Trece paradas imprescindibles en la Costa Quebrada, fervor por la geología en Cantabria
Una ruta de Santillana del Mar a Santander que demuestra que este es uno de los pocos lugares del mundo que despliega en tan corto espacio tal abundancia de procesos morfológicos. Playas, istmos, dunas, acantilados o ‘urros’ se suman a un variado repertorio de sugerencias viajeras
Arcos, istmos, colapsos, urros (farallones), un modelo de tómbolo, depósitos de sedimentos: una sorprendente variedad de formas adornan buena parte de la costa occidental de Cantabria. Entre Santillana del Mar y Santander se extienden unos 40 kilómetros litorales correspondientes a ocho municipios, que revelan lo que de hermoso puede dar de sí la erosión marina. En pocos lugares del mundo como en esta Costa Quebrada se muestra, en tan corto espacio, una abundancia tal de procesos morfológicos. Si todo marcha según lo previsto, dentro de un año, este deslumbrante patrimonio geológico será declarado geoparque por la Unesco.
Viola Bruschi, geóloga y directora científica del geoparque aspirante Costa Quebrada, ha seleccionado 13 de sus enclaves y de su mano los recorremos, junto a un variado repertorio de sugerencias turístico-viajeras. Debido a lo reducido de muchas de sus playas, lo más conveniente es acudir en primavera, con marea baja (se puede consultar la tabla de mareas online) y, mejor todavía, en día laborable.
Otra estupenda opción consiste en recorrer la Costa Quebrada desde la embarcación semirrígida de Calypso, con salida del puerto de La Pozona (Miengo) y destino en la playa de Covachos (Santa Cruz de Bezana). El pasaje cuesta 25 euros (máximo seis personas).
Una ermita dentro de una alfombra
La simbiosis entre fervor religioso y erosión costera ha originado en la playa de Santa Justa, en Ubiarco (Santillana del Mar), una rareza catalogada por el Instituto Geológico y Minero de España como Lugar de Interés Geológico. El choque entre placas tectónicas de la Orogenia Alpina formó hace unos 30 millones de años cordilleras como los Pirineos o el Himalaya. Este proceso generó en Santa Justa el plegamiento y elevación de las rocas, como si de una alfombra se tratase, cuyo núcleo fue sometido al arbitrio del oleaje, produciendo la oquedad en la que se empotró la ermita de San Justa, de la que hay constancia desde el siglo XIII. Para evitar resbalones bajo la lluvia se ha empedrado el acceso hasta la capilla, que consta de solo dos paredes —está reforzada la que soporta el oleaje—, a lo que suma un ventanuco a través del cual se atisba el que podría calificarse como altar cavernícola. Después, cabe la posibilidad de ascender al muro de San Telmo, antiguo faro desde el que se domina la playa de Tagle y Punta Ballota, ambas pertenecientes al municipio de Suances. Un rincón no exento de romanticismo al atardecer.
Con mala mar, llegar a la ermita es imposible y habrá que contentarse con ser testigos, desde los bancos, de cómo las olas incluso sobrepasan el templo. Cerca sigue abierta desde 1991 la posada rural La Cerrá de San Roque, pionera del turismo rural en Cantabria.
Y ya que estamos en Santillana del Mar, aprovechemos para acercarnos al Palacio de Velarde, abierto al público en 2023. En la visita guiada se recrean con ologramas y realidad virtual los moradores más ilustres de este palacio renacentista.
La punta de las aves
Raro es el cabo o extremo de la costa norte española que no haga las funciones de observatorio ornitológico. Punta Ballota, en Tagle (Suances), escenario virginal de cantiles cortados a pico al que van a morir los prados, no es la excepción. Dejaremos el coche en cuanto acabe la pista para iniciar una ruta paisajística al borde de un cortado vertical de 70 metros de altura, que nos llevará, sin solución de continuidad, hasta la cercana playa de El Sable, peligrosa para el baño los días de mar batida.
Justo desde el extremo de Punta Ballota, mirando al sureste, se contempla un curioso valle elevado, que no es sino el cauce de un río que fue incapaz de erosionar su propio lecho, para desaguar, sin desnivel alguno, en el mar.
En esta aguda morfología no solo se puede espiar al cernícalo rondando los aires para ver qué caza en la campiña, o al avión roquero que hace sus nidos en los acantilados, lo mismo que la chova piquirroja; también sorprenderemos alguna bisbita revoloteando por los prados o las últimas lavanderas boyeras descansando antes de viajar al norte a criar. Se entiende entonces que Costa Quebrada esté incluida, también, dentro de la Red Natura 2000 como LIC (Lugar de Interés Comunitario).
Este marco idílico de vacas y quizá caballos se divisa desde las 10 habitaciones del anexo (seis de ellas con terraza) que dispone la posada rural Punta Ballota, en la que nos pondremos en manos de la familia Eguren Revilla.
La Roca Blanca
El siguiente hito en esta ruta es el confín de la península del Dichoso (Suances), desde donde bajaremos a pie hasta una minipenínsula caliza, la Roca Blanca, resto desmantelado de un gran arrecife tropical declarado Lugar de Interés Geológico. “Data de hace 125 millones de años, cuando la Costa Quebrada estaba sumergida en aguas cálidas y limpias en las que proliferaban organismos generadores de arrecifes, muy similares a los actuales”, apunta la geóloga Viola Bruschi. Con el mar calmo se puede subir con precaución a este fotogénico roquedo de un blanco nuclear, donde, por su naturaleza fracturada, habrá que salvar un breve repecho y recorrerla con cuidado de no pisar grietas. Bajo una tempestad resulta apocalíptico cómo se yerguen las olas a la altura del roquedo, formando entre las cavidades un efecto tipo bufón.
En la punta del Dichoso también hay que acercarse al mirador suancino sobre la costa occidental y la playa de los Locos; al vértice geodésico; a la mole del faro, a la antigua batería de costa del Torco, asomada a la ría de San Martín de la Arena, reconvertida en galería de arte.
A la hora de reponer fuerzas tenemos a mano los arroces y pescados del restaurante La Dársena y el restaurante Emma, donde el chef Carlos Arias fusiona las cocinas cántabra y mexicana, incluidos pescados al horno con técnicas prehispánicas. Con mucha antelación se puede reservar alguna de las cotizadísimas mesas pegadas a la cristalera.
En el hotel Castillo de Los Locos destacan sus vistas y atardeceres, como su terraza y su brunch diario.
El lago inesperado
Aprovechamos que para seguir costeando es preciso rodear la ría de San Martín de la Arena, integrada por los ríos Saja y Besaya, para poner rumbo a Rumoroso (Polanco). Allí espera un bucólico lago, el Pozo Tremeo, depresión originada por la disolución de las rocas calizas —fenómeno conocido por dolina— y encuadrada en el proyecto de geoparque Costa Quebrada. Un fenómeno kárstico parecido, esta vez junto al mar, fue responsable de la cala de Gulpiyuri, en Llanes (Asturias).
Las aguas del Pozo Tremeo, de 11 metros de profundidad, son dulces en la superficie y cargadas de sales en el fondo; el escenario representa una de las tres áreas naturales de especial interés catalogadas en Cantabria. Junto al aparcamiento está el área de interpretación, con bancos y paneles explicativos. Tras aproximarnos al lago por la pasarela de madera, embocamos la ruta senderista número 2 (apta para toda la familia), desde cuyo bosque autóctono se aprecia el manto de agua desde diferentes perspectivas. ¡Qué singularidad descubrir un lago perdido entre las mieses! Regresaremos por la ruta número 1, dotada con dos miradores y zona de descanso.
En el desagüe del lago no es raro ver en primavera tan pronto ranitas de San Antonio como libélulas y orquídeas endémicas. ¿Hora del bocata? En Soña, a pocos kilómetros, se encuentra una zona de recreo con tirolina, barbacoas y mesas para pícnic.
La casa rural El Pozo Tremeo, situada a 200 metros del lago, está dividida en dos viviendas de idénticas características y alquiler íntegro para un máximo de cinco personas cada una. Los chipirones a la plancha, el pulpo a la brasa y las rabas del bar-restaurante La Puentecilla son razón suficiente para desplazarse hasta Oruña de Piélagos. Dispone de menú del día, de lunes a viernes, a 20 euros, y los sábados a 23.
Playa bajo rugosos acantilados
Uno de los secretos mejor guardados de la costa de Cantabria, frecuentado casi en exclusiva por vecinos de la comarca, es la playa salvaje de los Caballos —o de Ombleda—, en Miengo. Después de dejar el coche en la cala del Huevo Frito, nos detendremos en el estupendo mirador de carretera sobre la única playa de la Costa Quebrada respaldada por una pared con aspecto de cárcava, que corresponde a la típica erosión de rocas arcillosas originadas por aguas de escorrentía, en pendientes acusadas y con ausencia de vegetación. Son de tal magnitud los desprendimientos y deslizamientos que, en las últimas cuatro décadas, el retroceso del precipicio ha sido de 10 metros, que ya es decir, lo que aconseja acudir en bajamar —con marea llena este dorado arenal semicircular queda muy mermado— para así no tener que extender la toalla junto al peligroso talud de 60 metros de altura.
El acceso resulta dificultoso, puesto que hay que rodear toda la playa por la cima de este acantilado de margas grises y areniscas, hasta encontrar la rampa de acentuada pendiente, no recomendable para personas con movilidad comprometida. La que, según dicen, fue playa favorita del naturalista y divulgador Félix Rodríguez de la Fuente, de unos 200 metros de largo, está a resguardo del viento del noreste, el predominante los días con buen tiempo; bien entendido que el paisaje se torna agreste y expuesto a las aguas del mar, que braman con fuerza (no hay socorrista).
Tras gozar de este paraíso seguiremos costeando a pie hasta la punta del Cuerno para fotografiar las islas Conejeras, a las que uno puede acercarse con la lancha de Calypso, junto con la Roca Blanca y la playa de los Locos.
A la hora de tomar unas rabas no se puede pasar por alto la terraza que abre El Chiringuito de Cuchía, en la playa de Marzán.
Estuario desde La Picota
La remodelación de la carretera CA-231, que une Boo de Piélagos y Liencres, ambos en Piélagos, fue aprovechada para erigir un mirador de carretera sobre el abra del río Pas. Su meandro, en forma de herradura, se graba a fuego en la retina enmarcado por el verde ubérrimo que otorga el campo de golf Abra del Pas, de titularidad pública, en cuya cafetería siempre es buena idea pedir una de rabas. Esta visión es de gran importancia geológica y natural, puesto que en la desembocadura del Pas comienza no solo el parque natural de las Dunas de Liencres y Costa Quebrada, sino que este tramo de litoral hasta la playa de San Juan de La Canal forma parte del catálogo Global Geosite, que incluye lugares de interés geológico de relevancia mundial, razón del geoparque aspirante. A la visión de la lengua de arena de Liencres se añade la de la punta del Águila y las islas Conejeras.
Siendo esta vista muy gratificante, quien busque una postal emblemática debe subir a la cima de La Picota. Esta ruta montañera circular de una hora de duración parte del pueblo de Mortera (Piélagos), pasando por la cimas de La Picota y Tolio, con un desnivel de 191 metros, entre un sinfín de trincheras y nidos de ametralladoras. La vista de 360 grados resulta hermosa y alcanza, además de la desembocadura del Pas, Peña Cabarga y, en días despejados, los Picos de Europa.
Luego podemos pernoctar, y sentirnos como en casa, en la Posada Sotobosque, con nueve habitaciones, no sin antes cenar en el restaurante Laila, en Mompía, de cocina innovadora con producto local y ventajosa relación calidad-precio.
El mejor tren dunar del Cantábrico
Por su tamaño y grado de naturalidad, el de Liencres (Piélagos) representa el mayor campo de dunas en la costa cantábrica; es por eso que fue el primer espacio natural protegido de la comunidad. Las 33,5 hectáreas de las dunas de Liencres, declaradas parque natural, se desparraman como resultado de la lucha en equilibrio permanente entre los sedimentos arrastrados en masa por el río Pas y los vientos marítimos dominantes, que se encargan de transportar la arena hacia tierra, otorgando a la playa de Valdearenas el perfil amurallado que la caracteriza. Es buena idea aparcar el coche 300 metros antes de llegar al mar y caminar entre el pinar plantado para contener la invasión arenácea y las dunas (¡sin pisarlas!). Figuras de arena móviles y mutantes se elevan majestuosas hasta El Puntal, junto a la angulosa ría de Mogro, donde suelen colocarse la parroquia nudista. La corriente de deriva litoral poco a poco alarga la lengua hacia el oeste; similar proceso se desarrolla en El Puntal de Somo (Ribamontán al Mar), frente a Santander.
Valdearenas es una playa que registra gran afluencia. Una vez en la orilla, es aconsejable dejar atrás a los bañistas perezosos y caminar hasta conseguir que se evapore la sensación de parque urbano. La de Liencres es una de las playas cántabras donde las olas entran en mayor número —razón de la zona acotada para la práctica del surf—, lo que indica que los bañistas harán bien en desconfiar de las peligrosísimas corrientes. Y siempre es una gran idea contemplar los memorables atardeceres con la isla de la Conejera recortándose a lo lejos.
A los ávidos de nuevas experiencias les llamarán la atención los paseos por el pinar de Liencres que guía Jon Palazuelos, gerente de Cantabria Experiencial, a la busca de una veintena de especies de orquídeas silvestres. Solo en el mes de mayo florecen una docena, alguna tan vistosa como la Limodorum Abortivum (precio, 20 euros; 10 euros para niños hasta 12 años).
Coqueto reducto nudista
Somocuevas, la playa más limpia y segura de Piélagos, se recomienda solo en bajamar, y apenas se pone un pie en ella evidencia su profunda tradición nudista; ahí abajo, tan resguardados, conviven amigablemente desnudos y textiles. Es imposible desprenderse del magnetismo que concita este centenar de metros de arena dorada encajonado por un acantilado protector.
En este punto comienza lo más vistoso de la Costa Quebrada, caracterizado por la alternancia de entrantes y salientes que conforman acantilados con alturas que varían entre los 40 y los 60 metros. Aquí aparecen de nuevo rocas blancas de la misma naturaleza arrecifal que la punta del Dichoso. Durante los últimos miles de años, la subida del nivel del mar, la acción del oleaje, del viento y la lluvia han atacado las rocas en su frente más expuesto, desmantelando más rápidamente los materiales menos consistentes. Todo ello lo acusa el pequeño istmo compuesto por unas rocas —areniscas y lutitas— más jóvenes y de menor solidez que las calizas de la blanca península, que recuerda la disposición de la antigua línea de costa, hoy en retirada.
Somocuevas cuenta con una disuasoria escalinata de 139 peldaños, pindia (empinada) como se dice en Cantabria, que agotará a quien cargue parafernalia playera. Desde el arranque de esta se distingue a un lado el urro (farallón) del Camello y a otro la urbanización que testimonia la presión urbanística a que está sometida la Costa Quebrada. “Conforme desciendes por los escalones pasas, casi por arte de magia, de un entorno urbanizado a otro natural, a una piscina salvaje, tranquila, preciosa, en la que abstraerse de todo”, apunta Patricia Loro, gerente de la empresa de servicios turísticos Norteando. Cubre poco a poco y la temperatura del agua, comparada con los demás arenales de la zona, resulta más agradable. También se agradece que la luz solar esté presente durante toda la tarde.
‘Urros’ imperiales
La proximidad a la Costa Quebrada de un encadenamieto de urros puntiagudos encuentra su mejor expresión paisajística caminando por los verdes acantilados que unen las playas de Portio y La Arnía (Piélagos); ello a través de un poderoso espectáculo en el que la fachada cantábrica se muestra en su máximo esplendor. Si no hay lugar para aparcar en Portio, se puede buscar en La Arnía.
Desde Portio es preciso encaramarse al acantilado a mano derecha para disfrutar con los urros de Liencres, objeto de degustación geológica y espectáculo mágico cuando arrecian los temporales: el urro del Manzano, el Mayor, el Menor... dejan estrechos canales entre ellos. “Si imaginamos una línea uniendo los urros como si fueran puntitos”, sugiere la geóloga Viola Bruschi, “afloraría la antigua línea de costa, de una magnitud mucho más rectilínea que la actual, constituida por rocas calizas, vestigios arrecifales. Se trata, probablemente, del litoral que los habitantes de la cueva de Altamira pisaban cuando se acercaban al océano para recolectar comida y utensilios”.
A lo lejos, como un elemento más del decorado, asoma un portalón rocoso de variada toponimia: que si el urro del Manzano, que si La Puerta del Cantábrico, o el Canto del Diablo, por la manera en que sugiere las formas de un animal fabuloso. Conviene bordear el cantil al menos hasta el socavón de Pedrondo, correspondiente a la primera etapa de un modelo evolutivo que describe cómo una costa rectilínea en el pasado se transformó en un litoral caracterizado por entrantes y salientes. En el socavón se observa que el oleaje aprovecha las grietas que se abren en la base del acantilado para penetrar y desmantelar el relieve, de menor dureza, hacia el sur. El proceso erosivo seguirá actuando hasta que encuentre un material más resistente, el embrión de una ensenada similar a la de Portio. Es peligroso asomarse. Así que los niños en esta excursión —uno de los mayores gustazos que un fotógrafo de paisajes costeros puede darse— deben ir siempre de la mano.
La de los grandes cuchillones
Seguimos en el corazón de la Costa Quebrada, esta vez en la playa de La Arnía, en Liencres (Piélagos), de estéticos cuchillones sobrevolados por el halcón peregrino. Otra vez, delante de un ejemplo maravilloso de cómo la fuerza del mar, los grandes temporales y la lluvia son capaces de erosionar el litoral, desmantelándolo paulatinamente en las zonas menos sólidas. La Arnía se parte en dos ensenadas separadas por un pequeño istmo —un arenal y un trozo de plataforma de abrasión—, mismo patrón que en Somocuevas, pero con unas formas más desarrolladas. En la plataforma alternan estratos duros (calizas y areniscas) y blandos (arcillas y margas), y el régimen mareal la convierte en un laboratorio biológico a cielo abierto.
También aquí se puede vislumbrar cómo los grandes farallones —las mismas calizas empleadas en Altamira a modo de lienzo— que se mantienen erguidos protegen de la erosión al istmo, compuesto por rocas menos resistentes, de la misma forma que permiten que en la ensenada hacia el este se genere un coqueto arenal. Para llegar bajaremos por un corte del istmo, mejor con marea baja. No es mala idea caminar después por el acantilado para ver la majestuosa playa de Covachos desde lo alto del cantil.
El Cazurro garantiza sabrosa cocina marinera, tanto pescados de roca como arroces, estos por encargo. Al gestionar la reserva (imprescindible) no se garantiza mesa junto a la galería (¡tan deseada!). Si no hay plaza, queda muy a mano el restaurante La Viga, de variopinta gastronomía; de sus recetas tailandesas gustan mucho el Gaeng Kua Sapparod (curri rojo con langostinos y piña) y el Pad Kaprao (salteado de arroz y marisco).
Tómbolo de manual
La playa de Covachos (Soto de la Marina, Santa Cruz de Bezana) constituye la máxima expresión en cuanto a formación tombólica se refiere, de tal perfección que ilustra la entrada “tómbolo” en la Enciclopedia Británica. El islote del Castro representa un obstáculo para el oleaje, que, chocando contra su vertiente norte, genera dos frentes que se separan, rodean el islote y se entrecruzan en la vertiente meridional, delante de los bañistas. Es en este lugar donde las corrientes sueltan la arena que transportan y la acumulan creando gradualmente un tómbolo, es decir, un depósito en forma de lengua que une la isla con tierra firme. Este milagro —mar a la izquierda, mar a la derecha— solo se puede apreciar en horario de bajamar. Una advertencia para quienes acaricien la idea de encaramarse al islote de El Castro —territorio de pescadores—: hay que vigilar las mareas o se corre el riesgo de quedar atrapado, teniendo que esperar seis horas a que se forme de nuevo el istmo para poder salir.
El acceso a este antiguo valle fluvial erosionado, que hace blasón de su belleza natural, no se repara desde hace años como medida de protección. Desde el último tramo de escaleras de piedra y la arena queda un desnivel de un par de metros que solo puede salvarse asiéndose a una cuerda precaria, lo que limita radicalmente el aforo de bañistas. No importa, porque el escenario se fotografía sin necesidad de pruebas de agilidad.
A Covachos también se la conoce como “la playa de la cascada”, por una cortina de agua que cae por el acantilado después de las lluvias. Acude un público mayoritariamente joven, en gran medida amante de los paseos.
De interesante relación calidad-precio es el cercano restaurante El Rincón de La Canal, sean sus pescados a la sal, su merluza rellena de centollo o su rape relleno de cigalas. Una alternativa más al interior es el restaurante Hostería de Adarzo.
El faro en su precipicio
El faro de Cabo Mayor (de 1839) corresponde en Santander con un acantilado sometido a la violenta hidrodinámica del océano. Cuando, junto al monumento a los Caídos en la Guerra Civil, nos asomamos para divisar las grandes lajas plegadas, inclinadas hacia el Cantábrico, y pensamos que esas rocas en origen se formaron en posición horizontal podemos llegar a imaginar las descomunales fuerzas que actuaron durante millones de años para doblarlas y auparlas hasta su actual emplazamiento en el cabo. Por estas escarpadas inclinaciones trepa el oleaje en una visión hipnótica. Un día de mar arbolada este acantilado de 60 metros de altura tiene todos los elementos de la épica a favor.
Frente al torreón del faro, de 30 metros de altura, los que llegan desde el mar o por tierra reciben una impresión de poderío abrumador. Su disposición, en extremo sólida, es tripartita: base anular, primer cuerpo octogonal y resto cilíndrico. En las que fueron viviendas fareras se ubica hoy el Centro de Arte Faro Cabo Mayor, con una exposición permanente de Eduardo Sanz (1928-2013), pintor que, como pocos, supo plasmar la pasión por las costas en general y los faros en particular. Hasta el 30 de junio el centro alberga la exposición fotográfica Intervalos de sombra, del granadino Pablo López, a la que seguirá, este verano, una exposición del pintor y escritor Carlos García-Alix. Este verano está prevista la inaguración en la zona del Parque 2020, en homenaje a las víctimas de la covid.
Lo que lleva a los viajeros a la Cafetería El Faro es a degustar sus raciones de rabas y, más todavía, sus atardeceres.
El camello como distintivo
La Costa Quebrada finaliza en la península de la Magdalena, y es precisamente en su istmo donde se estira la playa del Camello. La roca jorobada que semeja un dromedario, y que da nombre al arenal, se puede fotografiar en bajamar (los selfis son innumerables), no lejos del Parque Marino. No es tanto una playa familiar, donde todo el mundo se conoce, como un elemento geológico emblemático de Santander, como lo fueron en su día la peña Horadada —sus restos están frente a la playa de Bikini— y el Puente del Diablo —no lejos del faro—, ambos desmoronados por causas naturales. Constituido por roca caliza y esculpido de forma caprichosa por el oleaje y la acción de la inmensa cantidad de organismos que lo colonizan, la vida de este lugar está estrechamente ligada a la excursión mareal propia de su ubicación.
Que el juego de pala es religión laica en Cantabria se comprueba en esta playa como en ninguna otra de la capital. En uno de los extremos, coronando un escarpe, asoma la escultura Neptuno niño, del escultor hiperrealista Ramón Muriedas, con el que se homenajea a la infancia, que tanto disfruta del lugar.
A cinco kilómetros al interior abre la Casona del Judío, donde Sergio Bastard luce una estrella Michelin y dos menús degustación de 100 y 120 euros, con maridaje de vinos opcional por 57 euros.
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