Renovar el discurso de la alfombra roja de los Goya
El paseíllo de la fama de la 38ª edición de los premios del cine español ha tenido poco que contar, y no solo en términos de moda. Aunque las señales de cambio están ahí, y no tienen que ver tanto con el uso que firmas y diseñadores puedan darle a sus propuestas como con las narrativas que desfilan por ella
Hace cuatro días, en algún momento entre que Los Javis pasaban por la consulta de la facialista María Casado para probar los milagrosos efectos de esa mascarilla surcoreana que deja el óvalo niquelado y La Dani recogía del tinte el conjunto blanco que le ha diseñado su paisano Ángel Campano para desesperación de la planchadora (lo contaba divertido el malagueño, nominado a mejor actor revelación por Te estoy amando locamante, en X), Isabel Coixet se plantaba en su cuenta de Instagram. “Venir de esto. De estos modelos, de esta mirada, de estos referentes, de estas mierdas. Crecer pensando en cómo escapar y cómo destruir todo esto. Y a ratos, pensar que lo has hecho, aunque constantemente el mundo se empecina en seguir recordándote que no”, escribía la directora como comentario a un fotomontaje vintage en blanco y negro, de largo recorrido en redes sociales, que da cuenta de la esclavitud estético-social femenina, de la faja a las torturas de peluquería, pasando por los concursos de belleza. #Mimundoesotro y #seacabó, apostillaba tirando de hashtags-homenaje a María Jiménez. Hace ahora un año, la cineasta catalana mostraba por la misma vía el atuendo que iba a lucir en la gala de los Goya 2023: una chaqueta de segunda mano intervenida por la artista Elena Scilinguo en mensaje de apoyo a las mujeres víctimas de la represión masculina. Con siete nominaciones por Un amor —mejor película y mejor dirección, entre ellas—, esta vez ni figuraba en la lista con la que la Academia del Cine español adelanta el quién lleva qué a los periodistas que van a tener que vérselas con su alfombra roja anual.
La necesidad de una nueva mirada, una aproximación de relevancia acorde a la sensibilidad de los tiempos que corren y mueva a la reflexión, es una demanda que no ha dejado de sonar desde que el escaparate favorito de la moda volvió a la normalidad. Pero repensar el tapiz ceremonial no es fácil, sobre todo porque seguimos leyendo las alfombras rojas como viejas noticias de estilo y belleza. Mira esta qué guapa, mira aquella qué cuadro (porque se trata de mujeres, invariablemente). Dónde están los modelos ensoñadores, dónde el glamour. La mirada educada no, caducada. El regreso ahora mismo de las apreturas del corsé y la aparatosidad de la robe à la françoise a las pasarelas y ese estilo/tendencia coquette que performa la feminidad en clave ñoña a mayor viralidad tiktokera lo ponen aún más cuesta arriba. Aunque sí, se puede.
“A mí ya ni me apetece ni tengo la cabeza en eso. Lo último que quiero es estar metiendo tripa, controlando el escote, que se me baja la teta, que se me ve no sé qué…”, confiesa a EL PAÍS la nominada Mabel Lozano. “He llevado mucho traje de noche y mucho taconazo en mi época de presentadora de televisión y desde que estoy detrás de cámara mi perspectiva es otra. Además, mi cine es social, muy duro, y lo de las muselinas, las gasas, los encajes me resulta un poco frívolo”, continúa. Ava, su último filme como directora y coguionista, ha sido nominada a mejor cortometraje (ya ganó en la categoría con Biografía del cadáver de una mujer, en 2021), otra denuncia de la explotación y el comercio sexual que también conmueve por la delicadeza de su factura. A ese traje visual le ha dado réplica en la Feria de Valladolid, donde los Goya celebran su 38ª edición, vistiendo un esmoquin a medida confeccionado por Mirto. “Yo voy con mucha ilusión, alegría y agradecimiento, pero quiero disfrutar, abrazar, correr, subir y sentarme con algo cómodo, bonito, incluso sexy”, dice Lozano. Mirto, marca familiar de sastrería y camisería, emplea además en sus talleres a supervivientes de la trata rescatadas por la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (AMPRAP), las mismas que han confeccionado el vestido que ha lucido Loles León.
Las señales de cambio en la alfombra roja están ahí. Y no tienen que ver tanto con el uso que firmas y diseñadores puedan darle a sus propuestas como con las narrativas que desfilan por ella, interpretadas por quienes las lucen. “Sabes que si estás nominada te toca jugar a ese juego y te construyes un personaje para poder llevarlo”, le contaba a este cronista Laura Pedro, 24 horas antes de enfrentarse otra vez al muy escrutado paseíllo de la fama. Supervisora de efectos especiales, con dos Goyas ya en la colección de galardones que atesora, su prodigioso trabajo en La sociedad de la nieve ha vuelto a poner el foco estilístico sobre ella. “Para mí no es fácil, sobre todo cuando mi trabajo consiste precisamente en que nadie te vea. Me genera muchísima ansiedad e inseguridad. También me cuesta decidir, así que voy a lo que me hace sentir segura, que suelen ser trajes oscuros, que es como mejor me veo, lo que llevo en mi día a día y lo que más me representa”, continúa. De entre las opciones que le ha dado su estilista de confianza, Alba Melendo (Bad Gyal, Karol G. o Georgina Rodríguez lucen gracias a ella), se ha decidido por un Carlota Barrera, negro por supuesto, con zapatos de Camper: “Al final me planto ahí con un par, me lo creo y me digo cosas bonitas para poder aguantar”.
Mientras, en Dior se mostraban especialmente complacidos de la elección de la actriz Carla Campra, un modelo de la colección Crucero 2024 que reinterpreta el esmoquin (pajarita incluida) con una voluminosa falda de terciopelo cupro y unas botas de estilo cowboy en los pies. Amaia Aberasturi (vestido de seda bordado) y Pol Monen y Alberto Ammann (esmóquines con solapa de pico) también defendieron la firma francesa, pero con mucho menos discurso. Tampoco lo había en el alta costura de Fendi que moldeaba en color chocolate a la actriz Hiba Abouk, aunque espectacular lucía un rato.
De Penélope Cruz solo se podía esperar el Chanel de rigor, contrato obliga. En realidad, poco de lo visto en la fría noche de sábado vallisoletana tenía algo que contar. Ni el vestido principesco en tono lavanda de Ana Belén, autoría de Redondo Brand, ni los trajes que Palomo Spain le ha cortado a Los Javis, copresentadores de la gala, sorprendentes solo por su contención (por no decir convencionalismo). Hubo, eso sí, mucha marca España, que no viene mal: el Yolancris de Janet Novás; el Isabel Sanchis en el que iba enrejada Cayetana Guillén Cuervo; los Duyos de Marisa Paredes y Nuria Gago; los Teresa Helbig de Leonor Watling y Pilar Palomero; el traje de Ana Locking para Óscar de la Fuente; y hasta el Late Checkout, la etiqueta de C. Tangana, que escogió Enric Auquer. Malena Alterio apostó por Lorenzo Caprile, todo vibraciones de Goya a la mejor actriz.
De demostrar que en lo local hay tela de gala que cortar se encargó Irene dela Cuesta. La creadora de Valladolid, habitual de ceremonias y alfombrados en la comunidad castellanoleonesa, confeccionó el traje para el escritor César Perez Gellida, último premio Nadal. “Es una pieza exclusiva, con detalles ornamentales personalizados que lo identifican. ¡Nos ha llevado 3.000 horas”, revela esta habitual del showroom que habilita la Seminci para ayudar con los estilismos de sus estrellas. Esa sí que no es mala narrativa.
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