La dombeya, el arbolillo cuya flor rosa y exuberante huele a galleta recién hecha
Ver por primera vez en flor el conocido como árbol de las hortensias es memorable, con sus extraordinarias inflorescencias colgantes rosadas, de buen tamaño. Se puede cultivar en un buen tiesto, pero donde desarrollará todo su esplendor es plantado en tierra, ya que alcanza los cinco metros de altura
Para disfrutar con los colores de las hortensias hay que esperar todavía unos meses. Ya se pueden encontrar en flor en algunos viveros, debido a que fuerzan esa floración, haciéndoles creer que ya es primavera, pero, en realidad, las hortensias (Hydrangea spp.) siguen sin hojas en los jardines y macetones, con sus tallos desnudos. Aun así, las yemas ya han comenzado a hincharse, para anunciar que, de aquí a nada y a poco que suba la temperatura algo más y se alarguen los días, comenzarán a elongarse para formar tallos, hojas y las esperadas inflorescencias blancas, azules y rosadas. Pero mientras llega ese momento, hay otro pequeño arbolillo —o gran arbusto— que alivia la espera de los amantes de las hortensias, al deparar unas preciosas cabezas de flores que guardan una semejanza con aquellas. Por esto mismo a la dombeya se le nombra árbol de las hortensias (Dombeya spp.), aunque, en realidad, pertenezca a una familia distinta.
Los parientes de la dombeya sí que son los baobabs (Adansonia digitata), las malvas (Malva sylvestris) o los tilos (Tilia spp.), todas ellas plantas de la familia de las malváceas, aunque cada uno de aquellos géneros se parezcan entre sí como un huevo a una castaña. La especie más popular de este género en España es el híbrido Dombeya x cayeuxii, de progenitores africanos y con grandes hojas terminadas, habitualmente, en tres lóbulos muy característicos.
La experiencia al ver por primera vez una dombeya en flor es memorable, con sus extraordinarias inflorescencias colgantes rosadas, de buen tamaño; tanto, que a veces cuesta abarcar una con la palma de la mano. En cuanto a su aroma, Salima García, apasionada cultivadora de plantas que comparte sus experiencias en su canal El jardín de Sali, comenta que a ella le huelen “como a galleta recién hecha”, así que añade otro atractivo sensorial a su belleza. García corrobora que es posible cultivar la dombeya en un buen tiesto, ya que allí también desarrollará sus sugerentes inflorescencias: “La tenía en una maceta grande. La protegía debajo de un alero de la casa, tanto para que no le cayera la helada en el invierno como para que en el verano le diera un poquito de sombra y que no se me quemara con los 40°C de Pamplona”.
Esta protección frente al frío es necesaria, ya que no es una especie que resista bajas temperaturas. La línea roja de temperatura que es mejor no traspasar son unos 5°C, por debajo de los cuales la dombeya no se siente nada a gusto. Tanto es así que, entonces, puede defoliarse por completo. Pero García comparte que su dombeya, “aunque no soporta las heladas, aguantó a -4,5°C sin morir”. En cualquier caso, es mejor no tentar a la gélida suerte. De hecho, con una bajada de temperatura un poco mayor que sufrió a posteriori el ejemplar de esta enamorada de las plantas feneció.
Sin embargo, donde el árbol de las hortensias desarrollará todo su esplendor es plantado en tierra, ya que alcanza los cinco metros de altura con facilidad. Eso sí, es muy habitual que los jardineros reduzcan su porte todos los años, podándola al término de la floración. Este acortamiento de sus ramas será más necesario si está cultivada en un macetón, para contener su crecimiento. Antes de ese momento de recorte, al llegar el invierno, abrirá sus grandes cabezas rosadas, “iniciando la floración en las islas Canarias incluso en diciembre, para las fechas navideñas”, como recuerda García. En la España peninsular, la apertura de las flores se suele retrasar, pero alrededor de febrero alcanza un cenit rosáceo que no deja indiferente a nadie, pudiendo disfrutar sus flores hasta marzo. Después, al marchitarse las inflorescencias, adquieren unos colores tostados, de tonos ocre, que mantienen un encanto apreciable.
Si no se tiene cerca una dombeya, porque se viva en hostiles regiones frías para ella, siempre es buena idea comprar un billete de tren para ir a Sevilla —una ciudad en la que se cultiva de forma frecuente— o a un lugar costero que disfrute de inviernos suaves. Allí espera esta planta tan estética. Al mirar hacia arriba, en un jardín cualquiera, el dulce color rosa de las flores de la dombeya destacará contra el cielo azul.
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