La experiencia personal de un camionero: “Es cuestión de suerte que la solidaridad se cruce en tu ruta”
El autor, que transporta mercancía entre Logroño y Madrid, relata cómo es su trabajo durante el confinamiento: “Espero que consigamos avanzar un poco hacia la humanización del transportista”

Llevo muchos años trabajando como transportista autónomo, en la ruta que cubre La Rioja y Madrid. Pertenezco a un sector que está sujeto a cambios y me obliga a actualizarme constantemente. En la mayoría de los casos mi trabajo comienza en Logroño, donde está situada la empresa de transporte para la cual trabajo.
Lo primero que echo en falta cuando empieza la jornada y me dirijo a Madrid, es la ausencia de turismos en la carretea debido al confinamiento. Se reduce la posibilidad de sufrir un accidente o de sentir esa sensación de estorbo cuando te topas con una serie de conductores que parecen no entender que tenemos que convivir en las carreteras y que la labor del transportista es necesaria, que afortunadamente son los menos. A pesar de la gran comodidad que supone conducir prácticamente solo sobre el asfalto, no puedo dejar de pensar cómo debe estar afectando todo ello a la economía de nuestro país.
Cuando llego Madrid es cuando noto el gran cambio de esta etapa transitoria. Todos los restaurantes se encuentran cerrados, así que tengo que salir de casa cargado de tuppers y que además deba renunciar a ese momento de desconexión, donde dejas que tu atención no se centre ya en la carretera, si no en entablar conversaciones con compañeros y camareros y poder así romper con esa sensación de soledad que muchas veces te persigue durante el viaje.
Tras la situación que comentaba, he aprendido a valorar a todas las empresas que más que nunca se están solidarizando con trabajadores como yo. Son empresas que nos ofrecen un café, algo con lo que saciar el hambre o un espacio donde poder asearnos. Agradezco infinitamente estas actuaciones, aunque no puedo incluir a todas las empresas a las que acudo. Es cuestión de suerte que la solidaridad se cruce en tu ruta.
A la hora de la descarga también observo cambios, sobre todo en las grandes empresas. Desde que se decretó el estado de alarma me han impedido entrar en la mayoría de las empresas madrileñas en la que descargo. Entiendo que es una medida acertada para evitar contagios. Todos evitamos el mayor contacto posible al fin y al cabo. Gracias a estas medidas, son los trabajadores de la empresa los que se encargan de descargar, y me libero de una de las principales secuelas que la anterior crisis económica nos dejó, que es la obligación de descargar gratuitamente la mercancía que transporto, cosa que no me compete. Con la consecuente pérdida de puestos de trabajo en almacenes.
Esta situación excepcional, además de afectar a mi economía por la falta de mercancía que transportar, permite ver las carencias que los transportistas tenemos, pero también las posibilidades que existen para mejorar esta profesión a veces tan incomprendida. De lo que sí estoy seguro es que saldremos reforzados como sector y como país, pero sobre todo espero que consigamos avanzar un poco hacia la humanización del transportista.
Mario Sáenz de la Torre es camionero. Esta tribuna pertenece a la serie La Experiencia Personal, que EL PAÍS Madrid publica a diario durante el estado de alarma por coronavirus. Puedes leer aquí la experiencia personal de Miguel Ángel Pérez (El silencio de Cine Embajadores, un sueño en punto muerto), Ana Corroto (El Día del Libro no será como siempre, pero lo necesitamos más que nunca), Ignacio Bazarra (Los ángeles existen, pero con gafas de buceo), Sofía Thys (Estamos hechos un lío), Candela Manjón (La experiencia personal de compartir piso, balcón y aplausos durante el confinamiento), Mateo G.V. (Cuando salga voy a salir corriendo a la montaña) Quique Villalobos (El poder de hacer barrio), Carlos González (Anestesia contra el miedo), Tábata Cerezo (La razón por la que estamos encerrados), Celia Blanco (Funeral Malasañero), Nacho Martínez (El cumpleaños de Charo se canta en el patio de luces), Esther Arroyo (“Liberar espacio: a mi abuela de 93 años la sacan de paliativos”), de Miguel del Arco (¿Cómo estar tranquilo cuando sabes que tienes una plantilla?), de Mariah Oliver (“Dos meses sin cobrar el sueldo”), de Victoria Torres (La tribu se pone en marcha) o de Juan José Mateo (Ojo, que tiene 38º).
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El silencio del Cine Embajadores, un sueño en punto muerto
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