Viaje a la Cantabria subterránea
De la gruta de El Pendo a la de Cullalvera, pasando por la Neocueva de Altamira, una ruta que invita a asombrarse ante algunos de los tesoros de arte rupestre más valiosos del planeta
Llueve o está muy nublado; hoy no hay playa. ¿Qué viajero en el norte de España no ha sentido alguna vez esa frustración cuando no amanece soleado? Pero Cantabria ofrece algunos de los planes alternativos para esos días (por supuesto, también para los despejados) más enriquecedores y fascinantes desde un punto de vista cultural: conocer alguna de las siete cuevas con pinturas rupestres que pueden visitarse en la región y que figuran entre las 10 grutas cántabras declaradas patrimonio mundial por la Unesco debido a su valor artístico e histórico. A lo que se añade la fantástica recreación de la Neocueva de Altamira, ya que a la original —que los arqueólogos consideran de las más preciadas del planeta— solo pueden acceder cinco visitantes los viernes elegidos, actualmente, según la lista de espera existente en 2002 (que no admite nuevas solicitudes).
Además, contando con la posibilidad tan habitual de que a media jornada aclare el día y suba la temperatura, todos estos tesoros arqueológicos quedan a pocos kilómetros de algunas de las mejores playas del litoral cantábrico, lo que hace factible terminar la excursión con un baño reparador o incluso atreviéndose a hacer unos pinitos sobre una tabla de surf, actividades que aún pueden practicarse en este principio del otoño. Sin olvidar otras paradas en encantadoras villas cercanas y restaurantes donde probar la deliciosa gastronomía local.
Cantabria fue el pasado verano una de las comunidades autónomas que menos sintieron el impacto de la covid-19 en número de visitantes, debido principalmente a la tradicional preponderancia del turismo nacional en esta región. Sus joyas prehistóricas también han entrado en la nueva normalidad, lo que permite que todas, excepto la más remota cueva de Chufín —aún cerrada temporalmente—, puedan visitarse haciendo una reserva previa por teléfono o en Internet (cuevas.culturadecantabria.com).
Adentrarse en estos templos de la prehistoria resulta sobrecogedor no solo por la belleza y el misterio de sus pinturas, que se cuentan entre las más antiguas representaciones artísticas del Homo sapiens —algunas con una edad de ¡40.700 años!—, sino también por su majestuosidad geológica.
1. Un gran museo para empezar
Es aconsejable comenzar este recorrido en un magnífico museo en Santander que nos ayudará a contextualizar lo que vamos a ver en los lugares donde se descubrieron los objetos que atesora en sus salas. El Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC; museosdecantabria.es) reúne más de 2.600 piezas, halladas en la región y pertenecientes a distintos periodos desde la prehistoria hasta la Edad Media. El centro, con un espacio de 2.000 metros cuadrados, está situado junto al atractivo Mercado del Este, donde se puede tomar un buen desayuno antes de la visita, como también en la cercana y renovada cafetería Gómez Fusión, que para muchos lugareños sirve el mejor café de la ciudad. Además de las fascinantes estelas discoidales en piedra talladas por las tribus cántabras que resistieron a los romanos, uno de los símbolos de Cantabria, lo más sobresaliente de la colección son los vestigios excavados en las cuevas y elaborados a lo largo del Paleolítico superior, entre 40.000 y 12.000 años antes de nuestra era. Hachas de piedra, arpones, bastones de mando con grabados de animales, herramientas para la caza y la pesca y otros objetos que ilustran los quehaceres de los habitantes prehistóricos forman una de las colecciones más importantes del mundo de arte mueble de dicho periodo. Y todo ello distribuido en un itinerario cronológico que recorre las diferentes salas del centro con dioramas y reproducciones de escenas cotidianas de aquellos primeros pobladores.
Tras la visita al museo, y si el clima acompaña, la ciudad ofrece una media docena de estupendas playas, todas en el propio casco urbano: El Sardinero, Bikini, La Magdalena, Los Peligros… La de Mataleñas, de camino al faro, está bien comunicada por autobús desde el centro. Y al larguísimo arenal de El Puntal, que penetra la bahía y enlaza con las playas de Somo y Loredo, se va en una agradable navegación de 20 minutos en lanchas que zarpan desde el embarcadero ubicado junto al Centro Botín. La temperatura del Cantábrico ya no es estival, pero con buen tiempo, en otoño, muchos aún disfrutan del baño, que además en esta época del año siempre suele ser entre olas.
2. De El Pendo a la Neocueva
La segunda etapa de este recorrido debe recalar a unos 30 kilómetros de Santander: junto al pueblo de Santillana del Mar esperan la Neocueva y el Museo de Altamira. De camino es aconsejable desviarse para visitar otra de las cuevas protegidas por la Unesco: El Pendo, en la localidad de Escobedo, a unos 11 kilómetros de la ciudad. Esta gruta excavada en 1878 por el descubridor de Altamira, Marcelino Sanz de Sautuola, goza de una gran importancia entre los arqueólogos por la cantidad de restos bien conservados que se han hallado de las diferentes poblaciones que la ocuparon durante miles de años, desde neandertales hasta Homo sapiens. Pero fue en 1997 cuando adquirió la misma relevancia para el profano aficionado a la prehistoria, al descubrirse entonces, por pura chiripa, su impresionante friso de 25 metros con pinturas rojas que representan sobre todo ciervas, pero también caballos y cabras y lo que podría ser un bisonte. Su antigüedad se calcula en unos 20.000 años.
El Museo de Altamira (culturaydeporte.gob.es) se encuentra a las afueras de Santillana del Mar, anexo a la Neocueva que se construyó cuando se hizo imposible visitar la gruta original —a pocos metros— para preservar las que están consideradas las pinturas rupestres más valiosas del planeta, junto con las de Lascaux en Francia. De hecho, Cantabria y la Dordoña gala son para los arqueólogos las regiones del mundo que contienen los yacimientos más importantes del periodo Magdaleniense (13.000-6.000 antes de Cristo), tanto por el volumen de lo hallado como por su valor artístico.
Para acceder al museo y a la reproducción del techo de la sala de pinturas de Altamira las medidas anticovid exigen reservar primero un turno en la taquilla, ya que el aforo está limitado, y la visita se lleva a cabo sin guía, aunque los dioramas y los paneles explicativos son muy ilustrativos. Y, por supuesto, dentro hay que guardar la distancia de seguridad. Al igual que en el MUPAC de Santander, aquí se muestran objetos encontrados en Altamira, pero también en muchas de las 70 cuevas excavadas en Cantabria donde se han descubierto restos de humanos o de sus utensilios y herramientas. En la contigua Neocueva se ha reproducido milimétricamente el techo de la llamada Sala de Polícromos, también conocida como la Capilla Sixtina del Arte Cuaternario. Siguen siendo igualmente impresionantes las preciosas imágenes en tonos ocres y negro de bisontes —algunos lanzados al galope—, ciervas o caballos plasmados hace unos 15.000 años. Otras pinturas y grabados significativos que se encuentran en muros recónditos de la cueva original se han imitado del mismo modo, pero se muestran en paneles.
Desde Santillana, la salvaje playa de Los Locos, bajo un acantilado cerca de Suances, está a solo 10 kilómetros y figura entre los mejores arenales de la cornisa cantábrica para el surf, con marejadas muy apropiadas para ello desde mediados del pasado septiembre. También se cuenta entre las favoritas de los veraneantes y habitantes de la zona por su gran belleza y fuerza de las olas. Ojo: hay que prestar atención a sus corrientes, algunos días pueden ser peligrosas.
Antes o después del baño en Los Locos, Casa Uzquiza (942 84 03 56) es uno de los restaurantes más recomendables de Santillana del Mar, alojado en una casona tradicional y con un jardín ideal para probar una de sus especialidades: el cocido montañés, a base de alubias en vez de garbanzos, y, cómo no, un aperitivo de anchoas.
En dirección contraria desde este pueblo barroco con colegiata románica, a 20 kilómetros está la señorial villa de Comillas, de la que ya se ha dicho casi todo: lugar de veraneo de madrileños y aristócratas catalanes, cuajada de casonas montañesas y donde se halla el singular Capricho de Gaudí. En la ilustre Comillas, el restaurante Filipinas (942 72 03 75) es un local sencillo cuyos platos caseros de cocido montañés, bocartes y otros pescados y carnes de la zona se han ganado el aprecio de los visitantes. Muy cerca de Comillas, Oyambre es otro arenal sublime con más de dos kilómetros de longitud sobre la desembocadura de la ría de la Rabia. Con su campo de dunas tan bien conservado, es una de las playas top de Cantabria y fue aeropuerto de emergencia del primer vuelo transatlántico que tocó tierra española. El pequeño avión El Pájaro Amarillo aterrizó aquí en un anochecer de junio de 1929, en vez de en Francia, obligado por la presencia de un polizón —un periodista norteamericano— escondido en el fuselaje y cuyo peso impidió que el combustible fuera suficiente para llegar al destino previsto. Al descubrir su presencia, los tres tripulantes galos improvisaron una solución de emergencia que fue jugársela en este impresionante arenal, donde fueron recibidos como héroes por los habitantes de los pueblos cercanos.
3. Puente Viesgo, la noche de los tiempos
Si Altamira es maravillosa por la perfección y estado de sus pinturas, el grupo de cuevas de Puente Viesgo, de las que solo pueden visitarse dos, nos remite todavía más profundamente al misterio, a la más remota antigüedad. Las pinturas más ancestrales de la cueva El Castillo se han fechado en 40.700 años, en concreto un punto rojo de una extraña línea que forman otros varios de hace casi 38.000. Además de por su famoso Muro de las Manos coronado por un bisonte, de la sala principal —en ella los primeros sapiens de Europa dejaron muestra de su presencia tiznando el contorno de sus extremidades en la roca—, los grabados de varias ciervas de 30.000 años y de la constelación Corona Borealis —una de las representaciones astronómicas más antiguas encontradas—, El Castillo también sorprende por su belleza geológica. Alberga salas sostenidas por estalactitas y columnas kársticas cuya formación se remite a millones de años… y muchas aún están vivas, como se comprueba en su continuo goteo. Según explica uno de los guías, esta gruta estuvo habitada a lo largo de 100.000 años y en una de sus cavidades más profundas se encontraron restos de un neandertal.
La visita, de algo más de una hora de duración, se puede combinar con la de la casi adyacente cueva de Las Monedas, con pinturas que representan caballos, bisontes, cabras y unas muy interesantes de renos, animal que emigró desde el norte de Europa durante una glaciación. Es una cueva muy bella en la que destacan sus llamadas coladas, tonos de diferentes colores que adquieren las rocas según su composición geológica.
Ambas pertenecen a un grupo de cuatro grutas que perforan el monte Castillo, pero el resto está excluido de la visita por razones de conservación. Bajo la montaña, que ofrece una estupenda vista sobre el valle, se extiende el recoleto pueblo de Puente Viesgo, unos 40 kilómetros al sur de Santander, famoso por sus sobaos y otros productos pasiegos y por su balneario (balneariodepuenteviesgo.com).
4. El santuario de las ciervas rojas
Una excursión algo más alejada de la capital cántabra es la que lleva hasta Ramales de la Victoria, donde se consumó en 1839 la derrota de los tradicionalistas de Maroto en la primera guerra carlista. El pueblo está unos 60 kilómetros al sureste de Santander, y en sus alrededores, sobre la ladera del monte Pando, se ubican las cuevas de Covalanas y de Cullalvera.
La visita a la primera, de reducido tamaño, merece la pena para observar en dos galerías pinturas de 18 ciervas en tonos ocres, un ciervo, un caballo y un uro, el antepasado del toro bravo. Con una antigüedad estimada de unos 20.000 años, algunas están plasmadas en un increíble juego de perspectivas que mudan el aspecto según se contemplen desde un punto u otro del pasillo de piedra, señal inequívoca, para la arqueóloga que explica la gruta, de la indudable capacidad artística de sus autores. Antes o después de Covalanas aguarda la vecina Cullalvera, de gran tamaño y belleza, pero cuyas pinturas se encuentran en un muro profundo y fuera del alcance de los visitantes. Esta cueva mide la friolera de 12 kilómetros de profundidad que el agua excavó en la roca, y su impresionante entrada —junto a un hermoso encinar— dibuja un arco de 14 metros de ancho por 28 de alto.
Veinte kilómetros al norte de este santuario rupestre aparece la extensa playa urbana La Salvé, en el municipio de Laredo, y a solo 15 (hacia el este) los buscadores de arenales vírgenes tendrán su recompensa en la playa nudista de Sonabia (Liendo), a los pies del monte Candina, donde un sendero conduce hasta el paraje de los Ojos del Diablo, hogar de la única colonia de buitres leonados del litoral español.
La pista gastronómica en la zona es el antiguo puerto de Laredo, con varias opciones para comer bien, como el bar El Túnel (eltunelrestaurante.es), donde sirven platos de bonito, calamares o sardinas a la parrilla, almejas o chuletas de carne de Tudanca.
Para terminar este recorrido por enclaves de arte rupestre, playas y pueblos emblemáticos de Cantabria, de vuelta a Santander desde Laredo uno puede detenerse en otra población de casonas antiguas, iglesias del siglo XIII y el llamado Puente Romano sobre el río Miera, que de romano solo tiene el nombre, ya que data de principios del XVI. Liérganes, en plena comarca de Trasmiera y un hermoso entorno rural, es un pueblo de calles empedradas, acogedor y tranquilo, con otro famoso balneario y, si el día está lluvioso, la tradición dicta merendar un delicioso chocolate con churros.
Seguridad en las visitas
Como en todos los museos y atracciones que pueden visitarse estos meses, en las grutas y museos de prehistoria de Cantabria también se han establecido medidas de protección anticovid. En el caso de las seis cuevas con pinturas rupestres de las 10 que posee la región declaradas patrimonio mundial y que pueden contemplarse actualmente —Las Monedas, El Castillo, El Pendo, Hornos de la Peña, Covalanas y la Cullalvera (la del Chufín, en el interior, hacia los Picos de Europa, no ha abierto durante la pandemia)— hay que reservar con antelación para alguno de los distintos turnos en grupos de máximo cuatro personas en el teléfono 942 59 84 25 o en la web Cuevas Prehistóricas de Cantabria (cuevas.culturadecantabria.com). La entrada cuesta tres euros y la visita es guiada por un entusiasta arqueólogo.
En el caso de la Neocueva y el Museo de Altamira se puede adquirir la entrada en la taquilla, pero, dado que el aforo está limitado, es aconsejable reservar en su página web (culturaydeporte.gob.es/mnaltamira). Cuesta también tres euros y la visita no será guiada mientras duren las medidas sanitarias para hacer frente a la pandemia, aunque se dispone de audioguía.
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