La experiencia personal de compartir piso, balcón y aplausos durante el confinamiento
“Solo quedamos cinco de los trece que éramos, pero créanme: tampoco se está tan mal”, escribe la autora
Me llamo Candela. Tengo 20 años, soy estudiante de filología inglesa y también donostiarra. Pero hace ya siete meses que vivo en Madrid. Nueva vida, nuevos amigos, nuevos lugares y... nuevo piso. Compartido, sí.
Somos trece estudiantes (ni dos ni tres, trece) tanto españoles como extranjeros, viviendo en este pequeño laberinto de pasillos. Admito que a priori puede parecer una locura, pues lo es... pero en realidad no coincidimos tanto. Y menos mal, porque de lo contrario, esto sería un desastre. Hay veces en las que se nos acumula la basura, el menaje... Y siempre falta papel higiénico, es un misterio. Pero por lo general nos llevamos bien. Es como una pequeña sociedad dentro de nuestro propio hogar.
Convivimos con personas que hemos conocido hace pocos meses y mantenemos una relación de amistad pero con cierta cordialidad pues el respeto es prioritario. Además, no todos tenemos la misma edad, y por poca diferencia que haya, esta sigue siendo notoria. Hacemos de hermanos mayores y de hermanos pequeños. Al fin y al cabo, nos unimos mucho, ya que todos tenemos a la familia lejos (algunos más que otros) y el sentimiento de cariño acaba siendo necesario.
Sigue siendo nuestro hogar después de todo. Cierto es que puede dar miedo meterse en un piso en el que no se conoce nadie, pero no está tan mal salir de la zona de confort. Supongo que es lo ideal si lo que se busca es un buen repertorio de anécdotas. Yo vine mentalizada de que habría desacuerdos, falta de responsabilidades en momentos puntuales y demás... pero lo que jamás me imaginé era que uno de los estudiantes acabaría dejando un regalito muy escatológico en la sandwichera que todos compartíamos en la cocina.
Se podría decir que antes pisaba más el aeropuerto que mi propia casa. Tenía planeado un viaje a Malta para pasar mi 20 cumpleaños. Pero como a muchos, el confinamiento me pilló por sorpresa, por lo que tuve que pasar mi cumpleaños en el piso junto al resto de mis compañeros confinados. Compré dos tartas, sin saber que en casa me habían preparado otra, así que tras casi dos semanas, seguimos teniendo tarta como para todo el vecindario. No obstante, he descubierto el arte que se esconde entre estas cuatro paredes. Mis compañeros se pasan el día dibujando, leyendo, haciendo manualidades e incluso el ejercicio que no han hecho en su vida (me incluyo). Pero también hay ocasiones en las que no nos apetece salir de la habitación, en el que la situación nos abruma y desespera. Es entonces cuando más se siente el ambiente de compañerismo y, después de todo, de familia.
Ahora, en cuarentena, compartimos balcón, aplausos, cocina y comedor. Solo quedamos cinco de los trece que éramos (volvieron a la casa de sus familias), pero créanme: tampoco se está tan mal. Por cierto, aita y ama: No os preocupéis, que estoy comiendo bien.
Candela Manjón es una estudiante universitaria que comparte piso con 13 personas. Esta tribuna pertenece a la serie La Experiencia Personal, que EL PAÍS Madrid publica a diario durante el estado de alarma por coronavirus. Puedes leer aquí la experiencia personal de Quique Villalobos (El poder de hacer barrio), Carlos González (Anestesia contra el miedo), Tábata Cerezo (La razón por la que estamos encerrados), Celia Blanco (Funeral Malasañero), Nacho Martínez (El cumpleaños de Charo se canta en el patio de luces), Esther Arroyo (“Liberar espacio: a mi abuela de 93 años la sacan de paliativos”), de Miguel del Arco (¿Cómo estar tranquilo cuando sabes que tienes una plantilla?), de Mariah Oliver (“Dos meses sin cobrar el sueldo”), de Victoria Torres (La tribu se pone en marcha) o de Juan José Mateo (Ojo, que tiene 38º).
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