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La experiencia personal
Columna
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La razón por la que estamos encerrados

La autora relata la muerte de su abuelo por coronavirus sin funeral, sin velatorio, sin abrazar a su padre

Empleados de la funeraria municipal introducen el féretro de un muerto por coronavirus en un coche, en el Tanatorio Sur de Madrid
Empleados de la funeraria municipal introducen el féretro de un muerto por coronavirus en un coche, en el Tanatorio Sur de MadridAdolfo Barroso

El miércoles 18 de marzo, por la mañana, mi abuelo Gonzalo acudió al hospital de la Princesa con una leve dificultad respiratoria. Le realizaron el test del Covid-19, al que desgraciadamente dio positivo. Le pusieron en aislamiento y pasada la medianoche falleció. Mi abuelo tenía 94 años y es posible que si se hubiera tratado de una gripe común esta historia hubiera tenido el mismo desenlace.

Yo no he podido abrazar a mi padre, ni mi padre se ha podido abrazar a sus hermanos. Esta, seguramente, sea la parte más dura

La diferencia es que en condiciones normales mi abuelo habría estado acompañado de alguno de sus diez hijos y habría recibido la visita de más de alguno de sus veintipico nietos. Mi abuelo se fue el día del padre sin ningún ser querido a su lado. Ningún hijo se pudo despedir de él. No le hemos podido velar en el tanatorio, ni organizarle un funeral hasta que esto acabe. Yo no he podido abrazar a mi padre, ni mi padre se ha podido abrazar a sus hermanos. Esta, seguramente, sea la parte más dura.

Escribo esto porque ese mismo día por la mañana yo le comentaba a mi novio lo raro que era ver cifras en televisión y no saber quién era esa gente. Qué fácil era olvidarse, entre clase de yoga online y concierto en streaming, de las razones por las que estábamos encerrados en nuestras casas. De repente esas cifras se convierten fugazmente en una bofetada de cruda realidad. Te das cuenta de que las noticias no son un capítulo de Black Mirror que les pasa a otros, sino que son nombres y apellidos de padres, madres, abuelos, abuelas o parejas muy queridas por gente que se enfrenta a un dolor indescriptible.

Todos estamos en parte preparados para la pérdida de un ser querido. Pero qué desgarrador es no podernos dar calor humano cuando algo así sucede. Lo realmente deshumanizador es no podernos consolar con besos, abrazos o caricias.

Yo antes de ese miércoles salía todos los días un ratito a la calle para airearme, con la excusa de entrar al supermercado a por yogures, y al día siguiente a por cervezas. Ahora me he dado cuenta de la terrible consecuencia que puede tener para otros mis decisiones. Es incuestionable el enorme esfuerzo que estamos realizando como sociedad, pero creo que lo podemos hacer aún un poquito mejor. Pensemos en todos los ingresados por Covid-19 que resisten en los hospitales sin poder recibir la visita de ningún familiar cada vez que necesitemos salir a dar una vuelta. Acordémonos del esfuerzo de nuestros sanitarios cada vez que nos den ganas de ir a visitar a un amigo.

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Por la memoria de mi abuelo, por los tuyos y por toda esa parte de la sociedad que no tiene el privilegio de decidir si salir o no, te pido, que por favor, te quedes en casa y que no acudas a sitios públicos si no es imprescindible. Como nos recordaría Dorothy, no hay lugar como el hogar. Cuídalo y cuídanos.

Tábata Cerezo es actriz. Esta tribuna pertenece a la serie La Experiencia Personal, que EL PAÍS Madrid publica a diario durante la cuarentena por coronavirus. Puedes leer aquí la experiencia personal de Miguel Ezquiaga (Velatorio digital) por el abuelode Celia Blanco (Funeral Malasañero), Esther Arroyo (“Liberar espacio: a mi abuela de 93 años la sacan de paliativos”), de Miguel del Arco (¿Cómo estar tranquilo cuando sabes que tienes una plantilla?), de Mariah Oliver (“Dos meses sin cobrar el sueldo”), de Victoria Torres (La tribu se pone en marcha) , de Juan José Mateo (Ojo, que tiene 38º) o de la Doctora María Sainz Martín (Ponerse al día).

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