El ombligo de Venus: una planta venerable, comestible y saludable
Conocida también como vasillo o sombrerillo, suele crecer aferrada a rocas o muros. En los restaurantes colocan sus hojas carnosas, crujientes y con un punto ácido como decoración de los platos. Eso sí, es importante consumirlas cuando son más jóvenes, ya que cuando maduran no son agradables
El nombre de una planta puede ser suficiente para adorarla. Y más si hay una deidad romana de por medio. Venus, la diosa del amor y de la belleza, también lucía un precioso ombligo, como todos los mortales que la adoraban en el pasado. Ese ombligo es una modesta parte del cuerpo humano, pero, al mismo tiempo, es el reloj inmóvil que cifra nuestro origen y la canción muda de quien cuidó de traernos al mundo. Parece que debía haber alguna planta que perpetuara esa parte tan concreta de la anatomía de la diosa, y la elegida fue una muy especial, con unas hojas que recordaban a ese preciado nexo de Venus con su madre.
Para muchas personas, el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris) es una planta adorable, aunque no estuviera enlazada con tamaña divinidad. Mucha de esta veneración se encuentra por su hábito de crecimiento, aferrada a rocas, muros y paredes. Cualquier mínima grieta es susceptible de verse colonizada por el ombligo de Venus, feliz de colgarse de estos lugares inaccesibles, de mirar desde arriba las testas de los animales que pasan a su vera. Si se levanta la mirada, se verán sus delicadas hojas con la depresión central que es responsable del nombre popular. Esta belleza también le debió de parecer muy sugerente al artista italiano Sandro Botticelli, quien alrededor de 1475 incluyó un ombligo de Venus en una de sus obras maestras, La Adoración de los Magos. Encontrarla creciendo cerca de la Virgen es una de esas sorpresas botánicas que regalan los grandes maestros del pasado.
En los últimos tiempos, recobrada una antigua costumbre de ser consumida por el ser humano, ha vuelto a las mesas de los restaurantes, que colocan sus hojas carnosas, crujientes y con un punto ligeramente ácido como decoración de los platos. Eso sí, es importante consumirlas cuando son más jóvenes, para apreciar mejor su buena palatabilidad, ya que, al madurar, se vuelven más ácidas y no tan agradables.
Parece ser que, además, cuenta con propiedades que la hacen muy saludable, porque están llenitas de ácidos grasos omega-3, ideales para cuidar de los corazones de quienes la degustan. Otra razón para ligarla con la diosa del amor, por supuesto, si se ha de creer que en aquel órgano está el gobierno de ese potente sentimiento. Asimismo, la planta elabora hasta 12 tipos de flavonoides distintos, compuestos orgánicos beneficiosos como antioxidantes para el ser humano. Las propiedades medicinales de esta especie están a la altura de su uso gastronómico, si no más, ya que cuenta con una retahíla extensa de beneficios. Muchos de ellos tienen que ver con la piel, para la que es un gran remedio contra inflamaciones, quemaduras, incluso infecciones, debido a sus demostradas cualidades antibacterianas.
Un buen recopilatorio de estos usos lo hace el Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la bioversidad, maravilloso compendio de acceso gratuito y consulta obligada para aquellas personas interesadas en la etnobotánica de las plantas que crecen en España. También a este ombligo vegetal se le han asociado desde antiguo algunas creencias de lo más extrañas, como la que contaba el médico griego Hipócrates si se quería tener un hijo varón. Para ello, recomendaba consumir alegremente las hojas de esta planta.
El ombligo de Venus es capaz de colonizar sustratos imposibles para otros vegetales, lo que propicia que después vengan otras especies, aprovechando que aquella ha mejorado la habitabilidad de los roquedos y tapias. Parte de esta resistencia es fruto de su capacidad para cambiar su metabolismo cuando hay escasez de agua: si llega la sequía, la planta cerrará todos sus estomas —las estructuras por las que las plantas realizan los intercambios gaseosos— para sellar su anatomía durante el día, evitando así perder agua. Solo abrirá esos estomas al llegar la noche, que es cuando habrá una bajada de temperatura asociada al periodo de oscuridad.
En España, esta planta suculenta está presente en todas las provincias de la península y en Baleares, por lo que no se hace difícil encontrarla por doquier. Incluso crece en las ciudades más grandes y polucionadas, haciendo gala de su resistencia a todo lo adverso que es capaz de crear el ser humano. Precisamente, por su cercanía y popularidad, se le han dado docenas de nombres en castellano, aparte del de ombligo de Venus, referentes a la curiosa forma de sus hojas o a sus distintos usos: vasillos, sombrerillos, curalotodo, tabaco de pared o el musical kulkulubita, este último en euskera.
Para reproducirla, basta con conseguir una inflorescencia seca que todavía no haya soltado sus minúsculas semillas, y esparcirla por el muro o maceta donde se quiera tener esta planta compañera. Aunque después de florecer toda la parte aérea de la planta desaparecerá, volverá a brotar cada año desde su base carnosa y enterrada, tiñendo con su verde vibrante los ojos de quien la admire. Hará que, allá donde crezca, sea un rincón más hermoso, útil e interesante. Y, claro está, lleno de amor.
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