Raquel García Ceballos, la primera mujer europea en ascender al Quelccaya: “Lo que disfruto es el camino. La cima no es más que unas vistas durante poco tiempo”
Además de subir el glaciar tropical más grande del planeta, esta cántabra de 50 años deja constancia de la incidencia del cambio climático en sus expediciones y se preocupa por las comunidades locales
A veces el mar le parece prescindible. Las montañas son innegociables. Raquel García Ceballos nació en Torrelavega (Cantabria) y vive en Suances. A pesar de la cercanía de la playa de la Concha, ella siempre mira a ese telón de fondo que son los Picos de Europa. Se aleja del mar y va a las montañas siempre que puede. Organizar una expedición es como sacar adelante una película. Un milagro.
Por su primera comunión le regalaron un estuche con pinceles, un lienzo y un caballete. Ahí, dice, empezó su vida artística. Después llegaron el patinaje y el tenis. Deportes con los que aprendió a caerse y a levantarse. “En cualquier ámbito de la vida, las caídas te acompañarán siempre”, dice en conversación telefónica. Ya ni patina ni juega al tenis por culpa de unas maltrechas rodillas y una lesión de hombro. Sin embargo, va a la montaña, su otra pasión. Unos 25 años lleva haciéndolo por las montañas de su tierra natal y de otras lejanas. El Jano fue el primer pico que subió, en Bárcena de Pie de Concha; después ha estado en la cordillera del Himalaya en Nepal, en el monte Ararat en Turquía o en el glaciar Quelccaya, convirtiéndose, a sus 50 años, en la primera mujer europea en subir el glaciar tropical más grande del planeta. García Ceballos confiesa que no es ella quien escoge esos lugares en los que trata de realizar los retos que se marca. Le ayudan. Explica que es muy difícil dar con algo que no haya hecho ya una mujer en la montaña. Jorge Federico Gómez Riportella, director de la revista argentina Cumbres Mountain, fue quien le habló del Quelccaya y de sus 5.666 metros de altitud.
Su primo y su pareja fueron los que le aficionaron a la montaña. Ella no tardó en encontrar una simbiosis entre la pintura y las montañas. “Lo que plasmo en un lienzo es lo que vivo muy profundamente y que no puedo expresar con palabras cuando estoy en la montaña”, explica. Cuando camina por ella trata de evadirse de dónde está porque sabe que tiene por delante una jornada de 10 horas, y así no se quema. Justo ahí piensa en la playa.
Ni se juega la vida por intentar alcanzar una cima, ni se obsesiona con ello. No le gusta competir ni las competiciones. “Es cierto que me patrocinan para que sea ‘la primera mujer que…', pero es una competición contra mí misma”, argumenta. A ella no le hace falta haber llegado a lo más alto para disfrutar de la montaña: “Lo que disfruto es todo el camino, que son muchas más horas. La cima no es más que una altura y unas vistas durante poco tiempo”. Para disfrutar de ese camino, antes tiene que prepararse físicamente. Cuando el tiempo le impide entrenarse en los Picos de Europa, recurre a un entrenador personal en el gimnasio. Para la preparación mental recurre a una terapeuta. “Cuando el cuerpo se rinde, la cabeza siempre puede un poquito más”, dice. Como talismanes lleva lo que sus sobrinas, su hermana y su madre le dan: una muñequita, un patito cosido en la mochila (le llaman Pico de pato)... Ese tipo de cosas que cuenta que agarra fuerte cuando tiene miedo y se pregunta qué demonios hace en ese lugar.
Los documentales que proyecta recogen todo lo que sucede durante la expedición y muestran lo que hacen y por lo que pasan ella y su equipo: Quique González Osoro, el guía; Juan Pablo Hernando García, el médico cardiólogo; Toño Ojugas Ruiz, el cámara; y Guillermo Ponce Jiménez, el bombero. Sin ellos, asegura, no hubiera conseguido ser la primera mujer europea en ascender y bajar por la misma ruta el glaciar de Quelccaya. Su hazaña le sirve también para concienciar a la sociedad sobre el cambio climático y su incidencia. En 1988 el área de hielo de este glaciar era de 58 kilómetros cuadrados, en 2023 no llegaba a los 40. Su retroceso promedio es de unos 14 metros al año y se estima que dentro de 30 años el glaciar desaparezca.
Las expediciones que organiza Raquel son algo más que una ascensión o una ruta. Además de la vertiente medioambiental, tienen también una médica y social. Le parece egoísta ir a los sitios solo para convertirse en la primera mujer que ha hecho tal reto.
García Ceballos desarrolla su faceta de pintora siempre que le es posible en sus expediciones. En la ascensión al glaciar Quelccaya, organizó una convocatoria para que los niños y las niñas de la zona pintaran lo que mostraban unas fotografías de unas típicas estampas cántabras que se llevó consigo: vacas tudancas, la Costa Quebrada y un dibujo de José María de Pereda realizado por el artista cántabro Okuda. Ella y el resto del equipo se quedaron alucinados al ver el dibujo de una de las niñas. Juan Pablo recuerda que le dijo a Raquel que aquello fue lo mejor que habían hecho ese día. Tanto, que la montañera ha puesto en marcha el proceso para que a la niña se le facilite una beca y pueda estudiar arte en Cuzco. “Ese tipo de historias humanas son las que más interesan a la gente y las que nutren los documentales que hacemos”, asegura.
Una cumbre que no le dejaron hacer es la del volcán Damavand, en Irán. El guía que acompañaba a la operadora de cámara y a García Ceballos se negó a subir con ellas hasta la cima. Fue el remate a una expedición que Raquel recuerda que empezó mal y terminó peor. Desde su llegada al aeropuerto todo fueron pequeños sabotajes en contra de sus intereses que le hicieron vivir en primera persona lo infravaloradas que están las mujeres en aquel país. Algo parecido también lo vio en Nepal, donde vive la etnia Sherpa. En aquel país las mujeres, desde que son niñas, son las que portean en su casa a diario; llevando comida al ganado, y leña y agua a la casa. Raquel pasó 11 días con una de esas mujeres, a la que su marido le dijo que tenía que dedicarse a los hijos y al negocio familiar. Los hombres son los que portean por dinero cuando trabajan para las expediciones. Cuando terminan su trabajo, ellos no portean. “Aquel viaje a Nepal me cambió la manera del ver las cosas”, cuenta.
Si emocionalmente cada expedición depende del lugar al que va, antes de partir siente incertidumbre, responsabilidad hacia los patrocinadores, presión por conseguir el reto marcado y miedo a lo desconocido. Las sensaciones a la vuelta dependen del éxito o no de la expedición. De Perú volvió pletórica.
En su web y en su perfil de Instagram recibe mensajes de mujeres y niñas que le dicen que ella es su referente. Para poder seguir siéndolo, no deja de buscar patrocinadores y organizar charlas, proyecciones y debates, para recaudar fondos que destina a la parte social de sus expediciones. Expediciones que hacen cumbre donde otras pasan de largo.
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