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Columna
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Muros con olor a ajo

Cada vez que se critica a Vox por su negacionismo climático, de la violencia de género o su afán censor, emerge el dichoso “ellos también lo hicieron”

Muros con olor a ajo / Máriam M Bascuñán
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

La gran mayoría de nuestra derecha intelectual ha normalizado ya los pactos con Vox. Esta vertiginosa naturalización quizás tenga que ver con que, en el fondo, comparten un mundo común relacionado con esa “corrección patriótica” de la que habla Robert Hughes en La cultura de la queja, una suerte de reacción a la “corrección política” que les identificaría como parte de una misma tribu. La otra causa sería el desplazamiento populista de la política al plano moral, donde se demoniza a un adversario común impidiendo que haya una verdadera rendición de cuentas. El ejemplo paradigmático de esta moralización estaría en la noción “sanchismo”: al compartir la reacción antisanchista, PP y Vox levantan un muro que los homogeniza.

El marco para entender cómo funciona esa naturalización es la equidistancia: cada vez que se critica a Vox por su negacionismo climático, de la violencia de género o su afán censor, emerge el dichoso “ellos también lo hicieron”. Se formula con ánimo exculpatorio y es la forma de decidir selectivamente lo que pretendemos banalizar. ¿Recuerdan las palabras de la periodista Masha Gessen tras el asalto al Capitolio? Fue quien expuso la idea del “privilegio de no ser tomado en serio”, sorprendida por la diferente vara de medir utilizada frente a la turba de matones que destrozaban el Capitolio y la contundente respuesta policial dada ante las protestas del Black Lives Matter. Mientras a estas se las definía como totalitarismo woke, protesta identitaria o izquierda caviar, los excesos de quienes asaltaron la institución clave de la democracia norteamericana, la violencia asesina de los supremacistas blancos o sus paranoias racistas no logran inspirar una compilación poética de contundencia similar. Una parte de la derecha incluso se atreve a exculpar esa insurrección.

Mientras Zemmour, como advierte Le Monde, habla de una “guerra étnica o racial” tras las violentas protestas por la muerte de Nahel, la derecha republicana, en lugar de emular la política de apaciguamiento de Chirac tras los disturbios de 2005, ha entrado de cabeza en un festival delirante de declaraciones que, hasta hace poco, sólo alimentaba la extrema derecha. Aquí, nuestros ultras han utilizado los disturbios para atacar, con idéntica retórica racista, a la comunidad musulmana: “Europa está amenazada por turbas de antieuropeos”, dijo Abascal. Lo peor no es la equidistancia exculpatoria, es que se produzca esa simbiosis. Hay quien defiende que la cancelación del Orlando de Virginia Woolf por un Ayuntamiento del PP y Vox es lo mismo que la supuesta “clerecía izquierdista” que, al parecer, propaga una atmósfera de intimidación moralizante igualmente censora, e incluso se relacionan con argumentario chusquero las corridas de toros con el ataque homicida a la revista satírica Charlie Hebdo. Como escribía Arundhati Roy, la moralización de la cultura de la cancelación, a la que se han rendido muchos de los que se consideran de izquierdas, es el alimento de la extrema derecha. Es algo que deberían saber bien quienes se dicen liberales, en lugar de disolverse, desde su equidistancia, en ese rancio olor a ajo de Vox que tan bien ha descrito Manuel Vicent.

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