistema bueno, pero el menos malo para mí es el NOVA, aunque también tiene sus fallos. Lo mejor: basar tu alimentación en productos a los que no se les puede poner ninguna etiqueta.
Juan Revenga es dietista-nutricionista, biólogo, consultor, profesor en la Universidad San Jorge y miembro de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN). Ha escrito los libros Con las manos en la mesa. Un repaso a los crecientes casos de intoxicación alimentaria y Adelgázame, miénteme. Toda la verdad sobre la historia de la obesidad y la industria del adelgazamiento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.