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Víctimas de la represión en Irán: “En mi país, una mujer debe permitir que la violen para evitar la cárcel”

La madre de Reyhaneh Jabbari, cuya hija fue ejecutada por matar a un hombre que la estaba agrediendo sexualmente, y Kousar Eftekhari, que perdió un ojo en una manifestación, denuncian el hostigamiento que sufren en su país

Kousar Eftekhari, que perdió un ojo por un disparo en la cara de un policía en Irán, durante una entrevista en Barcelona el pasado 14 de septiembre.
Kousar Eftekhari, que perdió un ojo por un disparo en la cara de un policía en Irán, durante una entrevista en Barcelona el pasado 14 de septiembre. Zahida Membrado

Reyhaneh Jabbari tenía 19 años cuando se le rompió la vida. Estudiaba Informática en Teherán y trabajaba esporádicamente como interiorista. Era el año 2007. Aquella tarde, la fatalidad quiso que se cruzara por su camino Morteza Abdolali Sarbandi, en teoría un devoto padre de familia, miembro del Servicio de Inteligencia iraní. Ambos coincidieron en una heladería de la capital. El hombre, que había escuchado una conversación de Jabbari, le propuso redecorar su vieja oficina. Ella aceptó y al día siguiente se presentó en la dirección indicada. Así empieza la historia trágica de la muerte de esta joven, narrada a EL PAÍS por su madre, Shole Pakravan, durante un encuentro de la asociación Women’s Independence and Sustainable Equality (WISE, Independencia de las Mujeres e Igualdad Sostenible) en Barcelona. Esa reunión ha congregado a una treintena de activistas iraníes, la mayoría exiliadas, cuando el pasado lunes se cumplieron dos años de la muerte de Yina Mahsa Amini. Amini fue la joven kurda que falleció a causa de una paliza de la policía, después de ser detenida por llevar el velo obligatorio mal colocado, según la ONU. Su muerte desencadenó la última oleada de protestas contra el régimen iraní.

En aquel ya lejano 2007, Reyhaneh Jabbari acudió a esa supuesta cita profesional. Una vez en la vivienda que debía redecorar, “Sarbandi la asaltó y empezó a tocarla. Ella se zafó y logró llegar hasta la puerta, pero estaba cerrada. Aterrada, cogió un cuchillo de la cocina y le amenazó con clavárselo. No la dejó ir, así que se lo clavó en el hombro. Después huyó”, explica su madre, con enorme serenidad.

El agresor falleció y la joven fue condenada a muerte en 2009 por asesinato con premeditación. El proceso judicial no solo estuvo plagado de falsedades, denunció su abogado, sino que escenificó de forma pública la venganza de una familia conservadora de la Guardia Revolucionaria, el poderoso ejército paralelo iraní, cuyo peso político es enorme y que además controla la economía del país.

Reyhaneh Jabbari, en una imagen sin fecha durante su juicio en Teherán.
Reyhaneh Jabbari, en una imagen sin fecha durante su juicio en Teherán.

Como muchos jueces en Irán, el que procesó a Jabbari era un estudioso de la ley islámica, sin formación en Derecho. En las vistas, le dijo a la acusada que debería haber permitido que su agresor la violara y luego denunciarle. “¿Usted no tuvo en cuenta que quizá el señor Sarbandi quería hacer un matrimonio temporal, lo cual habría sido totalmente legal? ¿Por qué se resistió?”, parafrasea la madre, citando al juez. El matrimonio temporal es una práctica permitida por el islam chií, mayoritario en Irán, por el que un hombre puede contraer nupcias con una mujer por un tiempo determinado, incluso por horas, mantener relaciones sexuales con ella y después romper el vínculo. “Cómo ves, en Irán, si te defiendes de una violación, te condenan a prisión”, lamenta la madre de la joven.

La sentencia a muerte en firme del Tribunal Supremo, en 2010, incluye argumentos como la “indumentaria decorosa” de las hijas del acosador y la “barba religiosa” del vástago mayor que lucieron durante el juicio. Con esta familia, no parece posible afirmar que el señor Sarbandi pudiera agredir a la acusada”, asevera la sentencia.

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En los siete años que Jabbari pasó en prisión de Evin, en Teherán, se dedicó a ayudar a las otras reclusas, la mayoría miembros de los eslabones más vulnerables de la sociedad. Toxicómanas y prostitutas. Mujeres que jamás tuvieron un techo. “Sufrió una transformación. Ya no era la misma. Convivía con mujeres a las que ayudaba. Las comprendía. Y un día, llegó la notificación”, explica su progenitora. “En aplicación de la ley, la familia de Sarbandi podía decidir ahorcar o perdonar a Rayhaneh si ella accedía a retractarse. Si decía que había mentido, la perdonarían. Si no, ellos mismos la ahorcarían [la ley iraní permite a los familiares de una víctima de asesinato participar en la ejecución]. Corrí a la cárcel a comunicarle la noticia”, recuerda esta madre.

 Shole Pakravan, madre de la joven iraní Reyhaneh Jabbari, ejecutada en la horca en 2010, en Barcelona, el pasado 14 de septiembre.
Shole Pakravan, madre de la joven iraní Reyhaneh Jabbari, ejecutada en la horca en 2010, en Barcelona, el pasado 14 de septiembre. Zahida Membrado

Su hija le dijo entonces: “Mamá, ¿cómo quieres que diga que mentí? ¿Cómo me pides eso? ¡Era un violador! Si lo hago, ¿qué pasará con todas las mujeres a las que cada día violan en este país? Espero que llegue el día en el que ninguna otra mujer tenga que defenderse de una violación”. Reyhaneh Jabbari fue ejecutada el 25 de octubre de 2014 en la prisión de Gohardasht. Su proceso judicial puede seguirse en el documental Siete inviernos en Teherán, premiado en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 2023. Irán es el país del mundo que ejecuta a más mujeres. En lo que va de año, de las 433 personas ahorcadas en Irán, 15 eran mujeres, según los datos de la organización de derechos humanos iraní en el exilio Iran Human Rights. Esa organización y otras, como Amnistía Internacional, acusan a Irán de utilizar la pena de muerte como mecanismo de control social destinado a aterrorizar a la población.

Huida

Kousar Eftekhari vive desde hace nueve meses en Berlín, adonde huyó tras meses de amenazas por publicar imágenes de su rostro mutilado en las redes sociales. Después de la muerte de Yina Mahsa Amini, esta joven de 25 años se unió a las protestas que estallaron en todo el país. Aquellas no fueron las primeras. “Ya desde muy pequeña odiaba a mi Gobierno porque no me permitía ser libre. Cuando crecí, me uní a las diferentes manifestaciones que se organizaban en la capital, con la esperanza de cambiar algo”, explica. Eftekhari empezó a denunciar las “injusticias” haciendo teatro político.

“Cuando mataron a Mahsa [Amini], el país cambió. Nunca había visto algo así. Hacía cuatro semanas que las calles estaban llenas y yo estaba allí. Habíamos llegado hasta la Universidad de Teherán. Estaba cercada por policías y todo el mundo gritaba [el lema de las protestas] Mujer, Vida, Libertad. Entonces, me quité el velo. Tenía un agente justo enfrente, lo suficiente cerca para oírle. Me dijo: ‘Ponte el velo o te dispararé en la cara’. Ya me habían disparado antes en el pecho y en los genitales. Mi cuerpo estaba dolorido, pero no pude moverme y no quise ponerme el velo. Esa vez, no. Y me disparó en la cara. En un segundo, perdí el sentido de todo. Noté cómo el ojo me explotaba por dentro. Caí al suelo y no recuerdo más”, rememora.

El régimen iraní respondió a esas protestas con represión. Al menos 551 personas murieron a manos de las fuerzas de seguridad y los paramilitares, 60.000 fueron detenidas y nueve jóvenes, ahorcados, según la misión de investigación de la ONU. Decenas de personas quedaron, como esta joven, mutiladas. Las organizaciones de derechos humanos han descrito un patrón sistemático de disparos al rostro, el pecho o los genitales, destinados a matar o desfigurar a las iraníes sin velo. Amnistía también documentó numerosos casos de violencia sexual destinados a “aplastar las protestas”.

Eftekhari pasó tres semanas en el hospital y salió de allí con los párpados del ojo derecho cosidos. Volvió a las manifestaciones y viralizó su nueva imagen en las redes sociales. Entonces, la amenazaron con lanzarle ácido si no borraba su rostro de internet. Le prohibieron regresar a la universidad y hacer teatro. La aislaron socialmente. “Antes de todo eso, la policía de la moral me había arrestado ocho veces. Me dieron patadas, golpes en el pecho y me clavaron las uñas en el cuerpo. En Teherán los abusos eran constantes. Así que, cuando mataron a Mahsa, sabía que nada podría pararme”, recalca. En 2023, la condenaron a cuatro años de cárcel. Entró en la temible prisión de Evin, donde Jabbari había pasado sus últimos siete inviernos, pero en un permiso para asistir a una vista judicial, consiguió escapar. “Viajé sola al Kurdistán, crucé por las montañas a Irak y logré llegar a Berlín. Hoy, cuando me miro al espejo, veo a una mujer fuerte. Lo volvería a hacer, porque soy un ejemplo vivo del terrorismo de Estado que perpetra el régimen de Irán”.


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